martes, 24 de julio de 2012

Believe in me - Capítulo 1




I

Otra vez se encontraba ahí, mirando hacia arriba, con el celular en la mano, escuchando su voz, a la vez que lo veía sobre aquella maldita azotea. Siempre era igual, él le pedía que no lo hiciera, pero él simplemente le decía adiós y daba el último paso, hacia el vacío… Y luego todo se volvía oscuro, las sombras lo envolvían y no podía escapar, no podía correr para tomar entre sus brazos a su preciado amigo. Una y otra vez pasaba lo mismo, por más que intentara despejar su mente, no podía, siempre soñaba con el día en que Sherlock se había lanzado desde la azotea del Bart’s, suicidándose.
Y como todas aquellas veces, terminaba despertando, descubriendo la cruel realidad, cubierto de un sudor frío que hacía que reiterados escalofríos recorrieran su espina dorsal. Y ese día, fue su alarma-reloj la cual lo sacó de aquella vivida pesadilla.
— ¡Sherlock!— gritó, abriendo los ojos de par en par e incorporándose un poco en la cama. Estaba agitado, y mucho, como si hubiera corrido una maratón. Era lunes y debía ir a trabajar, como todos los días de su ahora monótona vida.
Se sentó por completo en la cama y, suspirando, miró el lugar en donde se encontraba: ya no era aquella acogedora habitación en el 221B de Baker Street, no; no había podido volver ahí desde la muerte del detective consultor, y ahora vivía en un mono-ambiente mediocre, quizás un poco mejor que él tenía antes de conocer a Holmes, pero seguía siendo mediocre y para nada acogedor, ni qué decir de bonito. Hasta le daba pena llevar a alguna que otra cita allí. Sin dar demasiadas vueltas, se levantó, tomó su bastón –el cual usaba ocasionalmente, ya que había días en los cuales su pierna no le permitía ni siquiera mantenerse en pie, mientras que otros, podía caminar perfectamente– y se dispuso a comenzar su día y su semana.

Lo que John Hamish Watson no sabía, era que ese día, y esa semana, no serían rutinarias, para su entera y completa felicidad.
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Hacía rato que el Big Ben había anunciado que eran las cinco de la tarde, cuando John regresaba, caminando, a su departamento. Había sido un día como cualquier otro: por la mañana, atendiendo sus turnos asignados para luego almorzar, encontrándose con el inspector Lestrade de casualidad y, después de compartir un café con éste, terminar atendiendo la guardia del hospital en el cual trabajaba por la tarde.
El tiempo estaba agradable, después de todo estaban en verano y por una de esas bendiciones milagrosas, el cielo londinense había decidido por fin mostrar los agradables rayos de sol a quienes vivían bajo él, era esa la razón por la cual el doctor había decidido volver caminando y no en taxi, como siempre hacía.
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Mientras, por una de las numerosas callejuelas de Londres, de esas que parecen laberintos, dos personas corrían. Una mujer, que aparentaba unos treinta años, de cabello castaño caoba ondulado, bastante largo, atado en una media cola, de ojos color verde esmeralda y tez bastante pálida, era perseguida por un hombre. Un hombre de gran estatura, cabello grisáceo y algo undulado, con barba del mismo color y unos penetrantes y siniestros ojos negros. La piel de su rostro estaba curtida y marcada por las inclemencias de una vida rodeada de guerra y violencia, que había forjado su carácter y decidido su círculo de “amistades”. Y era por esas precisas “amistades” por las cuales estaba persiguiendo a la mujer, la cual había decidido involucrarse en un círculo semejante, pero a la vez muy diferente que el de él. No se conocían, nunca habían intercambiado más de tres palabras seguidas, pero ambos se odiaban y sabían que debían hacerlo, porque así era su vida: ellos obedecían, cumplían órdenes, escuchaban y guardaban secretos, mataban y estaban dispuestos a morir… Porque eso habían decidido dentro de su círculo de amistades.
La mujer corría lo más rápido que le permitían sus zapatos, por lo que su perseguidor la estaba alcanzando. Debía hacer algo si quería perderlo de vista o que, al menos, no la atrapase, por lo que dobló en varias ocasiones, hasta quedar a pocas cuadras de una de las avenidas más concurridas de la ciudad. Como agente que era, conocía bastante bien esas calles y estaba más que segura que en poco tiempo aparecerían en una concurrida calle, lo que haría que pudiera perderle el rastro.
Pero en cuanto pisó la vereda de aquella calle, sus sentidos le jugaron una pasada, haciendo que chocara contra alguien y que ambos calleras al suelo, ella sobre él. Porque de lo único que se había percatado era de que era un Él.
— Disculpe— dijo automáticamente, comenzando a levantarse y mirando al hombre. Abrió los ojos de par en par, era de cabello corto y rubio, ojos de un color entre el miel y el gris verdoso y mirada algo tristona pero bondadosa. Se puso de pie de un salto y, mirando hacia el lugar desde donde ella misma había llegado, le tendió una mano—. Lamento haberlo empujado.
El hombre la miró por unos instantes, parpadeando unas cuantas veces –lo había tomado completamente desprevenido, haciendo que sus sentidos se idiotizasen un poco– para luego tomar la mano que ella le tendía y ponerse de pie con su ayuda. Pero no dijo nada, sólo la miró con la boca apenas entreabierta, mientras la castaña miraba para todos lados, como buscando a alguien entre la multitud.
— Oh— dijo entonces la mujer, viendo el bastón y levantándolo—, ¿es suyo, verdad? De veras lo lamento mucho, no me fijé por donde iba.
— Descuida, no te preocupes…— dijo al fin él— ¿Te encuentras bien? Pareciera como si…
Pero no pudo terminar de hablarle, ya que ella salió corriendo, de nuevo, sin decir absolutamente nada. No iba a darle demasiada importancia –al fin y al cabo, era una desconocida y todos tenemos secretos–, cuando un hombre pasó veloz como el rayo por detrás suyo, en la misma dirección que ella. Giró automáticamente, observando como aquel hombre estaba, en realidad, persiguiéndola. John Watson suspiró profundamente, cerrando los ojos, repitiéndose constantemente: “No John, no es de tu incumbencia, no te metas. No puedes hacer nada. No lo hagas…”
Cuando se decidió a que no haría absolutamente nada, abrió los ojos y vio algo en el suelo: un celular. Era de ella, por supuesto, ¿de quién más? Lo recogió y lo miró por unos segundos, definitivamente era de ella –después de todo, no había pasado un año y medio con Sherlock Holmes sin aprender nada de él–, luego miró en la dirección en la cual había salido corriendo delante de su perseguidor.
— Maldición— dijo entre dientes, justo antes de salir corriendo también, bastón y celular en mano, dispuesto a ayudarla, sea como fuere.
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La castaña seguía corriendo. Había vuelto a meterse por una de esas callecitas que conocía tan bien. Su plan había fallado horriblemente. Había sido una verdadera tonta al pensar que podía entrar a aquella calle como si nada, sin chocarse con nadie… y encima, de todas las personas que había en Londres, había chocado con él, ¿porqué con él? Era una maldita casualidad, aunque no creyera en ellas… ¿Qué clase de conspiración universal había sido la causa? ¿Acaso los planetas se habían alineado? ¿O simplemente los dioses querían divertirse? Sea como fuere, ahora debía concentrarse en escapar viva de allí o, al menos, sin que los secretos que conocía fueran revelados.
Luego de dar varias vueltas, llegó a un enrejado, el cual le impedía el paso. Pero eso no era obstáculo para ella, después de todo, había sido entrenada por el mejor. Escaló aquel obstáculo rápidamente, continuando con su camino como si nada; por supuesto, su perseguidor también lo saltó automáticamente, él también había sido entrenado por los mejores después de todo. Unos cambios de dirección más y entonces se vio verdaderamente atrapada, en un callejón sin salida: tres paredes, tres edificios de más de diez pisos cada uno, y las ventanas más bajas a su alcance estaban, al menos, en el cuarto. Suspiró profundamente, una vez más, se había equivocado. Debía repasar los planos de la ciudad al regresar, si es que podía hacerlo, claro está.
Miró por encima de su hombro, su perseguidor aún estaba algo lejos, por lo que se arriesgó. Con un ligero movimiento de pies, se quitó los zapatos, retrocedió unos pasos y corrió hacia la pared que obstruía su camino, dando un salto. Alcanzó a agarrar con su mano derecha una pequeña saliente. Pero desafortunadamente, sus brazos eran más débiles que sus piernas, por lo que no tardó en caer de nuevo al suelo.
— Fin del camino— dijo aquella voz grave y enronquecida.
Ella lo miró, sonriendo de lado— Eso parece.
El hombre, entonces, mostró una sonrisa despiadada, al tiempo que sacaba su pistola, una Beretta 92, y la apuntaba directamente a la cabeza.
— ¿No vas a responder a mi pregunta, acaso?
Ella hizo un ligero movimiento de labios, mirando a un punto distante, más allá de quien la estaba amenazando, para responder:
— Disculpa, es que entre tanto ajetreo se me olvidó, ¿qué era lo que querías sabes?
— No me tomes el pelo, engreída. Ahora dime, ¿en dónde está?
La mujer clavó sus ojos verdes en los negros de él y, sin dejar de sonreír, respondió.
— Sobre mi cadáver.
— Como digas— accionó el cartucho, colocó su dedo en el gatillo y se dispuso a disparar.
Pero justo en ese momento, la tercer persona que se encontraba en aquel callejón sin salida, tomó con fuerza su bastón metálico y asestó un fuerte golpe en la nuca del atacante, aturdiéndolo, haciendo que soltara el arma y cayera de bruces contra el suelo, inconsciente.
El médico ex-militar miró por unos segundos a quién acababa de golpear, para luego bajar el bastón y mirar a la mujer, con una mueca en su rostro, que quería ser una sonrisa.
— ¿Estás bien?— le preguntó.
Ella se puso de pie y se le acercó— Si, muchas gracias. Creí que necesitaba de ese bastón para poder caminar.
— Solo a veces— dijo en forma de respuesta el rubio, incrementado su sonrisa—. Olvidaste tu teléfono en la acera— agregó, señalando con su cabeza en la dirección desde donde había llegado y mostrándole el aparato a la chica.
— Gracias— volvió a decir, tomándolo—. Podría decirse que mi vida está en este maldito aparato, aunque deteste admitirlo.
Él lanzó un pequeño suspiro de risa. Luego miró al hombre tirado a sus pies, se le acercó, le midió el pulso y, volviendo a levantarse, dijo:
— No tardará en despertar, creo que sería mejor salir de aquí.
— Ni que lo diga— la mujer extendió su mano, en señal de saludo— Nathaly Harver.
John estiró su brazo, estrechando la mano de ella y mirándola fijamente— John Watson.
Ella también lo miró fijamente, para luego colocarse los zapatos y comenzar a caminar.
— Doctor John Watson, ¿verdad?
El rubio la miró algo intrigado, siguiéndola— Así es… ¿cómo supiste?
— Leía su blog— respondió—. Y también el de su amigo, Sherlock Holmes.
— Oh, claro…
— Ambos me parecían geniales. El suyo era divertido, especialmente por los comentarios de Holmes acerca de los detalles en sus relatos, que a decir verdad, me parecían muy buenos.
— Gracias— dijo él, riendo por lo bajo, recordando las muchas veces en las que Sherlock se había quejado de que le quitaba todo lo importante a los casos.
Caminaron por un buen rato, sin hablar mucho más, hasta llegar a una calle más transitada. Al hacerlo, Nathaly lo miró con una sonrisa en sus labios.
— Fue un placer conocerlo Dr. Watson, y muchas gracias por lo de recién— hizo una pausa—. Espero volver a verlo en alguna otra ocasión, más agradable, por cierto— agregó, comenzando a caminar hacia la derecha.
— Lo mismo digo.
John se quedó mirando a la castaña, pensando en varias cosas. Primero de todo, en cuanto la había visto sobre él, había pensando que era una mujer un tanto extraña, su rostro parecía como el de cualquier otra mujer, pero sus ojos tenían una mirada extraña, como distante. Luego, cuando la vio siendo amenazada de muerte, se dio cuenta de que esa distancia que mostraban sus ojos era en realidad frialdad, una frialdad que había visto pocas veces, y casi nunca en una mujer. Ahora, su opinión sobre que era una mujer extraña, pero normal a la vez, había vuelto, y sólo con haber hablado unas cuantas palabras sobre su blog. Se dispuso a seguir con su camino, en la dirección opuesta a la que había tomado ella, cuando su voz lo detuvo.
— Dr. Watson— él se giró, para mirarla. Ella había retrocedido todo lo que había andado, para volver a estar a sólo unos pasos de él— ¿Qué le parece si ahora mismo tenemos ese encuentro más agradable? ¿Le apetece una taza de café?— y sonrió.
Y esa sonrisa le bastó al ex-blogger para pensar que ella, definitivamente, era extraña, pero tan normal como cualquier otra mujer.
— Estaría encantado, pero por favor, llámame John y… no es necesario que seas tan formal.
— De acuerdo, John.
Y se dirigieron, juntos, a un pequeño bar cercano, para compartir esa taza de café y una grata conversación.
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— ¿Qué quieres decir con qué no pudiste?
— Lo que escuchas, alguien me golpeó en la cabeza justo cuando estaba por liquidarla.
— ¡¿Y quién dijo, en primer término, que podías “liquidarla”?!
Había pasado poco más de media hora y el perseguidor de Nattaly estaba sentado, sosteniendo una bolsa de hielo contra su nuca, enfrente de un hombre alto, delgado, de facciones duras y bien marcadas, mandíbula ancha y cabello negro entrecano, con una incipiente barba del mismo color y profundos ojos grises. Aquel hombre clavó sus imperturbables ojos en los de su subordinado, esperando por una respuesta inmediata. Pero el otro no respondió, solo resopló fuertemente, entrecerrando un poco los ojos. Entonces su jefe volvió a hablar.
— ¡No tienes que matarla hasta descubrir en dónde rayos está!
El otro apretó fuertemente sus labios, como si estuviera tragándose varias cosas por decir. A lo que su interlocutor agregó.
— Di lo que piensas de una vez.
— Pienso que no está aquí.
El de ojos grises lanzó una carcajada— ¡Claro que está aquí! Lo seguí por toda Europa imbécil, ¡se que está aquí, solo tienes que averiguar en donde!
— Si lo siguió por toda Europa, ¿entonces por qué rayos no lo asesinó allí?
— Eso no es de tu incumbencia— se puso de pie y comenzó a caminar por la pequeña y oscura habitación en la cual se encontraban—. Tienes que sacarle esa información a la señorita Harver, ella sabe todo lo que necesitamos.
El otro volvió a resoplar, para luego ponerse pie también, lanzando sobre una pequeña mesa que estaba a escasos metros la bolsa con hielos. Luego se dispuso a salir, no sin antes mascullar:
— Mañana la tendrá en el hospital, con total seguridad y allí, le aseguro, podrá sacarle todo lo que necesita.
Y sin más, se fue. El otro hombre, entonces, tomó su celular y tipeó un corto mensaje, para luego enviarlo. Nathaly Haver era una pequeña mosca y no iba a tardar en caer en la gran red de la araña madre.
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— Entonces, ¿de qué trabajas exactamente? Eres abogada, pero acabas de decirme que no tienes muchos juicios— preguntó un intrigado –pero divertido– John Watson a la mujer que tenía enfrente.
— Si, es un poco complicado— respondió ella, tomando su taza y llevándosela a los labios—. Bueno, no en realidad. Trabajo en un estudio de abogados, por lo que aunque no tome ningún caso, hago trabajos menores y cobro un sueldo, lo que permite vivir.
— ¿Y por qué es que no tomas casos? ¿Quiero decir, no es para lo que estudiaste?
— Si…— tomó un sorbo de café y volvió a apoyar la taza sobre su platillo—. Mi jefe dice que porque soy demasiado buena no me llegan casos que pueda tomar— el rubio la miró, extrañado, por lo que agregó, para aclarar—. Buena en el sentido de buena persona, no abogada.
— ¡Oh, claro! Ustedes deben ser malos y mentir todo el tiempo, ¿no?— exclamó él divertido. Ella lanzó una risita ante su comentario, por lo que no pudo evitar reír también—. En fin…— clavó sus ojos en los de ella, para luego ponerse serio de repente. No sabía con exactitud si preguntar o no. No era de su incumbencia, lo sabía, pero aún así no podía evitar sentir curiosidad por el motivo de su persecución con aquel hombre, especialmente porque ella le inspiraba bondad y cariño—. Sé que sonará que soy algo… metido, pero… ¿por qué te seguía ese tipo?
— Hum…— Nathaly soltó un pequeño suspiro—. Lo siento, John, pero no puedo decírtelo.
— Lo supuse.
Se miraron por un largo rato en silencio, ambos perdidos en sus pensamientos, mirándose fijamente a los ojos. Ambos intentaban saber en qué estaba pensando el otro, pero no podían averiguarlo. Los dos compartían esa mirada triste y algo alejada de la realidad, como si estuvieran deseando vivir en otro momento, en un momento pasado en el cual habían sido más felices. Y así era, o al menos así era para John, porque debía admitir que desde hacía casi dos años deseaba retroceder el tiempo de alguna manera, para no tener que mudarse nunca de Baker Street, para seguir correteando por Londres junto a su más cercano amigo, el cual ya no estaba y para no tener que verlo saltar de esa azotea todas las noches, en sus pesadillas. Ella, por su parte, se preguntaba en realidad cuál había sido la razón por la cual se había encontrado con el doctor justo en ese momento. No podía evitar que hubiera pasado si la casualidad los hubiera encontrado antes… Unos dos años antes, quizás. Pero ahora todo era diferente para ambos. Estaban solos, necesitaban compañía, verdadera compañía. Y en cierta medida, ambos sabían que podían encontrarla en el otro, pero acababan de conocerse y por más que sus corazones hablaran, sus cerebros los estaban acallando en ese preciso momento.
Pero entonces fue ella quien rompió el silencio, haciendo que el rubio se sobresaltara un poco.
— Ya anocheció. Será mejor que me vaya— y dicho esto, sacó un poco de dinero de uno de los bolsillos de su saco y lo dejó sobre la mesa. Luego se puso de pie y miró al hombre enfrente suyo.
— Te acompaño— dijo John, poniéndose de pie también.
— No tienes porqué…
— Un hombre te persiguió por las callejuelas de Londres y te apuntó con un arma, te acompañaré hasta tu casa.
Ella sonrió, desviando la mirada un poco. Sabía que él era un hombre con un corazón enorme y de una bondad inigualable, todo su ser le decía que debía hacerle caso, pero una parte de su mente sabía que eso sólo podía traer problemas.
— De acuerdo— terminó diciendo al final, sucumbiendo a los mandatos de su corazón.
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Caminaron por un buen rato, la temperatura del ambiente había disminuido bastante, a causa del viento norte que había comenzado a soplar, el cual había traído consigo nubes que ahora cubrían el cielo nocturno. No hablaron demasiado en el trayecto, solo se limitaron a comentar el brusco cambio climático y sus vanas esperanzas de que no lloviera al día siguiente, hasta que pasaron por delante de cierto bar que le trajo recuerdos a John. Nathaly lo miró, notando en sus ojos un dejo de nostalgia, por lo que se atrevió a preguntar:
— ¿Buenos recuerdos?
Él la miró, aún enfrascado en aquella noche en la cual había salido corriendo detrás de Sherlock por primera vez, dejando olvidado su bastón en aquel bar. Pero la mirada de ella sólo lo hizo sonreír, apenas unas horas antes, había sido partícipe de una escena bastante similar, solo que con la castaña como protagonista.
— Buenos— dijo al fin, continuando con su caminar.
— Sherlock Holmes— pronunció entonces la mujer, en un tono de voz extraño, como si tuviera al detective enfrente suyo y se estuviera dirigiendo a él. John volvió a mirarla, esta vez con una mueca de extrañeza en su rostro—. Disculpa… Es un recuerdo junto al señor Holmes, ¿verdad?
— Si— respondió el rubio, luego de lanzar un suspiro—. Suena extraño dicho así, pero sí, es un recuerdo relacionado con Sherlock.
— ¿Por qué te suena extraño?
— Porque nadie lo llama así, especialmente luego de… bueno, ya sabes— desvió la mirada, clavándola fijamente en el bastón que tenía entre sus manos, el cual ya no estaba usando para sostenerse.
Ella no respondió, simplemente se le acercó y le colocó una mano en el hombro, mirándolo con cariño.
— Las personas deberían saber la verdad, y tu puedes contárselas, John.
Watson negó con la cabeza, levantando el rostro y clavando sus ojos en los de ella— No, no puedo.
— Al menos deberías intentarlo. Hay quienes aún revisamos tu blog, esperando por ese relato final…— ella también tenía la mirada clavada en la de él, y se acercó aún más, para continuar hablando—. Hay quienes creemos que lo que dijeron los periódicos aquella vez era falso, quienes admirábamos y confiábamos en Holmes y en verdad necesitamos saber…
— Pero en verdad no puedo hacerlo Nathaly, las palabras simplemente no salen, por más que quiera. Es demasiado…
— Doloroso, lo sé— terminó la chica de ojos verdes, dando un último paso hacia John, para que la distancia que los separaba desapareciera por completo, dejando sus cuerpos casi pegados. Ambos había comenzando a susurrar, sin poder quitar los ojos de los del otro—. Pero sacarlo liberará un poco de la carga y el sufrimiento que llevas sobres los hombros John— y esbozó una dulce sonrisa.
John tragó saliva, recorriendo con la vista cada uno de los rasgos del rostro de Nathaly. Hasta ese momento, no se había percatado de cuan bella era. Su piel era blanca como el papel, interrumpida por pequeñas y suaves pecas que adornaban su nariz y la parte superior de sus pómulos; sus labios, finos y rosados, le parecían perfectos; sus ojos, de un verde brilloso, estaban adornados por largas pestañas, así como también por unas marcadas ojeras que el maquillaje no alcanzaba a cubrir, pero que los hacían resaltar más. Su frente estaba cubierta por varios mechones de su flequillo, el cual no pudo evitar correr suavemente con la punta de sus dedos.
No supieron el momento exacto en el cual sus rostros se acercaron tanto, pero ya no importaba, porque ambos estaban cautivados, perdidos en la mirada del otro. El médico, luego de despejar la frente de la abogada, bajó sus dedos hasta sus mejillas, sin perder el contacto con su piel, la cual era suave, muy suave. Ella deslizó su mano, que había estado apoyada en el hombro de él todo el tiempo, hasta su espalda, como intentado decirle que se apegara más ella. John lanzó un suspiro y apoyó su frente sobre la de la joven, para luego cerrar los ojos.
— ¿Lo extrañas?— preguntó Nathaly en un susurro, haciendo que su aliento chocara con la boca de él.
— Mucho— respondió el rubio, causando el mismo efecto. Luego abrió los ojos, para poder mirarla—. Nunca creí que lo extrañaría tanto.
— Es porque lo amas— se atrevió a afirmar la castaña.
El doctor Watson no dijo nada, no lo negó ni lo afirmó, ¿para qué hacerlo? Después de todo, era completamente cierto, amaba al hombre con quien había compartido tantas experiencias extrañas, que por más que lo siempre se había quejado nunca había dejado de amarlo, y había comprendido demasiado tarde, cuando estaba sobre aquella azotea.
— A veces es bueno recordar, y a veces es mejor olvidar— volvió a susurrar ella, tomando la chaqueta de él con sus dos manos y apretándola fuertemente— ¿Qué es lo quieres hacer, John?
— No lo sé— respondió Watson, sintiendo como su corazón se había acelerado de golpe y como su cuerpo se había olvidado del frío ambiente, para inundarse del calor que emanaba de la cercanía de Nathaly.
— Entonces— la castaña se separó de forma brusca, sintiendo como si todo su ser se helara por completo. Se sentía extraña, verdaderamente extraña. Por un lado quería abrazarlo y besarlo, pero por el otro, solo quería alejarse, correr lejos y no volver a verlo. Cerró los ojos, lo soltó y, luego de suspirar profundamente, continuó—, será mejor que me vaya. Buenas no--
Pero no pudo terminar la frase, porque John la tomó del brazo y tiró de ella, haciendo que sus cuerpos volvieran a unirse. Soltó aquel molesto bastón que llevaba, haciéndolo caer al suelo con un fuerte estrépito, y rodeó su cintura con su brazo, haciendo que no hubiera ni un solo milímetro de separación entre ellos. Y luego, sin decir ni una sola palabra, posó sus labios sobre los de ella, besándola con ternura y necesidad a la vez. Nathaly estaba sorprendida, a tal punto que sus músculos se habían tensado por completo, impidiéndole hacer cualquier movimiento. Tenía los ojos abiertos de par en par, por lo que podía ver a la perfección el rostro del hombre, el cual parecía sumamente relajado. John le soltó el brazo, para dirigir esa mano que la había apresado hacia su cabelló, internándola en él con suavidad. Fue entonces cuando sus sentidos se embotaron y se llenaron del aroma del médico, lo cual la relajó. Sus músculos se aflojaron, cerró los ojos y se adaptó a aquellos labios y aquellas manos que la estaban sosteniendo.
Se sentía raro, raro pero extremadamente tranquilo y bien, en especial cuando sintió que ella se entregaba a su beso, correspondiéndole. Hacía mucho tiempo que su corazón no se aceleraba de tal forma y su cuerpo entero pedía por entrar en tal contacto con el de alguien más. Se sentía como un adolescente, que no podía dejar de besar a su primer novia. Pero él no era un niño, era un adulto, un hombre y, como tal, no jugaría a nada, avanzaría de forma real y pasional, pero lenta. Entreabrió los labios un poco, con la intención de profundizar aquel beso, mientras empujaba más de la cintura de la castaña. Sintió como ella le rodeaba la espalda con sus brazos y también abría sus labios, permitiendo que sus lenguas se buscaran sensualmente.
No supieron exactamente como, pero terminaron en la casa de ella. Habían perdido por completo la noción del tiempo y aquel dulce beso se había transformado en una sucesión de ellos, uno más apasionado que el anterior, hasta que ya no fue suficiente… Las prendas sobraban, porque necesitaban sentir la piel ajena en contacto con la suya, ella deseaba que los labios de él recorrieran su cuerpo y él deseaba cumplirle ese deseo. Con pasos algo torpes, y movimientos bruscos de parte de sus manos para quitar las ropas ajenas, terminaron tendidos sobre la cama de la castaña.
La habitación se llenó pronto de susurros y gemidos, y sus paredes atestiguaron como aquellos dos que hasta hacía unas horas eran desconocidos se amaban, fundiendo sus cuerpos y uniendo sus almas…
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...continuará...

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