lunes, 30 de julio de 2012

Believe in me - Cap 2


II



John abrió los ojos de a poco, un leve resplandor se escabullía por entre las persianas de aquella habitación. Respiró de forma profunda y suave, para llenar sus pulmones del aroma que lo invadía, el cual era una mezcla de perfume de mujer, champú, té de menta y pan tostado. En sus labios se dibujó una sonrisa, mientras se giraba en la cama y recordaba lo acontecido el día anterior. Nathaly, como había supuesto, ya se había levantado, y en cuanto él se incorporó en la cama, apareció en su campo visual, con una bata blanca cubriéndola, el cabello húmedo cayendo sobre sus hombros y pechos y sus labios mostrando un sonrisa.
— Buenos días, doc— dijo, acercándosele y depositando un fugaz beso en sus labios.
— Buenos días— respondió él, sin quitar la sonrisa de su rostro— ¿Debes ir a trabajar, verdad?
— Si, lamentablemente si— respondió la mujer— ¿Quieres desayunar? Tengo bastante tiempo hasta la hora de entrar.
El ex-militar se encogió de hombros, en señal de afirmación, mientras miraba como ella sacaba un traje gris, junto a una camisa turquesa, de su armario y se vestía. Decidió que lo mejor sería que él también se vistiera, por lo que se bajó de la cama y recogió su ropa. Al cabo de unos minutos, ambos se encontraban sentados a la mesa del pequeño comedor de Nathaly con unas tazas humeantes de té y tostadas.
Estuvieron en silencio por unos cuantos minutos, mirándose ocasionalmente por encima de las tazas, hasta que John le dedicó una tierna sonrisa. Nathaly lo miró divertida, sonriendo también, para luego decir, también en tono divertido:
— ¿Dormiste bien?
El rubio alzó las cejas. En verdad no se esperaba una pregunta como aquella, después de todo, habían dormido juntos, abrazados el uno al otro. Pero supuso que era una buena forma de iniciar una conversación matutina, por lo que respondió:
— Perfectamente, ¿y tú?
— Como hacía tiempo no lo hacía.
Se miraron fijamente a los ojos, para luego comenzar a reír. Todo aquello se sentía demasiado familiar, como si se conocieran desde siempre, como si siempre hubieran tenido esa relación; y eso los reconfortaba, pero también les hacía caer en la cuenta de cuánto habían necesitado pasar un momento como aquel con alguien que los hiciera sentir queridos.
Un cuarto de hora más tarde, luego de terminar el desayuno, se dispusieron a partir hacia sus respectivos trabajos. John estaba a punto de ir caminando, pero ella lo detuvo, rodeando su cuello con sus brazos por la espalda, para luego susurrarle al oído.
— Puedo llevarte, si quieres.
Él la miró por encima del hombro, algo extrañado.
— ¿Tienes coche?
— Si— respondió, soltándolo y dirigiéndose hacia un Audi gris, el cual era de un modelo verdaderamente reciente. La castaña abrió las puertas del mismo y, girándose, lo miró. No pudo evitar soltar una risita ante la cara de sorpresa y admiración del hombre, para luego volver a hablar— ¿Vienes o no?
John negó con la cabeza, lanzando un suspiro de risa y caminado hacia el auto. Acababa de darse cuenta de que en realidad no sabía nada de ella, pero aún así, ya le tenía un gran afecto y ya no importaba demasiado. Se subió al auto y simplemente partieron.
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Justo mientras John y Nathaly salían del departamento de ésta, y mientras se disponían a subir al coche de la mujer, un hombre los observaba, desde el balcón de uno de los edificios de enfrente, a través de unos binoculares. El hombre de cabello gris los observó atentamente hasta que la pareja se alejó; luego se puso de pie –ya que había estado en cuclillas todo el tiempo– y tomó su celular, para comenzar a escribir un mensaje de texto, el cual envió automáticamente a su jefe.
—  “John Watson está con ella. Durmieron juntos. S scenicus.”
A los pocos minutos, mientras el sujeto acomodaba sus cosas, dispuesto a marcharse de allí, recibió una respuesta.
— “Hoy es tu límite, no lo sobrepases. SM.”
El moreno chasqueó la lengua, para luego tomar todo y marcharse. Debía encontrar a la mujer sola, en algún lugar lo suficientemente despejado como para que nadie los interrumpiera, y encontrar la forma de quitarle la información que necesitara; de lo contrario, aquel sería su último día sobre la tierra.
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Apenas habían pasado cinco minuto desde las ocho de la mañana: un hombre de cabello castaño oscuro corto, ojos celestes e impecable porte aristocrático se hallaba sentado en una preciosa y brillosa silla de madera, con las piernas cruzadas y leyendo un periódico. Se encontraba en una sala lujosa y sobriamente adornada con colores amarronados y oscuros, con una única ventana, por donde pasaba la tenue luz del sol, algo opacada por las cortinas blancas que la cubrían. Todo estaba en completo silencio en aquel lugar, hasta que la puerta se abrió bruscamente. El hombre, que no se sobresaltó en absoluto, levantó la mirada, para ver entrar a su hermano menor por ella y sentarse –o más bien desplomarse– sobre la silla que se encontraba justo enfrente de él. El más joven tenía el cabello ondulado y de un negro azabache brilloso, su rostro era tan frío y de rasgos tan marcados como el de su hermano, sólo que éste estaba adornado por unos penetrantes y más cristalinos ojos celeste-verdosos. Ambos era igual de pálidos y su estatura era considerable, por lo que podía verse cierto parentesco en ambos, el cual también podía notarse en la extremadamente brillante mente que poseían, pero, más allá de eso, no parecían estar relacionados, y nadie juraría que fueran hermanos.
— ¿Qué ocurre ahora?— preguntó el mayor.
— Se conocieron— respondió sencillamente el menor, hundiéndose un poco más en su asiento y estirando sus brazos sobre el apoyabrazos de éste—. Anoche.
El otro alzó una ceja y sonrió de lado, observando el gesto que se había dibujado en el rostro de su hermano y luego volviendo a concentrarse en el periódico del día.
— ¿Celoso?
— ¿Por qué habría de estarlo?
— Porque es más que evidente de que pasaron la noche juntos… Y no precisamente durmiendo de forma pacífica.
El de cabello ondulado apretó los labios fuertemente, para luego llevar su mano izquierda hasta su rostro y morderse suavemente la uña del dedo índice. Sin embargo, su semblante seguía tan frío e impasible como siempre, por lo que cuando volvió a hablar, su voz sonaba completamente normal.
— Uno de los hombres de Moran ha vuelto a intentar matarla.
Mycroft Holmes volvió a fijar su vista en la de su hermano, para luego suspirar profundo y dejar el Times sobre una mesita de café que tenía a su lado. Luego colocó ambos brazos sobre los apoyabrazos de su silla y habló, sin desviar la mirada de los cristalinos ojos de su hermano.
— ¿Qué vas a hacer? ¿No crees que es hora de…?
— No— lo interrumpió Sherlock, de forma rotunda—. Aún no puedo presentarme a John. Si ha mandado a perseguir a Nathaly es porque sabe que existo…— se interrumpió a sí mismo, suspirando profundamente y cerrando los ojos, para volver a dejar su brazo reposando sobre el asiento.
— ¿No puedes correr el mismo riesgo con tu querido doctor?
El menor de los Holmes entrecerró los ojos, sin dejar de mirar a su hermano. Sabía perfectamente hacia dónde apuntaba esa pregunta, conocía a su hermano, demasiado quizás, y sabía perfectamente que él podía leerlo con la misma facilidad con la cual él mismo podía leer a las demás personas.
— Ya corrí el riesgo con ella, y mira que ocurrió, no voy a volver a cometer una idiotez hasta que todo esto termine.
— Creo que decírselo a ella no fue un error, Sherlock, al contrario. Y aunque debo reconocer que primeramente sí creí que eras un poco idiota por haberlo hecho, creo que decírselo a John ahora estaría…— buscó por unos segundos la palabra correcta, hasta que finalmente se decidió por la más sencilla—, bien.
Sherlock Holmes resopló y se puso de pie de un salto— No se puede hablar contigo, hermano.
Mycroft lo miró extrañado, pero aún así no dijo nada, solo se limitó a observarlo, mientras comenzaba a dar vueltas por la habitación y terminaba saliendo de ella, con un celular –que no era el suyo habitual– en la mano, escribiendo un mensaje. El detective salió de aquella habitación terminando de escribir, para posteriormente enviar dicho texto; todo aquello se estaba poniendo más turbio día a día. Quizás su hermano tenía razón y debía decirle a John, pero él sabía que aún no estaba listo para aquello, aún no estaba listo para ver el rostro de su amigo luego de casi dos años, de ver como sus ojos mostraban el torrente de sentimientos que de seguro mostrarían, de recibir el muy seguro golpe que recibiría… Y tampoco estaba seguro de no poder contenerse a sí mismo, de seguir manteniendo su semblante y su máscara de frialdad ante el rubio; porque estaba seguro que luego del golpe y los insultos, seguiría algo más, algo que no podía deducir con exactitud si quería que ocurriese o no.
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— Aquí es— dijo el doctor Watson a Nathaly.
La castaña estacionó su auto, sin apagar el motor y lo miró con una sonrisa— Bien, que tengas un buen día John.
— Lo mismo digo, Nathaly— el rubio la miró, sin saber con exactitud qué hacer ¿La besaría antes de bajarse? ¿O simplemente le diría adiós y se marcharía? Se decidió por esto último, por lo que abrió la puerta y se dispuso a bajar del coche, pero ella lo tomó de la manga de la chaqueta, deteniéndolo. Él la miró por sobre su hombro— ¿Qué…?
Pero antes de que pudiera terminar de hablar, ella se estiró y le plantó un dulce beso en los labios, al mismo tiempo que le deslizaba un pequeño papel en el bolsillo trasero del pantalón. Cuando se separaron, ella lanzó una risita por la cara de desconcierto de él y volvió a su posición de manejo.
— Nos vemos después, Dr. Watson.
John también rió, terminando de bajar— Nos vemos después, Nathaly.
Y sin decir más, la chica se marchó, dejando al ex-militar en la vereda frente a su apartamento. El hombre, sin dejar de sonreír, buscó en los bolsillos de su chaqueta las llaves y entró a lo que ahora era su residencia, a la vez que sacaba el papel de sus pantalones y sonreía aún más al descubrir que tenía escrito el número de teléfono de la castaña.
Nathaly, por su parte, condujo algunas cuadras, hasta que su teléfono sonó, indicando que había llegado un nuevo mensaje de texto. Cuando frenó en un semáforo, lo tomó y leyó el contenido. La sonrisa que aún adornaba su rostro se convirtió en una expresión seria y un tanto preocupada.
— “Es altamente probable que tu y John estén en peligro inminente. Cuídate y cuídalo a él, recuerda que las arañas no descansan, especialmente las venenosas. SH.”
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Ya había pasado el mediodía; el sol, casi milagrosamente, brillaba en lo alto del cielo londinense, haciendo que la humedad reinante en el ambiente hiciera un mediodía bastante caluroso. John Watson acababa de despedir a un paciente, pero aún le faltaban al menos una docena más para terminar el día. Estaba verdaderamente agotado, no sabía si era por el calor, por la humedad, por el hecho de que no había dormido correctamente o qué. Sonrió de lado al recordar la noche anterior, y la razón por la cual no había dormido las horas necesarias; no podía quejarse, si fuera por él, podría pasar más de una noche sin dormir lo suficiente junto a Nathaly. El problema era que no estaba seguro de que ella pensara lo mismo, pero le había dejado su número, le había dicho que la llamara… Se revolvió el cabello un poco, mientras suspiraba y se ponía de pie, dispuesto a llamar al siguiente paciente. Aún no estaba seguro de poder comenzar una relación, después de todo, hacía mucho tiempo que no tenía una y… bueno, la última había sido saboteada –casi literalmente– por Sherlock. Sherlock. Ahora él ya no estaba y eso lo había mantenido alejado de las relaciones humanas por un buen tiempo, sin saber con exactitud cómo enfrentar el hecho de que su mejor amigo había muerto; ahora sentía algo de incomodidad, por no decir miedo, de encariñarse con alguien como lo había hecho con él.
Alejó sus pensamientos repentinamente al salir de su consultorio a la sala de espera y llamar por el apellido al hombre que esperaba por ser atendido. Estaba a punto de volver a entrar, cuando escuchó algo que lo paralizó por completo. Retrocedió unos pasos y miró en dirección al televisor de la sala de espera, el cual estaba encendido en el canal de noticias. Abrió los ojos de par en par al leer el titular y escuchar lo que decían los reporteros. Sintió como un horrendo escalofrío recorría toda su espina dorsal y cómo sus piernas comenzaban a temblar un poco.
Nathaly. Había tenido un accidente automovilístico, y lo estaban pasando por la televisión como si fuera algo extremadamente grave… No llegó a escuchar que más decían porque simplemente corrió dentro de su consultorio, tomó su chaqueta, se disculpó de todas las maneras que pudo encontrar con su paciente y corrió a la entrada de la clínica.
— Doctor Watson, ¿qué ocurre?— preguntó preocupada Jane, la secretaria.
— Debo irme, por favor, cancela todos mis turnos— respondió él rápidamente, firmando el cierre de turno.
— Pero… ¿ocurrió algo grave?
La miró por unos segundos, en verdad se veía preocupada, sus ojos color miel estaban muy abiertos y sus cejas caídas. Respiró suavemente unas cuantas veces, para poder responder con calma, además de que estaba buscando las palabras adecuadas para describir su relación con Nathaly. ¿Era un verdadera relación? Hacía menos de veinticuatro horas que se conocían, después de todo.
— Acabo de ver en las noticias que… una amiga tuvo un accidente, y debo ir a verla, asegurarme de que…
— No se preocupe entonces, vaya— lo interrumpió la mujer, esbozando una pequeña sonrisa de consuelo.
John asintió con la cabeza, mientras sonreía de lado y se disponía a salir. ¿Por qué estaba pasando aquello? Acababa de conocer a aquella mujer, la cual le parecía sumamente bella y con la cual había tenido un encuentro sumamente casual, extraño, pero que sentía que debían conocerse desde hace tiempo. Aquella mujer lo había cautivado con tan solo sonreírle un par de veces, con invitarlo a tomar u café y con, ¡cielos! ¡Con haber estado expuesta a que la asesinen! Definitivamente el haber pasado un tiempo de su vida con Sherlock Holmes lo había cambiado, y mucho…
Mientras buscaba desesperadamente un taxi que tomar –sin parar de caminar en dirección al hospital a dónde habían sido trasladados los involucrados en el accidente–, se percató de algo: habían querido asesinarla el día anterior a punta de pistola, ¿qué tal si había sido otro intento de asesinato? No por nada había visto a gente de Scotland Yard en el noticiero, junto a los periodistas que cubrían el accidente. Resopló un tanto furioso, pero luego se calmó, al poder conseguir de una vez por todas un taxi, subirse e indicarle la dirección al chofer.
Definitivamente aquello estaba escapando de sus manos. No sabía nada de Nathaly, tampoco de sus intensiones ni de qué o quién era en realidad, pero sentía que debía ir, estar con ella, sentía que sin importar que se hubieran conocido hacía tan poco tiempo ya tenía un rincón de su corazón reservado para ella y no podía evitar sentir temor ante la idea de no poder volver a verla, por lo menos una vez más.
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Se encontraba sentado en el sillón de la sala de estar de su hermano, la cual, como todo lo relacionado con él, era muy sobria, todo perfectamente acomodado y pulcro. Sin embargo, para Sherlock Holmes aquel lugar no podía ser más aburrido e inquietante. Era por esa razón por la cual se encontraba cabeza abajo, con las piernas apoyadas en el respaldo del sillón bordó, lanzando hacia la pared una pequeña pelota de goma, mientras escuchaba –sin prestar atención, en realidad– la televisión que se encontraba encendida. Estaba pensando en Moriarty, en su red criminal, en su mano derecha, Sebastian Moran… y también en John, en cuánto añoraba su presencia, su voz, su sonrisa… Y también en quién ahora se había convertido en su mano derecha: Nathaly Harver. La mujer había demostrado ser una muy buena rival de Moran: leal, valiente, sin escrúpulos, rápida aprendiz y excelente actriz. Definitivamente había sido una buena elección, Molly en verdad había hecho bien en presentársela.
Sus pensamientos entonces fueron interrumpidos por algo que dijo un periodista del canal de noticias que estaba sintonizado. Se bajó del sillón de un salto y volvió a subirse a él, pero sentado. Buscó con la mirada el control remoto del aparato, lo tomó y subió el volumen. Estaban repitiendo una noticia, sobre un accidente. Abrió los ojos de par en par y tomó automáticamente su teléfono, para escribirle a su hermano y avisarle de que Nathaly había sido la victima de dicho accidente, que debía averiguar si ella y John estaban bien y qué era exactamente lo que había ocurrido, porque estaba más que claro que no había sido un accidente normal. Podía ver con total claridad la huella de las arañas de Moriarty en aquel hecho.
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Llegó al Royal London Hospital luego de poco más de treinta minutos. Se apresuró a preguntar por Nathaly en la entrada para después caminar casi corriendo por los pasillos hasta llegar a la sala en la cual le habían indicado que ella estaría. Se quedó mirando fijamente la puerta, sin saber si entrar o no, si golpear o no, sin saber si moverse o no. Estaba asustado por verla gravemente herida, o por hablar con algún médico que le dijera lo peor… Lo había vivido tantas veces… Y aún no se acostumbraba. Él mismo era médico, y aún no podía hacerse la idea de que alguien podía morir de un segundo a otro. Respiró profundamente, apretó los puños y, luego de sentir una pequeña punzada de dolor en su pierna, se dispuso a tocar con los nudillos la bendita puerta. No recibió contestación alguna, solo el sonido de una voz de mujer, el cual le resultaba familiar, protestando:
— ¡Estoy bien! ¡Ahora déjeme en paz y deme el maldito teléfono!
¿Había escuchado bien? ¿Esa era Nathaly, protestando para que le dieran su teléfono? Parpadeó unas cuantas veces, si en verdad era ella, eso quería decir que estaba bien… O al menos eso quería que todos pensasen. Entonces, ¿por qué se había armado tanto alboroto con respecto a su accidente? Permaneció en la misma posición, con el brazo levantado, los nudillos apoyados en la madera de la puerta, mientras escuchaba la conversación –o mejor dicho discusión– que la abogada y, supuso, la enfermera, estaban manteniendo.
— Señorita Harver, entienda por favor--   
— ¡Deme mi teléfono de una vez!
— ¡Son las reglas del hospital, no puedo dárselo!— gritó la otra mujer, dejando de lado su paciencia y amabilidad.
— ¡Al diablo con las reglas! ¡Démelo, es de suma importancia!
— ¡Lo que es de suma importancia ahora es su salud! ¡Y debo terminar de conectarle el suero!
Y entonces se sintieron varios ruidos, como de varias cosas de diferentes materiales que caían al suelo con un gran estrépito. Se sintió también un sonido a algo de vidrio que se rompía y, por último, resoplidos y quejas de la enfermera. John retrocedió unos pasos, al escuchar que la empleada del hospital se acercaba a la puerta. En menos de un segundo, dicha mujer salía de la habitación frustrada, enojada y resoplando. Lo miró con cara de pocos amigos, preguntándole:
— ¿Y usted quién se supone que es?
John abrió los ojos de par en par, mientras se humedecía los labios con la lengua.
— Amm… John Watson…— extendió su mano en señal de saludo, pero la mujer siguió mirándolo, ignorando su gesto—. He venido a ver a la señorita Harver.
— ¡Oh! ¡Esa mujer! ¡Qué dios se apiade de su alma, señor!— lanzó en forma de alarido.
Y luego se marchó, dejando al rubio en medio del corredor. El hombre negó con la cabeza y luego se acercó a la puerta de la habitación, que había quedado entreabierta, y asomó su cabeza por ella. Nathaly estaba tendida en la camilla, con varias cosas ya conectadas a ella, pero faltaba el suero, como bien había escuchado. La castaña tenía en sus manos su teléfono celular: al parecer había logrado conseguirlo. Se atrevió a ingresar a la sala, lentamente y tratando de no hacer mucho ruido, para no alterarla más de lo que ya estaba.
Pero obviamente ella se percató de su presencia, y levantó la vista del teclado de su móvil, para mirarlo directamente a los ojos. Su expresión de enfado y preocupación fueron reemplazadas al instante por una sonrisa enorme y una alegría demasiado extraña que se vislumbraba en sus ojos.
— ¡John! ¡Estás bien!— gritó, haciendo un ademán como para bajarse de la cama.
El médico se le acercó rápidamente, colocando una mano sobre su pecho y empujándola para que no se moviera.
— Por supuesto que estoy bien… ¿Qué rayos hacías? Debes dejar que te examinen como se debe, Nathaly.
— Bah, estoy bien— dijo en forma de respuesta ella, lanzando su teléfono a un lado y haciendo un ademán con su mano— ¿Tú estás bien?
— Ya te dije que sí. Ahora haz el favor de dejar que te ponga el suero. Tuviste un accidente.
— Si, lo sé… ¿Cómo--?
— Lo vi en la televisión— se le acercó, tomando el móvil de ella y guardándoselo en el bolsillo de su chaqueta. Luego colocó sus manos sobre sus hombros y la obligó a recostarse—. Acabas de hacer enfadar a una enfermera…— tomó una especie de perchero de metal destinado a sostener la bolsa con el suero del piso y corrió con el pie unos pequeños y finos trozos de vidrio –el cual supuso que serían de algún frasco de medicamento– y volvió a mirarla. Tenía varias heridas recién curadas en su rostro, esparcidas por sus mejillas, frente y cuello—. Mírate, no estás bien, necesitas que te atiendan.
— Ya me atendieron… hay otras personas muriéndose aquí a las cuales deberían atender, yo estoy bien— la castaña desvió la mirada, enfadada.
John volvió a suspirar. En verdad se veía que Nathaly estaba enojada, pero no lograba entender demasiado bien el porqué. Aún así, siguió con su línea de pensamiento y volvió a hablar.
— No puedes descuidar tu salud, Nathaly. Deja que los médicos hagan lo que deben hacer.
La abogada giró el rostro rápidamente, clavando sus ojos verdes en los miel de él— Tu eres médico— dijo entonces.
— ¿Eh? Sí, pero…— respondió Watson, un tanto confundido.
— No era un pregunta, era una afirmación— lo interrumpió abruptamente—. Tú puedes revisar si estoy bien, y no esos incompetentes que--   
Pero no pudo terminar de hablar, ya que dos personas entraron, sin llamar, a la habitación. Nathaly fijó sus ojos en el más alto de los dos hombres, mientras que John giró el rostro y se quedó atónito ante la presencia del mismo. Un médico, vestido con una bata blanca, de tez pálida, cabello negro azabache y estatura media, entraba acompañado por un hombre alto, de postura firme, cabello castaño oscuro, ojos celestes, vestido con un impecable traje gris y con un paraguas en la mano.
— Señorita Harver, tiene visitas— dijo el médico, pero luego fijó su atención en John, el cual aún seguía algo anonadado por ver a Mycroft Holmes allí— Disculpe, pero… ¿usted quién es?
El doctor abrió la boca un par de veces, pero sin emitir sonido alguno. Entonces, fue la mujer quién respondió por él.
— Es mi pareja.
John la miró automáticamente. Ella estaba completamente seria, mirando con algo de desprecio al médico. Su cabeza estaba comenzado a dar vueltas, no estaba entendiendo demasiado de todo aquello.
Mycroft alzó una ceja, inclinando un poco la cabeza ante la afirmación tan rotunda de la castaña, pero no dijo absolutamente nada. Mientras, el médico del hospital resopló y se le acercó. Antes de que la mujer pudiera reprochar algo, ubicó una bolsa de suero en su soporte y la tomó del brazo.
— Señorita Harver, debe dejarme— dijo, al recibir la mirada asesina de la misma.
Minutos después, con Nathaly ya debidamente conectada a todo lo que se debía, el médico ya fuera de la habitación y John aún atónito, Mycroft Holmes comenzó a hablar.
— Bien Nathaly, debes decirme exactamente qué es lo que recuerdas del accidente.
La chica abrió la boca para hablar, pero no pudo, ya que John lo hizo primero.
— Un momento… ¿Cómo es que se conocen?
El mayor de los Holmes lo miró, algo extrañado.
— Creí que eran pareja, John… ¿Acaso Nathaly no te dijo que trabaja para mí?
Watson abrió los ojos de par en par. Luego miró a la mujer— ¿Trabajas para él? Dijiste que eras abogada.
La castaña, que aún no había vuelto a mirarlo a los ojos desde que el otro hombre entrara en la habitación, chasqueó la lengua suavemente. Aún así, fue Mycroft el que respondió:
— Es abogada, y trabaja para mi, en el gobierno. Ahora, Nathaly, dime lo que ocurrió.
El rubio arqueó las cejas y miró a la castaña. Ella ignoró por completo su mirada y, mirando fijamente a su jefe, comenzó a hablar.
— Iba a almorzar, estaba a punto de…— miró al ex-militar de reojo por un segundo para luego volver la vista hacia Holmes—…enviar un mensaje a John para ver si quería almorzar conmigo y…— se detuvo, comenzando a parpadear rápidamente. Tragó saliva y se recostó más sobre la camilla, comenzando a mirar a ambos hombres por turnos. Parecía un tanto confusa y algo temerosa—. No recuerdo nada desde que tomé mi celular y frené en un semáforo, dispuesta a escribir.
Ambos la miraron, casi sin poder creerlo. John acercó su mano a la frente de ella y le dio una ligera caricia. No tenía fiebre, estaba completamente bien. Quizás por el trauma no podía recordar nada aún, o quizás… Alejó sus pensamientos automáticamente de aquel hilo, no quería pensar en que Nathaly había tenido una fuerte contusión en la cabeza, que desencadenara en algo más que una simple herida.
— No lo recuerdas— repitió el mayor de los Holmes, alzando una ceja. Luego se puso de pie y miró a Watson— John, debo pedirte que nos dejes hablar a solas— el aludido lo miró a los ojos, luego posó su vista en ella y por último se puso de pie –ya que estaba sentado en una butaca al lado de la camilla–, dispuesto a salir— Llama a un médico— agregó por último Mycroft, muy seriamente.
John Watson salió al pasillo, con un nudo en la garganta. Cerró los ojos y suspiró, cansado. El día anterior estaba atendiendo tranquilamente en su consultorio, tratando de volver a su vida normal, y ahora se encontraba de nuevo involucrado en algo extraño y peligroso. Algo en lo que Mycroft Holmes también estaba involucrado… Eso era malo, muy malo, a decir verdad… Pero por alguna razón, se sentía bien, nervioso, pero bien. Y sus pensamientos lo llevaron una vez más hacia Sherlock. Una sonrisa se dibujó en su rostro, una suave, pero sonrisa al fin.
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— ¿Cómo supiste que estaba aquí?— preguntó la mujer castaña al hombre que la miraba fijamente.
— Sherlock me avisó, vio lo del accidente en la televisión— respondió Holmes.
— ¿En la televisión? Pero si Sherlock la odia— dijo extrañada la abogaba, para luego suspirar y acomodarse mejor en la cama.
— Estás preocupada por John— volvió a hablar el diplomático, ignorando completamente su comentario—. Se te nota a la legua— añadió, al ver la cara que le ponía su interlocutora—. Sherlock se decepcionará de ti cuando se entere de que tus sentimien--  
— Sherlock sabe perfectamente que tengo sentimientos, no como tu— lo interrumpió Nathaly, antes de que pudiera terminar de hablar—. Lo sabe desde que nos conocimos, y aún así confía en mí… Ahora dime, ¿qué es lo que ocurre? ¿Qué rayos está pasando?
— Sherlock cree que fue Moran y sus hombres quienes provocaron el accidente— respondió Mycroft, luego de suspirar profundamente y tratar de ignorar el tono de voz y lo que había dicho la mujer—, por eso quería saber qué era exactamente lo que había ocurrido, pero si no lo recuerdas…
— ¿Por eso le dijiste a John que llamara a un médico? ¿Para ver si hay algo en mi cerebro que me impide recordarlo?— preguntó en voz baja. Comenzaba a sentirse algo mal, no quería tener que depender de médicos ni de medicamentos para poder vivir. Había experimentado ese tipo de vida y no quería.
El mayor de los Holmes inclinó un poco la cabeza, para luego responder— Eso, o te han suministrado algún tipo de droga, la cual no sólo hizo que tuvieras este “accidente” sino que también borró de tu memoria los hechos sobre él.
Nathaly volvió suspirar profundamente, dirigiendo la vista hacia la puerta de la habitación y vislumbrando que John acababa de volver, acompañado por el mismo médico que la había visto hacía unos minutos. Mycroft giró el rostro para ver lo mismo que ella, se puso de pie y tomó su celular, dispuesto a llamar al Inspector Lestrade. Se dirigió a la puerta mientras discaba y le dijo, justo antes de ponerse el móvil en la oreja:
— Vas a estar bien… y John también— abrió la puerta, dejando pasar a los dos doctores, mientras escuchaba como la voz del detective de Scotland Yard lo atendía—. Lestrade, soy yo. Necesito que vengas al Royal, Nathaly Harver, la mujer que tuvo el accidente hoy, está internada aquí.
Los dos médicos, mientras tanto, se acercaron a la mujer. John tomó su mano de forma cariñosa, no sin antes percatarse del extraño modo en que Mycroft hablaba con Lestrade, que era decididamente informal. El otro, por su parte, luego de revisar los aparatos y el suero de ella, dijo:
— Si no recuerdas algo, tendremos que hacerte una tomogr--  
— No… hagan un examen toxicológico— Nathaly, John y el doctor miraron al hombre que había hablado, el cual aún tenía el celular en una oreja, ya que no había terminado de hablar con el inspector—. Tenemos serias sospechas de que ha sido envenenada o drogada de alguna forma, por lo tanto debe hacerlo.
— De acuerdo— respondió el médico. Luego salió de la habitación, para ir a buscar a una enfermera.
— ¿Drogada?— preguntó extrañado John, aunque debía admitir que eso lo aliviaba un poco. Una droga podía salir fácilmente del sistema, no así una contusión en el cerebro— ¿Qué está pasando aquí?— miró a Mycroft, para luego clavar sus ojos en los de Nathaly.
— No fue un accidente, John, por eso estoy aquí, y por eso pronto vendrá Lestrade— dijo en forma de respuesta el hombre, luego de cortar su comunicación telefónica—. Ahora debo irme, te encargo de que permanezcas con ella hasta que él llegue, ¿sí?
Y sin decir más, se marchó de allí, dejando a la pareja sola.
John volvió a mirarla. Sin soltar su mano se sentó en la banqueta a su lado y simplemente esperaron…
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 ...continuará...

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