lunes, 30 de julio de 2012

Believe in me - Cap 2


II



John abrió los ojos de a poco, un leve resplandor se escabullía por entre las persianas de aquella habitación. Respiró de forma profunda y suave, para llenar sus pulmones del aroma que lo invadía, el cual era una mezcla de perfume de mujer, champú, té de menta y pan tostado. En sus labios se dibujó una sonrisa, mientras se giraba en la cama y recordaba lo acontecido el día anterior. Nathaly, como había supuesto, ya se había levantado, y en cuanto él se incorporó en la cama, apareció en su campo visual, con una bata blanca cubriéndola, el cabello húmedo cayendo sobre sus hombros y pechos y sus labios mostrando un sonrisa.
— Buenos días, doc— dijo, acercándosele y depositando un fugaz beso en sus labios.
— Buenos días— respondió él, sin quitar la sonrisa de su rostro— ¿Debes ir a trabajar, verdad?
— Si, lamentablemente si— respondió la mujer— ¿Quieres desayunar? Tengo bastante tiempo hasta la hora de entrar.
El ex-militar se encogió de hombros, en señal de afirmación, mientras miraba como ella sacaba un traje gris, junto a una camisa turquesa, de su armario y se vestía. Decidió que lo mejor sería que él también se vistiera, por lo que se bajó de la cama y recogió su ropa. Al cabo de unos minutos, ambos se encontraban sentados a la mesa del pequeño comedor de Nathaly con unas tazas humeantes de té y tostadas.
Estuvieron en silencio por unos cuantos minutos, mirándose ocasionalmente por encima de las tazas, hasta que John le dedicó una tierna sonrisa. Nathaly lo miró divertida, sonriendo también, para luego decir, también en tono divertido:
— ¿Dormiste bien?
El rubio alzó las cejas. En verdad no se esperaba una pregunta como aquella, después de todo, habían dormido juntos, abrazados el uno al otro. Pero supuso que era una buena forma de iniciar una conversación matutina, por lo que respondió:
— Perfectamente, ¿y tú?
— Como hacía tiempo no lo hacía.
Se miraron fijamente a los ojos, para luego comenzar a reír. Todo aquello se sentía demasiado familiar, como si se conocieran desde siempre, como si siempre hubieran tenido esa relación; y eso los reconfortaba, pero también les hacía caer en la cuenta de cuánto habían necesitado pasar un momento como aquel con alguien que los hiciera sentir queridos.
Un cuarto de hora más tarde, luego de terminar el desayuno, se dispusieron a partir hacia sus respectivos trabajos. John estaba a punto de ir caminando, pero ella lo detuvo, rodeando su cuello con sus brazos por la espalda, para luego susurrarle al oído.
— Puedo llevarte, si quieres.
Él la miró por encima del hombro, algo extrañado.
— ¿Tienes coche?
— Si— respondió, soltándolo y dirigiéndose hacia un Audi gris, el cual era de un modelo verdaderamente reciente. La castaña abrió las puertas del mismo y, girándose, lo miró. No pudo evitar soltar una risita ante la cara de sorpresa y admiración del hombre, para luego volver a hablar— ¿Vienes o no?
John negó con la cabeza, lanzando un suspiro de risa y caminado hacia el auto. Acababa de darse cuenta de que en realidad no sabía nada de ella, pero aún así, ya le tenía un gran afecto y ya no importaba demasiado. Se subió al auto y simplemente partieron.
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Justo mientras John y Nathaly salían del departamento de ésta, y mientras se disponían a subir al coche de la mujer, un hombre los observaba, desde el balcón de uno de los edificios de enfrente, a través de unos binoculares. El hombre de cabello gris los observó atentamente hasta que la pareja se alejó; luego se puso de pie –ya que había estado en cuclillas todo el tiempo– y tomó su celular, para comenzar a escribir un mensaje de texto, el cual envió automáticamente a su jefe.
—  “John Watson está con ella. Durmieron juntos. S scenicus.”
A los pocos minutos, mientras el sujeto acomodaba sus cosas, dispuesto a marcharse de allí, recibió una respuesta.
— “Hoy es tu límite, no lo sobrepases. SM.”
El moreno chasqueó la lengua, para luego tomar todo y marcharse. Debía encontrar a la mujer sola, en algún lugar lo suficientemente despejado como para que nadie los interrumpiera, y encontrar la forma de quitarle la información que necesitara; de lo contrario, aquel sería su último día sobre la tierra.
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Apenas habían pasado cinco minuto desde las ocho de la mañana: un hombre de cabello castaño oscuro corto, ojos celestes e impecable porte aristocrático se hallaba sentado en una preciosa y brillosa silla de madera, con las piernas cruzadas y leyendo un periódico. Se encontraba en una sala lujosa y sobriamente adornada con colores amarronados y oscuros, con una única ventana, por donde pasaba la tenue luz del sol, algo opacada por las cortinas blancas que la cubrían. Todo estaba en completo silencio en aquel lugar, hasta que la puerta se abrió bruscamente. El hombre, que no se sobresaltó en absoluto, levantó la mirada, para ver entrar a su hermano menor por ella y sentarse –o más bien desplomarse– sobre la silla que se encontraba justo enfrente de él. El más joven tenía el cabello ondulado y de un negro azabache brilloso, su rostro era tan frío y de rasgos tan marcados como el de su hermano, sólo que éste estaba adornado por unos penetrantes y más cristalinos ojos celeste-verdosos. Ambos era igual de pálidos y su estatura era considerable, por lo que podía verse cierto parentesco en ambos, el cual también podía notarse en la extremadamente brillante mente que poseían, pero, más allá de eso, no parecían estar relacionados, y nadie juraría que fueran hermanos.
— ¿Qué ocurre ahora?— preguntó el mayor.
— Se conocieron— respondió sencillamente el menor, hundiéndose un poco más en su asiento y estirando sus brazos sobre el apoyabrazos de éste—. Anoche.
El otro alzó una ceja y sonrió de lado, observando el gesto que se había dibujado en el rostro de su hermano y luego volviendo a concentrarse en el periódico del día.
— ¿Celoso?
— ¿Por qué habría de estarlo?
— Porque es más que evidente de que pasaron la noche juntos… Y no precisamente durmiendo de forma pacífica.
El de cabello ondulado apretó los labios fuertemente, para luego llevar su mano izquierda hasta su rostro y morderse suavemente la uña del dedo índice. Sin embargo, su semblante seguía tan frío e impasible como siempre, por lo que cuando volvió a hablar, su voz sonaba completamente normal.
— Uno de los hombres de Moran ha vuelto a intentar matarla.
Mycroft Holmes volvió a fijar su vista en la de su hermano, para luego suspirar profundo y dejar el Times sobre una mesita de café que tenía a su lado. Luego colocó ambos brazos sobre los apoyabrazos de su silla y habló, sin desviar la mirada de los cristalinos ojos de su hermano.
— ¿Qué vas a hacer? ¿No crees que es hora de…?
— No— lo interrumpió Sherlock, de forma rotunda—. Aún no puedo presentarme a John. Si ha mandado a perseguir a Nathaly es porque sabe que existo…— se interrumpió a sí mismo, suspirando profundamente y cerrando los ojos, para volver a dejar su brazo reposando sobre el asiento.
— ¿No puedes correr el mismo riesgo con tu querido doctor?
El menor de los Holmes entrecerró los ojos, sin dejar de mirar a su hermano. Sabía perfectamente hacia dónde apuntaba esa pregunta, conocía a su hermano, demasiado quizás, y sabía perfectamente que él podía leerlo con la misma facilidad con la cual él mismo podía leer a las demás personas.
— Ya corrí el riesgo con ella, y mira que ocurrió, no voy a volver a cometer una idiotez hasta que todo esto termine.
— Creo que decírselo a ella no fue un error, Sherlock, al contrario. Y aunque debo reconocer que primeramente sí creí que eras un poco idiota por haberlo hecho, creo que decírselo a John ahora estaría…— buscó por unos segundos la palabra correcta, hasta que finalmente se decidió por la más sencilla—, bien.
Sherlock Holmes resopló y se puso de pie de un salto— No se puede hablar contigo, hermano.
Mycroft lo miró extrañado, pero aún así no dijo nada, solo se limitó a observarlo, mientras comenzaba a dar vueltas por la habitación y terminaba saliendo de ella, con un celular –que no era el suyo habitual– en la mano, escribiendo un mensaje. El detective salió de aquella habitación terminando de escribir, para posteriormente enviar dicho texto; todo aquello se estaba poniendo más turbio día a día. Quizás su hermano tenía razón y debía decirle a John, pero él sabía que aún no estaba listo para aquello, aún no estaba listo para ver el rostro de su amigo luego de casi dos años, de ver como sus ojos mostraban el torrente de sentimientos que de seguro mostrarían, de recibir el muy seguro golpe que recibiría… Y tampoco estaba seguro de no poder contenerse a sí mismo, de seguir manteniendo su semblante y su máscara de frialdad ante el rubio; porque estaba seguro que luego del golpe y los insultos, seguiría algo más, algo que no podía deducir con exactitud si quería que ocurriese o no.
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— Aquí es— dijo el doctor Watson a Nathaly.
La castaña estacionó su auto, sin apagar el motor y lo miró con una sonrisa— Bien, que tengas un buen día John.
— Lo mismo digo, Nathaly— el rubio la miró, sin saber con exactitud qué hacer ¿La besaría antes de bajarse? ¿O simplemente le diría adiós y se marcharía? Se decidió por esto último, por lo que abrió la puerta y se dispuso a bajar del coche, pero ella lo tomó de la manga de la chaqueta, deteniéndolo. Él la miró por sobre su hombro— ¿Qué…?
Pero antes de que pudiera terminar de hablar, ella se estiró y le plantó un dulce beso en los labios, al mismo tiempo que le deslizaba un pequeño papel en el bolsillo trasero del pantalón. Cuando se separaron, ella lanzó una risita por la cara de desconcierto de él y volvió a su posición de manejo.
— Nos vemos después, Dr. Watson.
John también rió, terminando de bajar— Nos vemos después, Nathaly.
Y sin decir más, la chica se marchó, dejando al ex-militar en la vereda frente a su apartamento. El hombre, sin dejar de sonreír, buscó en los bolsillos de su chaqueta las llaves y entró a lo que ahora era su residencia, a la vez que sacaba el papel de sus pantalones y sonreía aún más al descubrir que tenía escrito el número de teléfono de la castaña.
Nathaly, por su parte, condujo algunas cuadras, hasta que su teléfono sonó, indicando que había llegado un nuevo mensaje de texto. Cuando frenó en un semáforo, lo tomó y leyó el contenido. La sonrisa que aún adornaba su rostro se convirtió en una expresión seria y un tanto preocupada.
— “Es altamente probable que tu y John estén en peligro inminente. Cuídate y cuídalo a él, recuerda que las arañas no descansan, especialmente las venenosas. SH.”
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Ya había pasado el mediodía; el sol, casi milagrosamente, brillaba en lo alto del cielo londinense, haciendo que la humedad reinante en el ambiente hiciera un mediodía bastante caluroso. John Watson acababa de despedir a un paciente, pero aún le faltaban al menos una docena más para terminar el día. Estaba verdaderamente agotado, no sabía si era por el calor, por la humedad, por el hecho de que no había dormido correctamente o qué. Sonrió de lado al recordar la noche anterior, y la razón por la cual no había dormido las horas necesarias; no podía quejarse, si fuera por él, podría pasar más de una noche sin dormir lo suficiente junto a Nathaly. El problema era que no estaba seguro de que ella pensara lo mismo, pero le había dejado su número, le había dicho que la llamara… Se revolvió el cabello un poco, mientras suspiraba y se ponía de pie, dispuesto a llamar al siguiente paciente. Aún no estaba seguro de poder comenzar una relación, después de todo, hacía mucho tiempo que no tenía una y… bueno, la última había sido saboteada –casi literalmente– por Sherlock. Sherlock. Ahora él ya no estaba y eso lo había mantenido alejado de las relaciones humanas por un buen tiempo, sin saber con exactitud cómo enfrentar el hecho de que su mejor amigo había muerto; ahora sentía algo de incomodidad, por no decir miedo, de encariñarse con alguien como lo había hecho con él.
Alejó sus pensamientos repentinamente al salir de su consultorio a la sala de espera y llamar por el apellido al hombre que esperaba por ser atendido. Estaba a punto de volver a entrar, cuando escuchó algo que lo paralizó por completo. Retrocedió unos pasos y miró en dirección al televisor de la sala de espera, el cual estaba encendido en el canal de noticias. Abrió los ojos de par en par al leer el titular y escuchar lo que decían los reporteros. Sintió como un horrendo escalofrío recorría toda su espina dorsal y cómo sus piernas comenzaban a temblar un poco.
Nathaly. Había tenido un accidente automovilístico, y lo estaban pasando por la televisión como si fuera algo extremadamente grave… No llegó a escuchar que más decían porque simplemente corrió dentro de su consultorio, tomó su chaqueta, se disculpó de todas las maneras que pudo encontrar con su paciente y corrió a la entrada de la clínica.
— Doctor Watson, ¿qué ocurre?— preguntó preocupada Jane, la secretaria.
— Debo irme, por favor, cancela todos mis turnos— respondió él rápidamente, firmando el cierre de turno.
— Pero… ¿ocurrió algo grave?
La miró por unos segundos, en verdad se veía preocupada, sus ojos color miel estaban muy abiertos y sus cejas caídas. Respiró suavemente unas cuantas veces, para poder responder con calma, además de que estaba buscando las palabras adecuadas para describir su relación con Nathaly. ¿Era un verdadera relación? Hacía menos de veinticuatro horas que se conocían, después de todo.
— Acabo de ver en las noticias que… una amiga tuvo un accidente, y debo ir a verla, asegurarme de que…
— No se preocupe entonces, vaya— lo interrumpió la mujer, esbozando una pequeña sonrisa de consuelo.
John asintió con la cabeza, mientras sonreía de lado y se disponía a salir. ¿Por qué estaba pasando aquello? Acababa de conocer a aquella mujer, la cual le parecía sumamente bella y con la cual había tenido un encuentro sumamente casual, extraño, pero que sentía que debían conocerse desde hace tiempo. Aquella mujer lo había cautivado con tan solo sonreírle un par de veces, con invitarlo a tomar u café y con, ¡cielos! ¡Con haber estado expuesta a que la asesinen! Definitivamente el haber pasado un tiempo de su vida con Sherlock Holmes lo había cambiado, y mucho…
Mientras buscaba desesperadamente un taxi que tomar –sin parar de caminar en dirección al hospital a dónde habían sido trasladados los involucrados en el accidente–, se percató de algo: habían querido asesinarla el día anterior a punta de pistola, ¿qué tal si había sido otro intento de asesinato? No por nada había visto a gente de Scotland Yard en el noticiero, junto a los periodistas que cubrían el accidente. Resopló un tanto furioso, pero luego se calmó, al poder conseguir de una vez por todas un taxi, subirse e indicarle la dirección al chofer.
Definitivamente aquello estaba escapando de sus manos. No sabía nada de Nathaly, tampoco de sus intensiones ni de qué o quién era en realidad, pero sentía que debía ir, estar con ella, sentía que sin importar que se hubieran conocido hacía tan poco tiempo ya tenía un rincón de su corazón reservado para ella y no podía evitar sentir temor ante la idea de no poder volver a verla, por lo menos una vez más.
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Se encontraba sentado en el sillón de la sala de estar de su hermano, la cual, como todo lo relacionado con él, era muy sobria, todo perfectamente acomodado y pulcro. Sin embargo, para Sherlock Holmes aquel lugar no podía ser más aburrido e inquietante. Era por esa razón por la cual se encontraba cabeza abajo, con las piernas apoyadas en el respaldo del sillón bordó, lanzando hacia la pared una pequeña pelota de goma, mientras escuchaba –sin prestar atención, en realidad– la televisión que se encontraba encendida. Estaba pensando en Moriarty, en su red criminal, en su mano derecha, Sebastian Moran… y también en John, en cuánto añoraba su presencia, su voz, su sonrisa… Y también en quién ahora se había convertido en su mano derecha: Nathaly Harver. La mujer había demostrado ser una muy buena rival de Moran: leal, valiente, sin escrúpulos, rápida aprendiz y excelente actriz. Definitivamente había sido una buena elección, Molly en verdad había hecho bien en presentársela.
Sus pensamientos entonces fueron interrumpidos por algo que dijo un periodista del canal de noticias que estaba sintonizado. Se bajó del sillón de un salto y volvió a subirse a él, pero sentado. Buscó con la mirada el control remoto del aparato, lo tomó y subió el volumen. Estaban repitiendo una noticia, sobre un accidente. Abrió los ojos de par en par y tomó automáticamente su teléfono, para escribirle a su hermano y avisarle de que Nathaly había sido la victima de dicho accidente, que debía averiguar si ella y John estaban bien y qué era exactamente lo que había ocurrido, porque estaba más que claro que no había sido un accidente normal. Podía ver con total claridad la huella de las arañas de Moriarty en aquel hecho.
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Llegó al Royal London Hospital luego de poco más de treinta minutos. Se apresuró a preguntar por Nathaly en la entrada para después caminar casi corriendo por los pasillos hasta llegar a la sala en la cual le habían indicado que ella estaría. Se quedó mirando fijamente la puerta, sin saber si entrar o no, si golpear o no, sin saber si moverse o no. Estaba asustado por verla gravemente herida, o por hablar con algún médico que le dijera lo peor… Lo había vivido tantas veces… Y aún no se acostumbraba. Él mismo era médico, y aún no podía hacerse la idea de que alguien podía morir de un segundo a otro. Respiró profundamente, apretó los puños y, luego de sentir una pequeña punzada de dolor en su pierna, se dispuso a tocar con los nudillos la bendita puerta. No recibió contestación alguna, solo el sonido de una voz de mujer, el cual le resultaba familiar, protestando:
— ¡Estoy bien! ¡Ahora déjeme en paz y deme el maldito teléfono!
¿Había escuchado bien? ¿Esa era Nathaly, protestando para que le dieran su teléfono? Parpadeó unas cuantas veces, si en verdad era ella, eso quería decir que estaba bien… O al menos eso quería que todos pensasen. Entonces, ¿por qué se había armado tanto alboroto con respecto a su accidente? Permaneció en la misma posición, con el brazo levantado, los nudillos apoyados en la madera de la puerta, mientras escuchaba la conversación –o mejor dicho discusión– que la abogada y, supuso, la enfermera, estaban manteniendo.
— Señorita Harver, entienda por favor--   
— ¡Deme mi teléfono de una vez!
— ¡Son las reglas del hospital, no puedo dárselo!— gritó la otra mujer, dejando de lado su paciencia y amabilidad.
— ¡Al diablo con las reglas! ¡Démelo, es de suma importancia!
— ¡Lo que es de suma importancia ahora es su salud! ¡Y debo terminar de conectarle el suero!
Y entonces se sintieron varios ruidos, como de varias cosas de diferentes materiales que caían al suelo con un gran estrépito. Se sintió también un sonido a algo de vidrio que se rompía y, por último, resoplidos y quejas de la enfermera. John retrocedió unos pasos, al escuchar que la empleada del hospital se acercaba a la puerta. En menos de un segundo, dicha mujer salía de la habitación frustrada, enojada y resoplando. Lo miró con cara de pocos amigos, preguntándole:
— ¿Y usted quién se supone que es?
John abrió los ojos de par en par, mientras se humedecía los labios con la lengua.
— Amm… John Watson…— extendió su mano en señal de saludo, pero la mujer siguió mirándolo, ignorando su gesto—. He venido a ver a la señorita Harver.
— ¡Oh! ¡Esa mujer! ¡Qué dios se apiade de su alma, señor!— lanzó en forma de alarido.
Y luego se marchó, dejando al rubio en medio del corredor. El hombre negó con la cabeza y luego se acercó a la puerta de la habitación, que había quedado entreabierta, y asomó su cabeza por ella. Nathaly estaba tendida en la camilla, con varias cosas ya conectadas a ella, pero faltaba el suero, como bien había escuchado. La castaña tenía en sus manos su teléfono celular: al parecer había logrado conseguirlo. Se atrevió a ingresar a la sala, lentamente y tratando de no hacer mucho ruido, para no alterarla más de lo que ya estaba.
Pero obviamente ella se percató de su presencia, y levantó la vista del teclado de su móvil, para mirarlo directamente a los ojos. Su expresión de enfado y preocupación fueron reemplazadas al instante por una sonrisa enorme y una alegría demasiado extraña que se vislumbraba en sus ojos.
— ¡John! ¡Estás bien!— gritó, haciendo un ademán como para bajarse de la cama.
El médico se le acercó rápidamente, colocando una mano sobre su pecho y empujándola para que no se moviera.
— Por supuesto que estoy bien… ¿Qué rayos hacías? Debes dejar que te examinen como se debe, Nathaly.
— Bah, estoy bien— dijo en forma de respuesta ella, lanzando su teléfono a un lado y haciendo un ademán con su mano— ¿Tú estás bien?
— Ya te dije que sí. Ahora haz el favor de dejar que te ponga el suero. Tuviste un accidente.
— Si, lo sé… ¿Cómo--?
— Lo vi en la televisión— se le acercó, tomando el móvil de ella y guardándoselo en el bolsillo de su chaqueta. Luego colocó sus manos sobre sus hombros y la obligó a recostarse—. Acabas de hacer enfadar a una enfermera…— tomó una especie de perchero de metal destinado a sostener la bolsa con el suero del piso y corrió con el pie unos pequeños y finos trozos de vidrio –el cual supuso que serían de algún frasco de medicamento– y volvió a mirarla. Tenía varias heridas recién curadas en su rostro, esparcidas por sus mejillas, frente y cuello—. Mírate, no estás bien, necesitas que te atiendan.
— Ya me atendieron… hay otras personas muriéndose aquí a las cuales deberían atender, yo estoy bien— la castaña desvió la mirada, enfadada.
John volvió a suspirar. En verdad se veía que Nathaly estaba enojada, pero no lograba entender demasiado bien el porqué. Aún así, siguió con su línea de pensamiento y volvió a hablar.
— No puedes descuidar tu salud, Nathaly. Deja que los médicos hagan lo que deben hacer.
La abogada giró el rostro rápidamente, clavando sus ojos verdes en los miel de él— Tu eres médico— dijo entonces.
— ¿Eh? Sí, pero…— respondió Watson, un tanto confundido.
— No era un pregunta, era una afirmación— lo interrumpió abruptamente—. Tú puedes revisar si estoy bien, y no esos incompetentes que--   
Pero no pudo terminar de hablar, ya que dos personas entraron, sin llamar, a la habitación. Nathaly fijó sus ojos en el más alto de los dos hombres, mientras que John giró el rostro y se quedó atónito ante la presencia del mismo. Un médico, vestido con una bata blanca, de tez pálida, cabello negro azabache y estatura media, entraba acompañado por un hombre alto, de postura firme, cabello castaño oscuro, ojos celestes, vestido con un impecable traje gris y con un paraguas en la mano.
— Señorita Harver, tiene visitas— dijo el médico, pero luego fijó su atención en John, el cual aún seguía algo anonadado por ver a Mycroft Holmes allí— Disculpe, pero… ¿usted quién es?
El doctor abrió la boca un par de veces, pero sin emitir sonido alguno. Entonces, fue la mujer quién respondió por él.
— Es mi pareja.
John la miró automáticamente. Ella estaba completamente seria, mirando con algo de desprecio al médico. Su cabeza estaba comenzado a dar vueltas, no estaba entendiendo demasiado de todo aquello.
Mycroft alzó una ceja, inclinando un poco la cabeza ante la afirmación tan rotunda de la castaña, pero no dijo absolutamente nada. Mientras, el médico del hospital resopló y se le acercó. Antes de que la mujer pudiera reprochar algo, ubicó una bolsa de suero en su soporte y la tomó del brazo.
— Señorita Harver, debe dejarme— dijo, al recibir la mirada asesina de la misma.
Minutos después, con Nathaly ya debidamente conectada a todo lo que se debía, el médico ya fuera de la habitación y John aún atónito, Mycroft Holmes comenzó a hablar.
— Bien Nathaly, debes decirme exactamente qué es lo que recuerdas del accidente.
La chica abrió la boca para hablar, pero no pudo, ya que John lo hizo primero.
— Un momento… ¿Cómo es que se conocen?
El mayor de los Holmes lo miró, algo extrañado.
— Creí que eran pareja, John… ¿Acaso Nathaly no te dijo que trabaja para mí?
Watson abrió los ojos de par en par. Luego miró a la mujer— ¿Trabajas para él? Dijiste que eras abogada.
La castaña, que aún no había vuelto a mirarlo a los ojos desde que el otro hombre entrara en la habitación, chasqueó la lengua suavemente. Aún así, fue Mycroft el que respondió:
— Es abogada, y trabaja para mi, en el gobierno. Ahora, Nathaly, dime lo que ocurrió.
El rubio arqueó las cejas y miró a la castaña. Ella ignoró por completo su mirada y, mirando fijamente a su jefe, comenzó a hablar.
— Iba a almorzar, estaba a punto de…— miró al ex-militar de reojo por un segundo para luego volver la vista hacia Holmes—…enviar un mensaje a John para ver si quería almorzar conmigo y…— se detuvo, comenzando a parpadear rápidamente. Tragó saliva y se recostó más sobre la camilla, comenzando a mirar a ambos hombres por turnos. Parecía un tanto confusa y algo temerosa—. No recuerdo nada desde que tomé mi celular y frené en un semáforo, dispuesta a escribir.
Ambos la miraron, casi sin poder creerlo. John acercó su mano a la frente de ella y le dio una ligera caricia. No tenía fiebre, estaba completamente bien. Quizás por el trauma no podía recordar nada aún, o quizás… Alejó sus pensamientos automáticamente de aquel hilo, no quería pensar en que Nathaly había tenido una fuerte contusión en la cabeza, que desencadenara en algo más que una simple herida.
— No lo recuerdas— repitió el mayor de los Holmes, alzando una ceja. Luego se puso de pie y miró a Watson— John, debo pedirte que nos dejes hablar a solas— el aludido lo miró a los ojos, luego posó su vista en ella y por último se puso de pie –ya que estaba sentado en una butaca al lado de la camilla–, dispuesto a salir— Llama a un médico— agregó por último Mycroft, muy seriamente.
John Watson salió al pasillo, con un nudo en la garganta. Cerró los ojos y suspiró, cansado. El día anterior estaba atendiendo tranquilamente en su consultorio, tratando de volver a su vida normal, y ahora se encontraba de nuevo involucrado en algo extraño y peligroso. Algo en lo que Mycroft Holmes también estaba involucrado… Eso era malo, muy malo, a decir verdad… Pero por alguna razón, se sentía bien, nervioso, pero bien. Y sus pensamientos lo llevaron una vez más hacia Sherlock. Una sonrisa se dibujó en su rostro, una suave, pero sonrisa al fin.
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— ¿Cómo supiste que estaba aquí?— preguntó la mujer castaña al hombre que la miraba fijamente.
— Sherlock me avisó, vio lo del accidente en la televisión— respondió Holmes.
— ¿En la televisión? Pero si Sherlock la odia— dijo extrañada la abogaba, para luego suspirar y acomodarse mejor en la cama.
— Estás preocupada por John— volvió a hablar el diplomático, ignorando completamente su comentario—. Se te nota a la legua— añadió, al ver la cara que le ponía su interlocutora—. Sherlock se decepcionará de ti cuando se entere de que tus sentimien--  
— Sherlock sabe perfectamente que tengo sentimientos, no como tu— lo interrumpió Nathaly, antes de que pudiera terminar de hablar—. Lo sabe desde que nos conocimos, y aún así confía en mí… Ahora dime, ¿qué es lo que ocurre? ¿Qué rayos está pasando?
— Sherlock cree que fue Moran y sus hombres quienes provocaron el accidente— respondió Mycroft, luego de suspirar profundamente y tratar de ignorar el tono de voz y lo que había dicho la mujer—, por eso quería saber qué era exactamente lo que había ocurrido, pero si no lo recuerdas…
— ¿Por eso le dijiste a John que llamara a un médico? ¿Para ver si hay algo en mi cerebro que me impide recordarlo?— preguntó en voz baja. Comenzaba a sentirse algo mal, no quería tener que depender de médicos ni de medicamentos para poder vivir. Había experimentado ese tipo de vida y no quería.
El mayor de los Holmes inclinó un poco la cabeza, para luego responder— Eso, o te han suministrado algún tipo de droga, la cual no sólo hizo que tuvieras este “accidente” sino que también borró de tu memoria los hechos sobre él.
Nathaly volvió suspirar profundamente, dirigiendo la vista hacia la puerta de la habitación y vislumbrando que John acababa de volver, acompañado por el mismo médico que la había visto hacía unos minutos. Mycroft giró el rostro para ver lo mismo que ella, se puso de pie y tomó su celular, dispuesto a llamar al Inspector Lestrade. Se dirigió a la puerta mientras discaba y le dijo, justo antes de ponerse el móvil en la oreja:
— Vas a estar bien… y John también— abrió la puerta, dejando pasar a los dos doctores, mientras escuchaba como la voz del detective de Scotland Yard lo atendía—. Lestrade, soy yo. Necesito que vengas al Royal, Nathaly Harver, la mujer que tuvo el accidente hoy, está internada aquí.
Los dos médicos, mientras tanto, se acercaron a la mujer. John tomó su mano de forma cariñosa, no sin antes percatarse del extraño modo en que Mycroft hablaba con Lestrade, que era decididamente informal. El otro, por su parte, luego de revisar los aparatos y el suero de ella, dijo:
— Si no recuerdas algo, tendremos que hacerte una tomogr--  
— No… hagan un examen toxicológico— Nathaly, John y el doctor miraron al hombre que había hablado, el cual aún tenía el celular en una oreja, ya que no había terminado de hablar con el inspector—. Tenemos serias sospechas de que ha sido envenenada o drogada de alguna forma, por lo tanto debe hacerlo.
— De acuerdo— respondió el médico. Luego salió de la habitación, para ir a buscar a una enfermera.
— ¿Drogada?— preguntó extrañado John, aunque debía admitir que eso lo aliviaba un poco. Una droga podía salir fácilmente del sistema, no así una contusión en el cerebro— ¿Qué está pasando aquí?— miró a Mycroft, para luego clavar sus ojos en los de Nathaly.
— No fue un accidente, John, por eso estoy aquí, y por eso pronto vendrá Lestrade— dijo en forma de respuesta el hombre, luego de cortar su comunicación telefónica—. Ahora debo irme, te encargo de que permanezcas con ella hasta que él llegue, ¿sí?
Y sin decir más, se marchó de allí, dejando a la pareja sola.
John volvió a mirarla. Sin soltar su mano se sentó en la banqueta a su lado y simplemente esperaron…
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 ...continuará...

viernes, 27 de julio de 2012

Amor... ¿de verano?


Amor… ¿de verano?



Se encontraba sentado a la barra de aquel boliche, revolviendo distraídamente el sorbete de su trago largo. Tenía la mirada perdida, hacia la pista de baile, donde probablemente cientos de jóvenes, de diversas edades bailaban sin ninguna otra cosa mejor que hacer. Él estaba ahí aparentemente por lo mismo, porque eran las vacaciones de verano, porque estaba lejos de su casa, porque estaba de viaje… Cualquiera diría que tampoco tenía nada mejor que hacer que estar ahí, en ese boliche, tomando un trago. Pero no, él tenía una razón para aquello, y una muy buena a decir verdad: amor.
Si, estaba ahí por culpa del amor. Pero no de cualquier amor, de uno muy especial, de uno del cual intentó escapar, pero por más que intentó no pudo; de uno por el cual lo tacharon con muchos nombres diferentes, por el cual le llamaron idiota. Pero no podía evitarlo, era más fuerte que él, simplemente no podía.
Suspiró profundamente y se quitó un mechón de cabello de la cara, acomodándolo detrás de su oreja; lo llevaba medio atado en una pequeña coleta, pero a decir verdad, su lacia melena negra azabache hacía lo que quería con aquel clima cálido y húmedo, por lo que no le interesaba demasiado, siempre y cuando no estuviera sobre sus ojos. Fue entonces cuando recordó su cabello, sus rubias hebras lacias y suaves, que enmarcaban el más perfecto de los rostros, adornado por los ojos celestes más preciosos que había visto jamás. Y pensar que hacía un año que no lo veía, que no escuchaba su voz, que no acariciaba aquel cabello, aquella piel… que no besaba esos labios, que no sentía ese cuerpo…
Un ligero escalofrío lo recorrió entonces, haciendo que se le erizaran los pelos de la nuca. Una mano suave y delicada le recorrió la columna vertebral y terminó enredándose entre su cabello. Sonrió de lado y giró un poco el rostro. Ahí estaba él, como habían acordado, como se habían prometido. Un año después, aquel hermoso rubio que había robado su corazón le sonreía de forma pícara, comenzando a juguetear con uno de sus mechones.
— Deidara…— susurró el morocho, sin poder evitar clavar sus profundos ojos negros en los cristalinos del otro.
— Tanto tiempo sin vernos, Itachi…— dijo en forma de respuesta el rubio, que, sin más, lo atrajo hacia sí y unió sus labios.
Sin poder resistirse, como si fuera una droga, ambos se abrazaron al cuerpo del otro, acariciándose posesivamente, besándose como si fuera la última vez que lo hacían. Sus lenguas jugaban lujuriosas, tratando de ver cual tenía el control, sus dedos aferraban fuertemente los mechones del cabello del otro y sus corazones se habían acelerado de tal forma que parecía imposible detenerlos.
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No pasó mucho tiempo para que salieran de aquel boliche y fueran a la habitación de hotel de uno de ellos. Los dos estaban lejos de sus casas, los dos estaban de vacaciones, sin más compromiso que la cita de sus cuerpos en aquella mullida cama. Se amaron como lo habían hecho el verano anterior. Lujuria, pasión, deseo… amor. Todo se mezcló en aquel cuarto de hotel de aquella ciudad veraniega que los había visto conocerse.
— Itachi…— susurró el rubio, acariciando el brazo de su amante, el cual estaba recostado a su lado, mirándolo. El morocho le respondió con una sonrisa y un pequeño “Um?”, por lo que continuó hablando—. Este ha sido el año más tedioso de mi vida… y hoy, la noche más hermosa.
— Lo mismo digo— respondió él, sonriendo, para luego besar sus labios con delicadeza—. Te amo Deidara, más de lo que imaginé que podía llegar a amar a alguien.
El joven de ojos celestes correspondió al beso y luego sonrió— También te amo, Itachi. Prométeme que cada verano, sin importar lo que ocurra, nos veremos en esta ciudad.
— No— dijo el Uchiha negando con la cabeza, sin dar ninguna vuelta, haciendo que Deidara abriera los ojos de par en par, completamente anonadado—. No puedo verte sólo cada verano, necesito verte todo el año, todo los días, asique no puedo prometerte tal cosa.
El rubio lanzó una risita y se acurrucó contra el cuerpo del otro, para luego decir—. Me parece bien, no, perfecto. Entonces… ¿me prometes que no solo nos veremos en verano?
— Una y mil veces.
Y dicho esto sellaron aquella promesa con un beso. Y la cumplieron. Aquello que había comenzado como una aventura de verano, se convirtió rápidamente en un amor de varano y, con el correr del tiempo, en un amor eterno, de esos que duran toda la vida. Y aunque se veían durante el invierno, el otoño y la primavera, todos los veranos volvían a aquella ciudad que los había unido para celebrar su aniversario, el aniversario de aquellas locas vacaciones en las cuales había empezado todo.
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Gripe


Gripe



- Eres testarudo- dijo el morocho, mirando de reojo al rubio, mientras éste comenzaba a salir de la cama.
- ¡Odio estar acostado todo el día Itachi! ¡Y lo sabes!- gritó, con voz ahoga, el explosivo Deidara.
El Uchiha lo miró de frente, esta vez clavando sus profundos ojos negros en los cristalinos del otro.
- Tienes fiebre, debes quedarte en cama.
- ¡No!- sentenció el ojiazul- Y no podrás hacer nada para evitar que salga de aquí- agregó, saliendo de un salto de la cama.
- ¿A no…?- comenzó a decir el mayor, mientras se acercaba al rubio.
Deidara intentó evadir a Itachi, pero no pudo. El Uchiha lo tomó del brazo y lo lanzó sobre la cama una vez más.
- Te quedarás ahí- le dijo, colocándole una mano sobre el pecho y presionándolo para que no pudiera levantarse.
- ¡Te dije que no!- chilló el joven, intentando zafarse con todas sus fuerzas.
- Y yo te dije que si- lo contradijo el morocho, acercando su cara al que estaba debajo suyo, haciendo que sus narices chocaran.
- Oblígame- dijo el rubio, con una voz completamente congestionada a causa de la intensa gripe que tenía.
El Uchiha dibujó una maligna sonrisa en su rostro. Sabía perfectamente que su amante le había dicho eso a propósito, pero por ningún  motivo iba a contradecirlo.
- Okey….- dijo en forma de respuesta y plantó un suave pero acalorado beso en los labios del rubio.
Deidara no pudo resistirse y respondió con pasión a dicho beso, rodeando el cuello de Itachi con sus brazos y empujándole el cuerpo con una de sus piernas para que se subiera encina suyo. Sin negar la petición de su amante, el joven de ojos negros se subió encima del ojiazul y comenzó a repartir besos por todo el cuello del rubio, bajando poco a poco. Cuando se separó un poco, el menor se quitó él mismo la chaqueta de su pijama, permitiéndole al otro que continuara saboreando su piel, esta vez, bajando por su pecho. La temperatura corporal del ojiazul comenzó a aumentar más y más, y su sudor febril fue reemplazado por el sudor producido por la excitación, al tiempo que comenzaba a tirar de las ropas del Uchiha para deshacerse de ellas.
En pocos minutos, ambos jóvenes estaban completamente desnudos entre las cálidas sábanas. La habitación pronto se llenó se los gemidos y gritos de ambos. Luego de juguetear largo rato con sus bocas y sus cuerpos, el rubio se colocó de espaldas al mayor y lo miró por sobre su hombro, con ojos llenos de deseo. Itachi no lo hizo esperar mucho y, con gran rapidez, lo penetró enteramente.
El chico lanzó un gran gemido. El mayor le besó la nuca y, susurrándole al oído, le dijo:
- ¿Estás bien?
- S-si, hazlo, muévete dentro mío, Itachi- contestó con lujuria.
El moreno satisfizo una vez más las necesidades del rubio, comenzando a moverse. Lo hizo primero de forma suave y pausada, haciendo que ambos lanzaran suaves gemidos; pero, poco a poco, fue incrementando la rapidez de sus vaivenes, por lo que esos mismos gemidos se fueron intensificando cada vez más, hasta que ambos llegaron al éxtasis. Deidara lanzó su néctar sobre las sábanas, mientras que Itachi lo hizo dentro de éste.

Exhaustos, agitados y completamente sudados, ambos jóvenes se recostaron sobre la cama. Itachi tomó rápidamente las sábanas y las frazadas que habían quedado tiradas por el piso y las volvió a colocar en su lugar, tapándolos a ambos. El rubio se acurrucó en su pecho y se tapó la cabeza completamente, al tiempo que lanzaba un pequeño estornudo.
- Creo que voy a estar mejor después de esto- le susurró a su amante, colocando su nariz, que estaba completamente helada, en el cuello del morocho.
- ¿Tú crees? Pues yo creo que…- el Uchiha también lanzó un pequeño estornudo- yo creo que no.
Deidara soltó una pequeña risita y, a los pocos minutos, ambos se quedaron completamente dormidos…

Al día siguiente, el explosivo rubio no era el único afiebrado de la casa, ya que su conyugue estaba junto a él, tan resfriado y debilucho que no podía levantarse de la cama.
- Eso te pasa por lanzarte arriba mío, sabiendo que la gripe es contagiosa- le dijo en tono de reproche Deidara.
- Como si no te hubiera gustado que lo hiciera- le respondió Itachi.
- Tanto como odio que estés al lado mío en este momento- dijo con ironía en su voz el ojiazul.
El joven de ojos negros como la noche besó a su amante en los labios y ambos se acurrucaron debajo de las sábanas… definitivamente pasarían varios días más sin levantarse de la cama…

martes, 24 de julio de 2012

Believe in me - Capítulo 1




I

Otra vez se encontraba ahí, mirando hacia arriba, con el celular en la mano, escuchando su voz, a la vez que lo veía sobre aquella maldita azotea. Siempre era igual, él le pedía que no lo hiciera, pero él simplemente le decía adiós y daba el último paso, hacia el vacío… Y luego todo se volvía oscuro, las sombras lo envolvían y no podía escapar, no podía correr para tomar entre sus brazos a su preciado amigo. Una y otra vez pasaba lo mismo, por más que intentara despejar su mente, no podía, siempre soñaba con el día en que Sherlock se había lanzado desde la azotea del Bart’s, suicidándose.
Y como todas aquellas veces, terminaba despertando, descubriendo la cruel realidad, cubierto de un sudor frío que hacía que reiterados escalofríos recorrieran su espina dorsal. Y ese día, fue su alarma-reloj la cual lo sacó de aquella vivida pesadilla.
— ¡Sherlock!— gritó, abriendo los ojos de par en par e incorporándose un poco en la cama. Estaba agitado, y mucho, como si hubiera corrido una maratón. Era lunes y debía ir a trabajar, como todos los días de su ahora monótona vida.
Se sentó por completo en la cama y, suspirando, miró el lugar en donde se encontraba: ya no era aquella acogedora habitación en el 221B de Baker Street, no; no había podido volver ahí desde la muerte del detective consultor, y ahora vivía en un mono-ambiente mediocre, quizás un poco mejor que él tenía antes de conocer a Holmes, pero seguía siendo mediocre y para nada acogedor, ni qué decir de bonito. Hasta le daba pena llevar a alguna que otra cita allí. Sin dar demasiadas vueltas, se levantó, tomó su bastón –el cual usaba ocasionalmente, ya que había días en los cuales su pierna no le permitía ni siquiera mantenerse en pie, mientras que otros, podía caminar perfectamente– y se dispuso a comenzar su día y su semana.

Lo que John Hamish Watson no sabía, era que ese día, y esa semana, no serían rutinarias, para su entera y completa felicidad.
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Hacía rato que el Big Ben había anunciado que eran las cinco de la tarde, cuando John regresaba, caminando, a su departamento. Había sido un día como cualquier otro: por la mañana, atendiendo sus turnos asignados para luego almorzar, encontrándose con el inspector Lestrade de casualidad y, después de compartir un café con éste, terminar atendiendo la guardia del hospital en el cual trabajaba por la tarde.
El tiempo estaba agradable, después de todo estaban en verano y por una de esas bendiciones milagrosas, el cielo londinense había decidido por fin mostrar los agradables rayos de sol a quienes vivían bajo él, era esa la razón por la cual el doctor había decidido volver caminando y no en taxi, como siempre hacía.
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Mientras, por una de las numerosas callejuelas de Londres, de esas que parecen laberintos, dos personas corrían. Una mujer, que aparentaba unos treinta años, de cabello castaño caoba ondulado, bastante largo, atado en una media cola, de ojos color verde esmeralda y tez bastante pálida, era perseguida por un hombre. Un hombre de gran estatura, cabello grisáceo y algo undulado, con barba del mismo color y unos penetrantes y siniestros ojos negros. La piel de su rostro estaba curtida y marcada por las inclemencias de una vida rodeada de guerra y violencia, que había forjado su carácter y decidido su círculo de “amistades”. Y era por esas precisas “amistades” por las cuales estaba persiguiendo a la mujer, la cual había decidido involucrarse en un círculo semejante, pero a la vez muy diferente que el de él. No se conocían, nunca habían intercambiado más de tres palabras seguidas, pero ambos se odiaban y sabían que debían hacerlo, porque así era su vida: ellos obedecían, cumplían órdenes, escuchaban y guardaban secretos, mataban y estaban dispuestos a morir… Porque eso habían decidido dentro de su círculo de amistades.
La mujer corría lo más rápido que le permitían sus zapatos, por lo que su perseguidor la estaba alcanzando. Debía hacer algo si quería perderlo de vista o que, al menos, no la atrapase, por lo que dobló en varias ocasiones, hasta quedar a pocas cuadras de una de las avenidas más concurridas de la ciudad. Como agente que era, conocía bastante bien esas calles y estaba más que segura que en poco tiempo aparecerían en una concurrida calle, lo que haría que pudiera perderle el rastro.
Pero en cuanto pisó la vereda de aquella calle, sus sentidos le jugaron una pasada, haciendo que chocara contra alguien y que ambos calleras al suelo, ella sobre él. Porque de lo único que se había percatado era de que era un Él.
— Disculpe— dijo automáticamente, comenzando a levantarse y mirando al hombre. Abrió los ojos de par en par, era de cabello corto y rubio, ojos de un color entre el miel y el gris verdoso y mirada algo tristona pero bondadosa. Se puso de pie de un salto y, mirando hacia el lugar desde donde ella misma había llegado, le tendió una mano—. Lamento haberlo empujado.
El hombre la miró por unos instantes, parpadeando unas cuantas veces –lo había tomado completamente desprevenido, haciendo que sus sentidos se idiotizasen un poco– para luego tomar la mano que ella le tendía y ponerse de pie con su ayuda. Pero no dijo nada, sólo la miró con la boca apenas entreabierta, mientras la castaña miraba para todos lados, como buscando a alguien entre la multitud.
— Oh— dijo entonces la mujer, viendo el bastón y levantándolo—, ¿es suyo, verdad? De veras lo lamento mucho, no me fijé por donde iba.
— Descuida, no te preocupes…— dijo al fin él— ¿Te encuentras bien? Pareciera como si…
Pero no pudo terminar de hablarle, ya que ella salió corriendo, de nuevo, sin decir absolutamente nada. No iba a darle demasiada importancia –al fin y al cabo, era una desconocida y todos tenemos secretos–, cuando un hombre pasó veloz como el rayo por detrás suyo, en la misma dirección que ella. Giró automáticamente, observando como aquel hombre estaba, en realidad, persiguiéndola. John Watson suspiró profundamente, cerrando los ojos, repitiéndose constantemente: “No John, no es de tu incumbencia, no te metas. No puedes hacer nada. No lo hagas…”
Cuando se decidió a que no haría absolutamente nada, abrió los ojos y vio algo en el suelo: un celular. Era de ella, por supuesto, ¿de quién más? Lo recogió y lo miró por unos segundos, definitivamente era de ella –después de todo, no había pasado un año y medio con Sherlock Holmes sin aprender nada de él–, luego miró en la dirección en la cual había salido corriendo delante de su perseguidor.
— Maldición— dijo entre dientes, justo antes de salir corriendo también, bastón y celular en mano, dispuesto a ayudarla, sea como fuere.
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La castaña seguía corriendo. Había vuelto a meterse por una de esas callecitas que conocía tan bien. Su plan había fallado horriblemente. Había sido una verdadera tonta al pensar que podía entrar a aquella calle como si nada, sin chocarse con nadie… y encima, de todas las personas que había en Londres, había chocado con él, ¿porqué con él? Era una maldita casualidad, aunque no creyera en ellas… ¿Qué clase de conspiración universal había sido la causa? ¿Acaso los planetas se habían alineado? ¿O simplemente los dioses querían divertirse? Sea como fuere, ahora debía concentrarse en escapar viva de allí o, al menos, sin que los secretos que conocía fueran revelados.
Luego de dar varias vueltas, llegó a un enrejado, el cual le impedía el paso. Pero eso no era obstáculo para ella, después de todo, había sido entrenada por el mejor. Escaló aquel obstáculo rápidamente, continuando con su camino como si nada; por supuesto, su perseguidor también lo saltó automáticamente, él también había sido entrenado por los mejores después de todo. Unos cambios de dirección más y entonces se vio verdaderamente atrapada, en un callejón sin salida: tres paredes, tres edificios de más de diez pisos cada uno, y las ventanas más bajas a su alcance estaban, al menos, en el cuarto. Suspiró profundamente, una vez más, se había equivocado. Debía repasar los planos de la ciudad al regresar, si es que podía hacerlo, claro está.
Miró por encima de su hombro, su perseguidor aún estaba algo lejos, por lo que se arriesgó. Con un ligero movimiento de pies, se quitó los zapatos, retrocedió unos pasos y corrió hacia la pared que obstruía su camino, dando un salto. Alcanzó a agarrar con su mano derecha una pequeña saliente. Pero desafortunadamente, sus brazos eran más débiles que sus piernas, por lo que no tardó en caer de nuevo al suelo.
— Fin del camino— dijo aquella voz grave y enronquecida.
Ella lo miró, sonriendo de lado— Eso parece.
El hombre, entonces, mostró una sonrisa despiadada, al tiempo que sacaba su pistola, una Beretta 92, y la apuntaba directamente a la cabeza.
— ¿No vas a responder a mi pregunta, acaso?
Ella hizo un ligero movimiento de labios, mirando a un punto distante, más allá de quien la estaba amenazando, para responder:
— Disculpa, es que entre tanto ajetreo se me olvidó, ¿qué era lo que querías sabes?
— No me tomes el pelo, engreída. Ahora dime, ¿en dónde está?
La mujer clavó sus ojos verdes en los negros de él y, sin dejar de sonreír, respondió.
— Sobre mi cadáver.
— Como digas— accionó el cartucho, colocó su dedo en el gatillo y se dispuso a disparar.
Pero justo en ese momento, la tercer persona que se encontraba en aquel callejón sin salida, tomó con fuerza su bastón metálico y asestó un fuerte golpe en la nuca del atacante, aturdiéndolo, haciendo que soltara el arma y cayera de bruces contra el suelo, inconsciente.
El médico ex-militar miró por unos segundos a quién acababa de golpear, para luego bajar el bastón y mirar a la mujer, con una mueca en su rostro, que quería ser una sonrisa.
— ¿Estás bien?— le preguntó.
Ella se puso de pie y se le acercó— Si, muchas gracias. Creí que necesitaba de ese bastón para poder caminar.
— Solo a veces— dijo en forma de respuesta el rubio, incrementado su sonrisa—. Olvidaste tu teléfono en la acera— agregó, señalando con su cabeza en la dirección desde donde había llegado y mostrándole el aparato a la chica.
— Gracias— volvió a decir, tomándolo—. Podría decirse que mi vida está en este maldito aparato, aunque deteste admitirlo.
Él lanzó un pequeño suspiro de risa. Luego miró al hombre tirado a sus pies, se le acercó, le midió el pulso y, volviendo a levantarse, dijo:
— No tardará en despertar, creo que sería mejor salir de aquí.
— Ni que lo diga— la mujer extendió su mano, en señal de saludo— Nathaly Harver.
John estiró su brazo, estrechando la mano de ella y mirándola fijamente— John Watson.
Ella también lo miró fijamente, para luego colocarse los zapatos y comenzar a caminar.
— Doctor John Watson, ¿verdad?
El rubio la miró algo intrigado, siguiéndola— Así es… ¿cómo supiste?
— Leía su blog— respondió—. Y también el de su amigo, Sherlock Holmes.
— Oh, claro…
— Ambos me parecían geniales. El suyo era divertido, especialmente por los comentarios de Holmes acerca de los detalles en sus relatos, que a decir verdad, me parecían muy buenos.
— Gracias— dijo él, riendo por lo bajo, recordando las muchas veces en las que Sherlock se había quejado de que le quitaba todo lo importante a los casos.
Caminaron por un buen rato, sin hablar mucho más, hasta llegar a una calle más transitada. Al hacerlo, Nathaly lo miró con una sonrisa en sus labios.
— Fue un placer conocerlo Dr. Watson, y muchas gracias por lo de recién— hizo una pausa—. Espero volver a verlo en alguna otra ocasión, más agradable, por cierto— agregó, comenzando a caminar hacia la derecha.
— Lo mismo digo.
John se quedó mirando a la castaña, pensando en varias cosas. Primero de todo, en cuanto la había visto sobre él, había pensando que era una mujer un tanto extraña, su rostro parecía como el de cualquier otra mujer, pero sus ojos tenían una mirada extraña, como distante. Luego, cuando la vio siendo amenazada de muerte, se dio cuenta de que esa distancia que mostraban sus ojos era en realidad frialdad, una frialdad que había visto pocas veces, y casi nunca en una mujer. Ahora, su opinión sobre que era una mujer extraña, pero normal a la vez, había vuelto, y sólo con haber hablado unas cuantas palabras sobre su blog. Se dispuso a seguir con su camino, en la dirección opuesta a la que había tomado ella, cuando su voz lo detuvo.
— Dr. Watson— él se giró, para mirarla. Ella había retrocedido todo lo que había andado, para volver a estar a sólo unos pasos de él— ¿Qué le parece si ahora mismo tenemos ese encuentro más agradable? ¿Le apetece una taza de café?— y sonrió.
Y esa sonrisa le bastó al ex-blogger para pensar que ella, definitivamente, era extraña, pero tan normal como cualquier otra mujer.
— Estaría encantado, pero por favor, llámame John y… no es necesario que seas tan formal.
— De acuerdo, John.
Y se dirigieron, juntos, a un pequeño bar cercano, para compartir esa taza de café y una grata conversación.
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— ¿Qué quieres decir con qué no pudiste?
— Lo que escuchas, alguien me golpeó en la cabeza justo cuando estaba por liquidarla.
— ¡¿Y quién dijo, en primer término, que podías “liquidarla”?!
Había pasado poco más de media hora y el perseguidor de Nattaly estaba sentado, sosteniendo una bolsa de hielo contra su nuca, enfrente de un hombre alto, delgado, de facciones duras y bien marcadas, mandíbula ancha y cabello negro entrecano, con una incipiente barba del mismo color y profundos ojos grises. Aquel hombre clavó sus imperturbables ojos en los de su subordinado, esperando por una respuesta inmediata. Pero el otro no respondió, solo resopló fuertemente, entrecerrando un poco los ojos. Entonces su jefe volvió a hablar.
— ¡No tienes que matarla hasta descubrir en dónde rayos está!
El otro apretó fuertemente sus labios, como si estuviera tragándose varias cosas por decir. A lo que su interlocutor agregó.
— Di lo que piensas de una vez.
— Pienso que no está aquí.
El de ojos grises lanzó una carcajada— ¡Claro que está aquí! Lo seguí por toda Europa imbécil, ¡se que está aquí, solo tienes que averiguar en donde!
— Si lo siguió por toda Europa, ¿entonces por qué rayos no lo asesinó allí?
— Eso no es de tu incumbencia— se puso de pie y comenzó a caminar por la pequeña y oscura habitación en la cual se encontraban—. Tienes que sacarle esa información a la señorita Harver, ella sabe todo lo que necesitamos.
El otro volvió a resoplar, para luego ponerse pie también, lanzando sobre una pequeña mesa que estaba a escasos metros la bolsa con hielos. Luego se dispuso a salir, no sin antes mascullar:
— Mañana la tendrá en el hospital, con total seguridad y allí, le aseguro, podrá sacarle todo lo que necesita.
Y sin más, se fue. El otro hombre, entonces, tomó su celular y tipeó un corto mensaje, para luego enviarlo. Nathaly Haver era una pequeña mosca y no iba a tardar en caer en la gran red de la araña madre.
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— Entonces, ¿de qué trabajas exactamente? Eres abogada, pero acabas de decirme que no tienes muchos juicios— preguntó un intrigado –pero divertido– John Watson a la mujer que tenía enfrente.
— Si, es un poco complicado— respondió ella, tomando su taza y llevándosela a los labios—. Bueno, no en realidad. Trabajo en un estudio de abogados, por lo que aunque no tome ningún caso, hago trabajos menores y cobro un sueldo, lo que permite vivir.
— ¿Y por qué es que no tomas casos? ¿Quiero decir, no es para lo que estudiaste?
— Si…— tomó un sorbo de café y volvió a apoyar la taza sobre su platillo—. Mi jefe dice que porque soy demasiado buena no me llegan casos que pueda tomar— el rubio la miró, extrañado, por lo que agregó, para aclarar—. Buena en el sentido de buena persona, no abogada.
— ¡Oh, claro! Ustedes deben ser malos y mentir todo el tiempo, ¿no?— exclamó él divertido. Ella lanzó una risita ante su comentario, por lo que no pudo evitar reír también—. En fin…— clavó sus ojos en los de ella, para luego ponerse serio de repente. No sabía con exactitud si preguntar o no. No era de su incumbencia, lo sabía, pero aún así no podía evitar sentir curiosidad por el motivo de su persecución con aquel hombre, especialmente porque ella le inspiraba bondad y cariño—. Sé que sonará que soy algo… metido, pero… ¿por qué te seguía ese tipo?
— Hum…— Nathaly soltó un pequeño suspiro—. Lo siento, John, pero no puedo decírtelo.
— Lo supuse.
Se miraron por un largo rato en silencio, ambos perdidos en sus pensamientos, mirándose fijamente a los ojos. Ambos intentaban saber en qué estaba pensando el otro, pero no podían averiguarlo. Los dos compartían esa mirada triste y algo alejada de la realidad, como si estuvieran deseando vivir en otro momento, en un momento pasado en el cual habían sido más felices. Y así era, o al menos así era para John, porque debía admitir que desde hacía casi dos años deseaba retroceder el tiempo de alguna manera, para no tener que mudarse nunca de Baker Street, para seguir correteando por Londres junto a su más cercano amigo, el cual ya no estaba y para no tener que verlo saltar de esa azotea todas las noches, en sus pesadillas. Ella, por su parte, se preguntaba en realidad cuál había sido la razón por la cual se había encontrado con el doctor justo en ese momento. No podía evitar que hubiera pasado si la casualidad los hubiera encontrado antes… Unos dos años antes, quizás. Pero ahora todo era diferente para ambos. Estaban solos, necesitaban compañía, verdadera compañía. Y en cierta medida, ambos sabían que podían encontrarla en el otro, pero acababan de conocerse y por más que sus corazones hablaran, sus cerebros los estaban acallando en ese preciso momento.
Pero entonces fue ella quien rompió el silencio, haciendo que el rubio se sobresaltara un poco.
— Ya anocheció. Será mejor que me vaya— y dicho esto, sacó un poco de dinero de uno de los bolsillos de su saco y lo dejó sobre la mesa. Luego se puso de pie y miró al hombre enfrente suyo.
— Te acompaño— dijo John, poniéndose de pie también.
— No tienes porqué…
— Un hombre te persiguió por las callejuelas de Londres y te apuntó con un arma, te acompañaré hasta tu casa.
Ella sonrió, desviando la mirada un poco. Sabía que él era un hombre con un corazón enorme y de una bondad inigualable, todo su ser le decía que debía hacerle caso, pero una parte de su mente sabía que eso sólo podía traer problemas.
— De acuerdo— terminó diciendo al final, sucumbiendo a los mandatos de su corazón.
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Caminaron por un buen rato, la temperatura del ambiente había disminuido bastante, a causa del viento norte que había comenzado a soplar, el cual había traído consigo nubes que ahora cubrían el cielo nocturno. No hablaron demasiado en el trayecto, solo se limitaron a comentar el brusco cambio climático y sus vanas esperanzas de que no lloviera al día siguiente, hasta que pasaron por delante de cierto bar que le trajo recuerdos a John. Nathaly lo miró, notando en sus ojos un dejo de nostalgia, por lo que se atrevió a preguntar:
— ¿Buenos recuerdos?
Él la miró, aún enfrascado en aquella noche en la cual había salido corriendo detrás de Sherlock por primera vez, dejando olvidado su bastón en aquel bar. Pero la mirada de ella sólo lo hizo sonreír, apenas unas horas antes, había sido partícipe de una escena bastante similar, solo que con la castaña como protagonista.
— Buenos— dijo al fin, continuando con su caminar.
— Sherlock Holmes— pronunció entonces la mujer, en un tono de voz extraño, como si tuviera al detective enfrente suyo y se estuviera dirigiendo a él. John volvió a mirarla, esta vez con una mueca de extrañeza en su rostro—. Disculpa… Es un recuerdo junto al señor Holmes, ¿verdad?
— Si— respondió el rubio, luego de lanzar un suspiro—. Suena extraño dicho así, pero sí, es un recuerdo relacionado con Sherlock.
— ¿Por qué te suena extraño?
— Porque nadie lo llama así, especialmente luego de… bueno, ya sabes— desvió la mirada, clavándola fijamente en el bastón que tenía entre sus manos, el cual ya no estaba usando para sostenerse.
Ella no respondió, simplemente se le acercó y le colocó una mano en el hombro, mirándolo con cariño.
— Las personas deberían saber la verdad, y tu puedes contárselas, John.
Watson negó con la cabeza, levantando el rostro y clavando sus ojos en los de ella— No, no puedo.
— Al menos deberías intentarlo. Hay quienes aún revisamos tu blog, esperando por ese relato final…— ella también tenía la mirada clavada en la de él, y se acercó aún más, para continuar hablando—. Hay quienes creemos que lo que dijeron los periódicos aquella vez era falso, quienes admirábamos y confiábamos en Holmes y en verdad necesitamos saber…
— Pero en verdad no puedo hacerlo Nathaly, las palabras simplemente no salen, por más que quiera. Es demasiado…
— Doloroso, lo sé— terminó la chica de ojos verdes, dando un último paso hacia John, para que la distancia que los separaba desapareciera por completo, dejando sus cuerpos casi pegados. Ambos había comenzando a susurrar, sin poder quitar los ojos de los del otro—. Pero sacarlo liberará un poco de la carga y el sufrimiento que llevas sobres los hombros John— y esbozó una dulce sonrisa.
John tragó saliva, recorriendo con la vista cada uno de los rasgos del rostro de Nathaly. Hasta ese momento, no se había percatado de cuan bella era. Su piel era blanca como el papel, interrumpida por pequeñas y suaves pecas que adornaban su nariz y la parte superior de sus pómulos; sus labios, finos y rosados, le parecían perfectos; sus ojos, de un verde brilloso, estaban adornados por largas pestañas, así como también por unas marcadas ojeras que el maquillaje no alcanzaba a cubrir, pero que los hacían resaltar más. Su frente estaba cubierta por varios mechones de su flequillo, el cual no pudo evitar correr suavemente con la punta de sus dedos.
No supieron el momento exacto en el cual sus rostros se acercaron tanto, pero ya no importaba, porque ambos estaban cautivados, perdidos en la mirada del otro. El médico, luego de despejar la frente de la abogada, bajó sus dedos hasta sus mejillas, sin perder el contacto con su piel, la cual era suave, muy suave. Ella deslizó su mano, que había estado apoyada en el hombro de él todo el tiempo, hasta su espalda, como intentado decirle que se apegara más ella. John lanzó un suspiro y apoyó su frente sobre la de la joven, para luego cerrar los ojos.
— ¿Lo extrañas?— preguntó Nathaly en un susurro, haciendo que su aliento chocara con la boca de él.
— Mucho— respondió el rubio, causando el mismo efecto. Luego abrió los ojos, para poder mirarla—. Nunca creí que lo extrañaría tanto.
— Es porque lo amas— se atrevió a afirmar la castaña.
El doctor Watson no dijo nada, no lo negó ni lo afirmó, ¿para qué hacerlo? Después de todo, era completamente cierto, amaba al hombre con quien había compartido tantas experiencias extrañas, que por más que lo siempre se había quejado nunca había dejado de amarlo, y había comprendido demasiado tarde, cuando estaba sobre aquella azotea.
— A veces es bueno recordar, y a veces es mejor olvidar— volvió a susurrar ella, tomando la chaqueta de él con sus dos manos y apretándola fuertemente— ¿Qué es lo quieres hacer, John?
— No lo sé— respondió Watson, sintiendo como su corazón se había acelerado de golpe y como su cuerpo se había olvidado del frío ambiente, para inundarse del calor que emanaba de la cercanía de Nathaly.
— Entonces— la castaña se separó de forma brusca, sintiendo como si todo su ser se helara por completo. Se sentía extraña, verdaderamente extraña. Por un lado quería abrazarlo y besarlo, pero por el otro, solo quería alejarse, correr lejos y no volver a verlo. Cerró los ojos, lo soltó y, luego de suspirar profundamente, continuó—, será mejor que me vaya. Buenas no--
Pero no pudo terminar la frase, porque John la tomó del brazo y tiró de ella, haciendo que sus cuerpos volvieran a unirse. Soltó aquel molesto bastón que llevaba, haciéndolo caer al suelo con un fuerte estrépito, y rodeó su cintura con su brazo, haciendo que no hubiera ni un solo milímetro de separación entre ellos. Y luego, sin decir ni una sola palabra, posó sus labios sobre los de ella, besándola con ternura y necesidad a la vez. Nathaly estaba sorprendida, a tal punto que sus músculos se habían tensado por completo, impidiéndole hacer cualquier movimiento. Tenía los ojos abiertos de par en par, por lo que podía ver a la perfección el rostro del hombre, el cual parecía sumamente relajado. John le soltó el brazo, para dirigir esa mano que la había apresado hacia su cabelló, internándola en él con suavidad. Fue entonces cuando sus sentidos se embotaron y se llenaron del aroma del médico, lo cual la relajó. Sus músculos se aflojaron, cerró los ojos y se adaptó a aquellos labios y aquellas manos que la estaban sosteniendo.
Se sentía raro, raro pero extremadamente tranquilo y bien, en especial cuando sintió que ella se entregaba a su beso, correspondiéndole. Hacía mucho tiempo que su corazón no se aceleraba de tal forma y su cuerpo entero pedía por entrar en tal contacto con el de alguien más. Se sentía como un adolescente, que no podía dejar de besar a su primer novia. Pero él no era un niño, era un adulto, un hombre y, como tal, no jugaría a nada, avanzaría de forma real y pasional, pero lenta. Entreabrió los labios un poco, con la intención de profundizar aquel beso, mientras empujaba más de la cintura de la castaña. Sintió como ella le rodeaba la espalda con sus brazos y también abría sus labios, permitiendo que sus lenguas se buscaran sensualmente.
No supieron exactamente como, pero terminaron en la casa de ella. Habían perdido por completo la noción del tiempo y aquel dulce beso se había transformado en una sucesión de ellos, uno más apasionado que el anterior, hasta que ya no fue suficiente… Las prendas sobraban, porque necesitaban sentir la piel ajena en contacto con la suya, ella deseaba que los labios de él recorrieran su cuerpo y él deseaba cumplirle ese deseo. Con pasos algo torpes, y movimientos bruscos de parte de sus manos para quitar las ropas ajenas, terminaron tendidos sobre la cama de la castaña.
La habitación se llenó pronto de susurros y gemidos, y sus paredes atestiguaron como aquellos dos que hasta hacía unas horas eran desconocidos se amaban, fundiendo sus cuerpos y uniendo sus almas…
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...continuará...