domingo, 23 de septiembre de 2012

Believe in me - Cap 3


III



Había pasado un poco más de una hora desde que Mycroft Holmes había abandonado la habitación, dejando a John y Nathaly solos. No habían hablado demasiado, la chica se encontraba cansada y algo adormilada por los medicamentos que le habían suministrado para el dolor y el rubio no quería presionarla, aunque su mente estaba siendo invadida por miles de preguntas. La castaña se había dormido hacía poco menos de treinta minutos, y John estaba por el mismo camino, cuando alguien golpeó suavemente la puerta. El ex-militar, sobresaltado, se enderezó en su asiento y, mirando en dirección a la entrada, dijo:
— Pase.
El canoso inspector de Scotalnd Yard, junto a la Sargento Donovan, entraron lentamente al cuarto. Ambos lo miraron, el hombre casi que con tristeza, y la mujer con cierta sorpresa.
— Buenas tardes John— dijo el detective inspector Lestrade, acercándoseles— ¿Está dormida, verdad?
— Buenas tardes— saludó el hombre, mirando a la mujer que descansaba sobre la cama—. Si, hace un rato ya. Es a causa de los medicamentos.
— No esperaba verte aquí— comentó Donovan, mientras su jefe se acercaba a Nathaly. John sonrió de lado y tomó la mano de la castaña afectuosamente, por lo que la policía agregó—. Oh… ya veo. Tienes cierta habilidad para involucrarte con personas extrañas, Watson.
Lestrade le dedicó una mirada de reproche, por lo que la mujer simplemente se aclaró la garganta y sacó de su bolsillo un pequeño cuaderno de notas y un lápiz. El hombre de cabello blanquecino se sentó en otra butaca que había en la habitación, cerca de la cama, y miró a John.
— Bien, supongo que podemos comenzar contigo hasta que ella despierte, entonces.
— ¿Conmigo? ¿Van a interrogarme a mí también?— preguntó extrañado el rubio.
— Por supuesto, fuiste una de las últimas personas en verla antes del accidente.
— La vi en la mañana temprano, el accidente fue cerca del mediodía, ¿cómo puedo haber sido…?
— Eso fue lo que Mycroft me dijo— interrumpió el detective. John suspiró y asintió, por lo que el otro continuó—. Bien, ¿a qué hora se separaron?
— Alrededor de las ocho de la mañana.
— ¿Y cuanto tiempo antes de despedirse se habían encontrado?
John tragó saliva y se revolvió incómodo en su asiento, sin dejar de mirar al otro hombre. Con una ligera curvatura que denotaba algo de nerviosismo en sus labios, respondió:
— Desde la tarde anterior, poco después de las cinco.
Donovan soltó una pequeña risita, mientras que Gregory sonrió de lado— De acuerdo, ¿sabes hacia dónde se dirigía luego de que se despidiera de ti?
— Al trabajo— respondió, pero luego agregó—. O eso es lo que me dijo ella, al menos.
— Muy bien… ¿a dónde te dirigiste tú?
— A mi casa, y luego al consultorio.
— Perfecto— miró a la morena, que acababa de terminar de escribir las respuestas de John en su libreta— ¿Anotaste todo, verdad?
— Claro— respondió ella, para luego dirigir su vista al antiguo compañero de Sherlock Holmes—. No sabía que estabas en una relación.
— Amm… bueno… Técnicamente nadie lo sabe— ambos lo miraron extrañados. El médico los miró a alternativamente a ambos, para luego humedecerse un poco los labios con lengua y proseguir—. Nos conocimos ayer.
Los dos policías lo miraron con los ojos abiertos de par en par. John no parecía el tipo de hombre que se acostaba con una mujer que apenas conoce, pero aún así, el hecho de que estuviera ahí con ella, en actitud sumamente protectora, era muy propio de él. La sargento abrió la boca y estaba a punto de hablar, cuando Nathaly comenzó a moverse, abriendo un poco los ojos y observándolos. John la miró automáticamente, cosa que ella respondió apretando un poco su mano y dibujando una pequeña y suave sonrisa.
— Hola— dijo ella en un susurro. Luego miró al inspector de Scotland Yard—. Usted debe de ser Lestrade, ¿verdad?
— Si, así es, un placer conocerla, señorita Harver— respondió el hombre, sonriendo levemente.
— Puede llamarme Nathaly. Lo envió Mycroft, ¿no es así?— él asintió—. Lamento decirle que no tengo mucho para agregar a lo que John, él o mi auto hayan podido decirles— prosiguió, luego de incorporarse un poco.
John la miró extrañado, mientras Lestrade se acomodaba mejor en su asiento, para mirarla fijamente también. El tono de voz que la chica había empleado le hacía recordar al de Sherlock cuando él le hacía preguntas con repuestas aparentemente obvias.
— Porque supongo que hicieron pericias al auto, ¿verdad?— agregó, al no obtener comentario alguno por parte de ninguno de los presentes.
Gregory parpadeó unas cuantas veces, inclinando un poco la cabeza, a la vez que lanzaba una mirada de reojo a Sally. En verdad le recordaba a Sherlock.
— Aún no tenemos los resultados— respondió sin más.
La mujer suspiró profundamente, para luego volver a hablar— De acuerdo…
— Bien, entonces…— el inspector se enderezó, apoyando completamente su espalda sobre el respaldo de la silla— ¿Hacia dónde te dirigías cuando ocurrió el accidente?
— Hacia el centro, pensaba que John y yo podíamos encontrarnos para almorzar.
— ¿Y de dónde habías salido?
Nathaly miró fijamente al peli-blanco, luego dirigió su vista a John, clavando sus ojos en los de él y respondió, sin dejar de mirarlo.
— De mi trabajo. No puedo decir dónde queda, es secreto de estado. Pregúntenle a Mycroft Holmes.
Un largo e incómodo silencio inundó la pequeña sala de hospital en dónde se hallaban. El médico ex-militar y la abogada no separaban los ojos del otro ni por un segundo, ante las miradas anonadados de los dos policías. Ella sabía que cuando volvieran a estar solos él la invadiría de preguntas completamente naturales y sabía también que la respuesta a la mayoría de esas preguntas serían “es un secreto”. Eso le dolía en cierta medida, el rubio le había hablado de varias cosas en su pequeña e improvisada cita del día anterior, y sabía a la perfección que había sido completamente sincero con ella… Pero simplemente había cosas que había jurado no revelar y debía mantener ese juramento.
— De… de acuerdo…— Lestrade interrumpió el pesado silencio, comenzando a ponerse de pie—. Entonces será mejor que haga que apuren los resultados de las pericias de tu auto. Si algo surge volveré a venir o My--— se interrumpió a sí mismo, John comenzaba a mirarlo de forma extraña, evidentemente por la forma en la cual hablaba del mayor de los hermanos Holmes—, el señor Holmes te avisará.
Y dicho esto se despidió de ambos y, junto a Sally Donovan, salieron de aquella habitación, volviendo a dejar solos a Nathaly y John.

La castaña volvió a acomodarse en la cama, para luego mirar a John y hablar.
— Se que quieres preguntarme… algunas cosas, John. Y es perfectamente normal que quieras hacerlo, asique adelante, hazlo.
El rubio la miró, luego suspiró con un dejo de cansancio y asintió con la cabeza. Luego de un momento, en el cual buscó la mejor manera de comenzar, preguntó:
— ¿Quién eres en verdad?
Ella lanzó un suspiro de risa— Nathaly Harver es mi verdadero nombre, si a eso te refieres.
— Genial, es un buen comienzo— dijo de forma divertida el hombre—. La última vez que conocí a alguien que trabajaba para Mycroft Holmes no me dio su verdadero nombre.
— ¿Anthea?— preguntó la chica de ojos verdes, también en tono divertido.
Ambos comenzaron a reír, pero luego volvieron a su semblante serio y ella volvió hablar.
— En fin… ¿qué es lo que quieres saber?
Él suspiró profundo— Se que no vas a decirme en qué trabajas, si Mycroft es tu jefe, es obvio que no puedes decirlo, pero… ¿Cómo rayos terminaste trabajando para él?
— Mi padre también era abogado, él trabajaba para Mycroft Holmes desde que yo era pequeña. Cuando él murió… Bueno, Mycroft necesitaba a alguien de confianza y hacía un par de años que yo me había recibido y…— era evidente la melancolía que le traía hablar de su padre, pero debía contar esa parte de la historia, así le habían dicho que debía hacerlo. La red de Sherlock para atrapar a la de Moriarty debía permanecer oculta para John hasta que el mismo detective lo considerara oportuno. Y aunque sabía que luego eso le costaría la confianza que el doctor estaba depositando en ella, debía hacerlo. Era por su propio bien—, eso.
Watson le dedicó una mirada cariñosa y una sonrisa suave— Entonces… básicamente, con el tiempo, te fuiste convirtiendo en una persona de confianza para él y te confió varios secretos.
— Así es. Es por eso que no pude decirle ni siquiera a Lestrade en dónde trabajo con exactitud… y por eso tampoco puedo decírtelo a ti, John… Aunque sé que has sabido varias cosas referentes a varios secretos cuando tu y Sherlock vivían juntos.
El rubio volvió a asentir con la cabeza— Entonces, tu ya me conocías, ¿verdad? Porque trabajas para Mycroft desde hace más de tres años.
Nathaly le dedicó una sonrisa algo culpable— Pero no mentí cuando dije que me encantaba tu blog… y el de Sherlock, ni cuando dije que creía en ambos. Conocí a Moriarty, sé la clase de mente criminal que era, ningún periódico sensacionalista podría hacerme cambiar de opinión.
— Gracias— dijo simplemente John, levantándose un poco, para poder besar dulcemente la frente de la castaña.
Ella cerró los ojos, recibiéndolo con cariño y sin poder evitar que sus manos tomaran con firmeza la camisa que el hombre llevaba puesta, atrayéndolo un poco más hacia ella. Necesitaba sentir el calor de su cuerpo de cerca, necesitaba sentirse querida. Él captó al instante sus sentimientos y entonces besó sus labios con ternura, a la vez que le acariciaba el rostro.
Pero su momento fue cruelmente interrumpido por el sonar de una melodía. Ambos se separaron y John resopló al darse cuenta de que se trataba de su celular, al cual estaban llamando. Buscó en su bolsillo y, al ver el remitente, resopló aún más.
— Es mi hermana.
— Atiéndela— dijo Nathaly.
— Puede esperar.
— De verdad, John, atiéndela.
Él suspiró e hizo caso, atendiendo la llamada de su hermana.
— ¿Qué ocurre Harry?— comenzó a caminar por la habitación, trazando círculos con sus pasos.
La castaña lo miraba entretenida; aquel hombre, a pesar de apenas conocerse, la hacía sentir demasiado bien. Temió por su futuro, sabiendo que nunca podría llegar a ser nada especial en la vida del médico una vez que Sherlock apareciera, pero aún así, también tenía muy en claro que ella misma había aceptado las consecuencias de su trabajo, de su misión, y debía aceptarlo. Debía aceptar que jamás podía permitirse desarrollar sentimientos profundos para con John. Quizás, como había dicho Mycroft unas horas antes, eso fuera malo para los planes del detective consultor, pero éste sabía perfectamente que ella era una mujer normal, con sentimientos profundos y también le había advertido lo que podía llegar a pasar. Él había aceptado y así eran las cosas. Todos debían admitirlo, ella, Mycroft, Sherlock y el mismo John, aunque en ese momento no supiera absolutamente nada de lo que se estaba gestando a su alrededor.
Cuando el rubio cortó la comunicación con su hermana, la miró y se le acercó, aún resoplando.
— Quiere que nos encontremos, supongo que necesita dinero. Pero no te preocupes, no me iré de aquí hasta que alguien más llegue.
— No te preocupes por mí, John, estaré bien… ¿crees que Mycroft dejaría a este hospital sin más seguridad, cuando él mismo vino a verme?
— ¿Segura?
— Completamente— respondió ella, sonriendo.
— Está bien, pero no tardaré, no será más de media hora, ¿de acuerdo?— dijo él, tomando su chaqueta.
— Despreocúpate.
Watson se le acercó y volvió a besarla en los labios, para luego marcharse de allí, dejando a la castaña sola en su habitación, por primera vez desde que había ingresado al hospital. Ella suspiró profundamente y se dispuso a buscar su teléfono, para avisarle a Sherlock que su amigo había salido de allí y que posiblemente debía vigilarlo, para que nada malo le pasase. Pero su mente se paralizó, y su rostro palideció al instante, al recordar que era el mismo John quién ahora tenía su celular. ¿Cómo podría haber sido tan idiota como para permitir que él lo tomara? ¿Qué ocurriría si el detective enviaba un mensaje, o llamaba, y era John quién lo recibía? Todo por lo que habían estado trabajando en el último año podía estar en peligro… La seguridad de John Watson y del mismo Sherlock Holmes podían estarlo…
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Se encontraba en un bar del centro de la ciudad. Un típico bar londinense, con bastante gente alrededor, meseros yendo de aquí para allá, algún que otro niño correteando y las noticias más importantes del día repitiéndose una y otra vez en el canal de noticias del televisor. Él se encontraba sentado en una mesa para dos, con la mirada fija en el aparato, una taza de té humeante en frente suyo y su teléfono celular en una mano, esperando pacientemente. En realidad estaba nervioso, había fallado una vez más. Esa maldita mujer se le había escapado de nuevo… Ni siquiera luego de drogarla le había dicho la información que necesitaba darle a su jefe. No podía creer que hubiera gente así en el mundo actual, que respetara tanto y a tal límite las malditas obligaciones morales. Él ciertamente no era una de ellas, estaba haciendo todo aquello por dinero, nada más que por dinero. No le importaba qué era lo que debía hacer, podría asesinar a la mismísima reina si era necesario. Después de todo, nadie lo conocía en ese país. Era simplemente un extraño norteamericano que estaba pasando una temporada en Londres, nadie preguntaba por él y él no preguntaba por nadie.
Suspiró profundamente, dejando el teléfono sobre la mesa con un gran golpe. Se reclinó en su asiento, cruzándose de brazos. En verdad su jefe estaba llegando tarde, lo cual no era nada típico de él y eso lo ponía aún más nervioso. Justo en ese momento, su móvil vibró, anunciando la llegada de un mensaje. Estiró su brazo lentamente, hasta tomarlo y ver el mensaje:
— “Dije que era tu última oportunidad. SM”
Abrió los ojos de par en par. Se incorporó, sentándose correctamente y, antes de que pudiera siquiera parpadear, una bala atravesó el cristal de la ventana más cercana, cortando el aire e internándose en medio de su pecho. El teléfono celular se deslizó por su mano ya inerte, cayendo al suelo en un estrepitoso ruido sordo, mientras todas las personas que se encontraban a su alrededor comenzaban a alterarse, sin entender absolutamente nada.
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Mientras, en el edificio de enfrente del bar, en uno de los últimos pisos, un hombre con un sofisticado fusil de francotirador levantaba la vista de la mirilla con una maléfica sonrisa en sus labios. Sus planes no estaban saliendo como él quería, o como James hubiera querido, pero por lo menos, acababa de deshacerse de una inútil arañita de pared. Ahora debía volver a mover los hilos de aquella gran red que la araña madre había construido, y poder llegar de una vez por todas hasta la red de Sherlock Holmes.
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Estaba sentada en la cama del hospital, hacía apenas diez minutos que John se había ido, y observaba atentamente todo lo que la rodeaba, ideando la mejor manera de escapar de ahí sin que ningún médico o enfermera se percatara de ello. Ya estaba a punto de desconectarse el monitor cardíaco, cuando un hombre irrumpió en la habitación como si nada. Abrió los ojos de par en par, sobresaltándose un poco, clavando su vista en los ojos celestes de él.
— ¿Qué haces aquí?
— Tenía que hablar contigo— dijo en forma de respuesta, con su grave voz.
— Pero es peligroso.
Él sonrió de lado y se acomodó el gorro que llevaba puesto— Soy un maestro del disfraz, nadie podría reconocerme.
— Yo lo hice— dijo en tono de superación y algo de burla la castaña.
— Tú eres mi aprendiz— dijo en forma de respuesta el morocho, usando un tono bastante extraño al decir la última palabra.
Nathaly comenzó a reír, para luego acomodarse mejor en la cama y mirarlo, reacomodando los cables que tenía conectados.
— Muy bien, maestro ¿Qué es lo quieres decirme?— dijo entonces, usando el mismo tono que Sherlock.
— Primero de todo, no pienses en escapar de aquí hasta que te lo digan— ella lo miró, levantando una ceja, en forma acusadora—. Sé que no soy el indicado para decírtelo, pero aún así, no debes hacerlo— la miró acusadoramente, para luego agregar—, es parte del plan— la castaña suspiró, girando los ojos, pero luego simplemente volvió a mirarlo, sabiendo que no había terminado de hablar—. Y segundo, hay que comenzar con el final.
— Entiendo, ¿qué hay de John, le dirás?
— En poco tiempo, probablemente— un pequeño gesto de nostalgia se dibujó en el rostro del detective. Ella lo miró, entre preocupada y melancólica, con las cejas caídas, pero aún así no dijo nada—. Sé que has… desarrollado sentimientos para con John, Nathaly, pero…
— Te lo advertí.
— También yo.
— Lo sé— ella suspiró y bajó la mirada. Sabía que no podía hacer nada, así como también sabía las consecuencias de sus actos, pero no había podido evitarlo y tampoco se arrepentía de ello, pero una gran angustia estaba apoderándose de su corazón.
El menor de los Holmes también suspiro, profundamente, cerrando los ojos, para luego abrirlos y clavar su fría y dominante mirada en los ojos verdes de ella.
— Bien, escucha con atención lo que debes hacer, porque estoy seguro de que John no tardará en regresar.
— Pero él… espera, ¿tú hiciste que se fuera?
— Si— respondió simplemente. Se le acercó un poco más y continuó hablando—. Uno de los hombres de Moran te drogó para que revelaras la información que posees, y terminó causando el accidente. Es probable que él esté a punto de morir, si es que no lo liquidaron ya, pero otras de las arañas de Moriarty vendrá por ti, y por John, probablemente disfrazándose de personal del hospital, asique cuando el médico te dé el alta, debes permanecer un tiempo más, al menos una hora, sin decirle a John, y esperar…
— Y entonces lo atrapo y te lo llevo— terminó ella.
Él sonrió— A Mycroft, en realidad. Él y Lestrade sabrán que hacer, ya les di las instrucciones.
— ¿Lestrade? ¿Le dijiste…?
— Si, antes de venir contigo me encontré con él y mi hermano— Sherlock suspiró, en forma un tanto extraña, dando a entender que su encuentro con el inspector y su hermano mayor no había sido muy de su agrado.
Nathaly soltó una risita al ver la expresión de su “jefe”, por lo que no pudo contener la curiosidad.
— ¿Qué ocurrió?
— Mi querido hermano mayor está… como decirlo… saliendo, con Gregory Lestrade— la expresión de fastidio en el rostro del detective consultor se acentuó aún más, por lo que la mujer no pudo evitar estallar en carcajadas.
— En verdad nunca me lo hubiera imaginado, ¿el hombre de hielo, en una relación?
— Si, ¿quién lo diría, verdad?— y dicho esto, giró sobre sus talones y comenzó a salir, no sin antes detenerse a la altura de los pies de la castaña y observarlos— Te fracturaste el tobillo.
Nathaly dibujó una sonrisa torcida en sus labios— Podría haber sido peor.
— Ya lo creo— Sherlock apoyó una de sus manos en el pie vendado de ella –que se encontraba tapado por las sábanas– y le dedicó una suave y casi imperceptible caricia—. Cuídate y cuídalo a John hasta que sea el momento— y dicho esto continuó su caminar hasta la puerta de la habitación.
— Sherlock, espera— el detective frenó un momento y la miró por encima de su hombro—. John tiene mi teléfono.
— No te preocupes— dijo en él en forma de respuesta, sonriendo de lado y yéndose.
Ella asintió, observando como Sherlock Holmes salía de su campo visual, haciéndose pasar por un guardia de seguridad. Suspiró profundamente y se recostó por completo en la cama, esperando a que lo que él había dicho se cumpliera.
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Hacía unos cinco minutos que estaba esperando a su hermana en el lugar en dónde habían arreglado de encontrarse; se encontraba bastante nervioso, no quería dejar por mucho tiempo a Nathaly sola, por más que hubiera visto a muchos más guardias de los habituales en el hospital. Alzó la vista al ahora nublado cielo nocturno, comenzando a pensar en los acontecimientos que se habían agolpado repentinamente en las últimas veinticuatro horas, todo había pasado tan rápido que le parecía estar soñando y, a la vez, sentía que había retrocedido dos años en el tiempo, a excepción de la presencia de Sherlock. Y a decir verdad, en ese momento, pensándolo bien, todo aquello tenía un tinte muy peculiar, típico de su antiguo compañero de piso.
Fue entonces cuando su corazón dio un vuelco. Últimamente pensar en Sherlock había dejado de ser doloroso, para pasar a ser cálido y agradable. Cuando lo hacía, una sensación nostálgica pero feliz invadía todo su ser… A veces, le seguían sensaciones agradables, y otras, un tanto más tristes, pero siempre, una sonrisa inconsciente y boba se dibujaba en su rostro. Recordarlo era como recordar el sabor de un delicioso chocolate o de un exquisito té caliente que hacía tiempo no probaba.
En esa ocasión, fue la tristeza la que lo invadió. Hacía ya tiempo que se había dado cuenta de sus verdaderos sentimientos, y en verdad había sido un idiota al no haberse dado cuenta antes, cuando en verdad importaba ¿Quién iría a pensar que aquello que había negado tantas veces terminaría por convertirse en algo que en verdad añoraba y deseaba por que fuese real?
Suspiró profundamente, cerrando los ojos y maldiciéndose a sí mismo, a la vez que guardaba sus manos en los bolsillos de su chaqueta. Fue entonces cuando lo notó: tenía dos celulares, uno en cada bolsillo. Extrañado, volvió a abrir los ojos y los sacó, observándolos. Un extraño escalofrío lo recorrió, uno de ellos no era el suyo, era el de Nathaly.
— Diablos— murmuró entre dientes, comenzando a buscar con la mirada a su hermana, esperando a que apareciera pronto, para poder volver al hospital.
Pero entonces el teléfono de la mujer sonó, anunciando un mensaje. Lo miró arqueando las cejas, el cartel indicaba que provenía de alguien llamado Sigerson. En un arrebato de curiosidad, que deseó nunca volver a tener para con el teléfono de una mujer, abrió el mensaje y leyó su contenido:
— “Vuelve al hospital John. Lo siento, pero lo de tu hermana fue una farsa.”
Abrió los ojos de par en par, mientras lo invadía una gran conmoción. No tenía ni la menor idea de lo que podía llegar a significar aquel mensaje, pero Sigerson sabía que él tenía en su poder el teléfono de Nathaly y que no estaba con ella. Aquello podía ser bueno o malo y, antes de tener que lamentarlo, llamó un taxi, se subió a toda prisa en él y le indicó al conductor que le pagaría cincuenta libras de más si llegaba en menos de quince minutos.
Mientras las calles de Londres pasaban a toda velocidad por sus ojos, otro mensaje llegó, del mismo remitente.
— “Ten cuidado, puede ser peligroso”.
El corazón le dio un vuelco, se imaginó claramente la voz de Sherlock al decir aquello, además de su típica firma “SH” al final del mensaje, aunque sabía que eso –más allá de ser imposible– no estaban allí. Una vez más, la curiosidad lo invadió e ingresó al buzón de mensajes recibidos de la castaña. De los al menos setenta mensajes que había almacenados, cincuenta eran del tal Sigerson, mientras que los restantes se repartían entre Mycroft Holmes y otras personas. Leyó apenas dos, pero éstos bastaron para llenar su mente con aún más preguntas, y su corazón con aún más incertidumbre.
— “Nuestra red está desplegada sobre la suya, espera hasta mañana para actuar.”
—  “No olvides que aunque no está, Moran es tan venoso como él.”
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Entró ya más calmado a la habitación del hospital, al ver que Nathaly estaba ahí, perfectamente bien. Llevaba el celular de ella aún en la mano, apretándolo fuertemente. No dijo absolutamente nada, solo se le acercó y se sentó en la silla que estaba a su lado. La castaña estaba dormida, cosa que agradeció, a decir verdad. Se la quedó mirando por varios y largos minutos. Se veía tan serena y frágil que le pareció que era una persona diferente a la que el día anterior había enfrentado a un hombre que la estaba amenazando de muerte. Volvió a mirar el teléfono de la abogada, el nombre de Sigerson le rondaba la cabeza, al igual que los mensajes que había leído. Una extraña sensación lo estaba invadiendo cada vez más, haciendo que en su mente (que se encontraba tratando de unir hechos y nombres, imitando –a su parecer– el proceso mental que usaba Sherlock), el nombre de Mycroft Holmes chocara contra las paredes de su cráneo constantemente. No por nada le había pedido que se fuera para hablar con Nathaly a solas, no por nada ella no le había podido contar todo, no por nada el tal Sigerson sabía lo de su hermana y que él tenía el celular de la castaña. Algo estaba mal, terriblemente mal.
Suspiró profundamente y estiró el cuello, tirando su cabeza hacia atrás, de modo que ésta quedó apoyada en el respaldo de su asiento. Mycroft, Sigerson, Lestrade, Moriarty… Sherlock. Todos ellos, sus nombres, giraban en círculos en su cerebro… Y él no podía hallar una clara conexión, pero sabía que la había.

Luego de unos cuarenta minutos, Nathaly comenzó a despertar y, al ver a John a su lado, sonrió completamente feliz. Pero la seriedad invadió su pálido rostro al ver la expresión del rubio.
— John… ¿Qué ocurre?
Él no respondió, simplemente le mostró su celular, con el mensaje que le había llegado cuando estaba esperando para su falso encuentro con su hermana. Ella abrió los ojos de par en par, verdaderamente sorprendida.
— ¿Quién es Sigerson? ¿Por qué sabía que yo tenía tu celular? ¿Y cómo es que conoce a mi hermana?
Ella cambió su semblante completamente, haciendo que sus rasgos adquirieran una dureza y frialdad extrañas, especialmente sus ojos verdes, los cuales se clavaron fijamente en los pardos de John. Estiró el brazo, con la palma hacia arriba, y dijo, en tono de orden:
— Dámelo.
Él alejó el aparato del campo visual de ella, sonriendo de lado. Si algo había aprendido en su tiempo viviendo con Sherlock, era que no podía ceder de forma fácil a los mandatos de nadie, y especialmente de una mujer.
— No hasta que me digas quién es Sigerson— ella estaba a punto de hablar, pero él volvió a hablar, impidiéndole que lo hiciera—. Claramente me conoce, asique no voy a permitir que me digas que es un secreto, porque no importa, ¿quién es Sigerson?
Nathaly volvió a suspirar, cerrando los ojos— John…— volvió a abrirlos y lo miró. Él seguía en la misma posición, no iba a permitir que le ocultara eso—. Yo no soy nadie para decírtelo, perdóname.
El ex-militar arqueó las cejas— ¿Cómo que no eres nadie? ¡Por dios, Nathaly, trabajas para Mycroft Holmes! Ese hombre es prácticamente el mismísimo gobierno, y trabajas directamente para él, ¿esperas que crea que no eres nadie?
— No, pero es cierto. Yo solo cumplo órdenes, y no puedo decirte nada hasta que me den dicha orden.
John apretó los labios, sin dejar de mirarla. Luego resopló y se puso de pie, comenzando a dar vueltas por la habitación. Se llevó una de sus manos a su cabello, alborotándolo un poco y giró sobre sus talones para volver a mirarla. Se pasó la lengua por los labios un par de veces, mientras meditaba bien lo que iba a decir. No quería enojarse, no quería que su apenas iniciada relación –si es que se podía llamar así– se derrumbara antes de que terminara de construirse. En verdad le gustaba esa mujer que tenía delante, le caía bien, y quería conocerla más y mejor. Quería poder tener una oportunidad, por más pequeña que fuese, para comenzar de nuevo, otra vez.
— De acuerdo… Llamaré a Mycroft, entonces, y que él me explique todo esto, porque en verdad no entiendo absolutamente nada, pero sé que está relacionado de alguna u otra forma con…
Pero no pudo terminar de hablar, porque alguien abrió la puerta sin siquiera golpear. John miró por sobre su hombro y dibujó una mueca en sus labios.
— No creo que necesites llamarme, John— dijo con su molesta media sonrisa el mayor de los Holmes. El hombre iba escoltado por el inspector Lestrade.
— ¿Qué hacen aquí?— preguntó el rubio, sin quitar aquella mueca de irritación de su rostro.
— No lo sé, él me arrastró— respondió el peliblanco policía, sonriendo de forma extraña y señalando con la cabeza al hombre que estaba a su lado.
Los ojos de Watson se dirigieron a los del político, en busca de una respuesta, la cual exigía ser satisfactoria.
— Tenemos los resultados de la pericia de tu auto, Nathaly— respondió entonces Holmes—, y fueron muy contundentes. Pero, además, vinimos a decirte que cierto hombre acaba de ser asesinado hoy, en un bar del centro, por un rifle de alta potencia y disparado por una mano de alta precisión.
John elevó una ceja, extrañado, y luego volteó a ver la expresión en la cara de la mujer. Ella tenía los ojos entreabiertos, clara señal de que estaba pensando. Volvió a mirar a los dos hombres y preguntó:
— ¿El hombre que murió es el mismo que causó el accidente de Nathaly?
— Con total seguridad, después de todo, es quién le ha estado causando contratiempos y persiguiéndola estas últimas semanas.
El antiguo blogger entreabrió la boca, pero no dijo nada. Los nombres en su cabeza giraban cada vez más rápido, debía aclarar su mente, encontrar esa maldita relación de una vez por todas y, entonces, estaba seguro, todo le quedaría claro. Debía preguntarle, era ahora o nunca:
— ¿Quién es Sigerson, Mycroft?— dijo, ya con voz más calmada, ya que había estado casi gritando anteriormente.
El aludido ladeó la cabeza, arqueando una ceja y mirando de reojo a su supuesta subordinada— ¿Por qué quieres saberlo?
— Porque, sea quien sea, está involucrado en todo esto y como evidentemente yo y Nathaly también, quiero saberlo— hizo una pausa—. Además, no sé porqué, pero me suena a que Sherlock, sea en la forma en que sea, esta… estaba involucrado.
Mycroft Holmes no dijo absolutamente nada, simplemente se quedó observando a John por unos cuantos minutos, con expresión seria y algo desafiante, hasta que dibujó una mínima sonrisa y, tomando su ya típico paraguas, giró sobre sus talones y comenzó a caminar.
— En verdad acabas de sorprenderme, John. Tienes una forma muy particular de pensar, pero es muy eficiente en verdad— los demás presentes lo miraron mientras salía. John de forma muy seria y bastante enojado, Nathaly sin ninguna expresión particular y Lestrade, muy extrañado—. Estoy seguro de que llegarás a la verdad que tanto quieres descubrir por ti solo— agregó cuando ya se encontraba en el pasillo. Luego volvió a girar y miró al detective de Scotland Yard—. Vamos, Gregory.
Éste asintió, se despidió de John y Nathaly y ambos hombres se fueron. El rubio suspiró de forma profunda, tratando de no soltar una maldición contra el mayor de los Holmes y luego le devolvió el celular a la castaña, diciendo:
— Bien, creo que ya no será de mucha ayuda que siga teniendo esto, ¿verdad? Así como tampoco será de ayuda seguir preguntándote.
Ella tomó el aparato y lo colocó a su lado, sobre el colchón— No, lo siento, de verdad, John.
— Descuida.
La abogada bajó la mirada, mientras el hombre volvía a tomar asiento. Un pequeño sonido anunció la llegada de un mensaje al móvil de ella, el cual leyó automáticamente y no respondió.
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El menor de los hermanos Holmes acababa de regresar a la casa de su hermano mayor. Estaba algo alterado a decir verdad, lo cual era demasiado inusual en él, y eso lo alteraba aún más. Había ido al hospital, le había enviado un mensaje a John  y como un idiota se había quedado en aquel lugar hasta asegurarse de que el rubio llegara bien. En verdad lo había afectado, no entendía la razón exacta, sólo sabía que los niveles de adrenalina y endorfina en su cuerpo habían aumentado increíblemente al ver al doctor pasar apresuradamente por delante suyo, sin siquiera verlo por el rabillo del ojo y, por supuesto, sin identificarlo. Había tenido el irracional impulso de tomarlo del brazo, mirarlo a los ojos, decirle que era él, decirle que todo aquello era una farsa para atrapar a Moriarty, que estaba vivo, que no había muerto aquel día en el hospital, que todo había sido montado como una obra de teatro…
Pero él era un hombre racional, de ciencia, calculador y práctico. Tenía un plan e iba a cumplirlo al pie de la letra y no se permitiría dominar por sentimientos. Hizo una leve mueca de desagrado al pensar en los sentimientos, pero debía admitirlo, conocía la química del cuerpo, sabía porque había reaccionado así… Y sólo se podía explicar por aquellas cosas que la gente llamaba “amor”. El ciertamente no concebía esa palabra, no porque nunca hubiera dado o recibido cariño, amor; después de todo, las personas, incluso él, sentía esa cosa extraña por sus padres y hermanos, aunque no lo admitieran.
Suspiró profundamente y tomó su violín, comenzando a improvisar, para aclarar sus pensamientos. Justo en ese momento, un mensaje de su hermano llegó a su teléfono y, al leerlo, su semblante se tornó más serio de lo que ya estaba. La arañita de pared de Moriarty había muerto, lo había asesinado Moran, obviamente; eso no le sorprendía, al contrario, se lo esperaba, no por nada le había dado aquellas instrucciones a Nathaly. Pero la segunda parte de aquel mensaje fue la causa de que su seriedad aumentara: John estaba sospechando de ella. Sabía que en algún momento ocurría, él no era ningún estúpido, por más que siempre se lo dijera. Su antiguo compañero de Baker Street era inteligente y había aprendido de él… y ahora se estaba dando cuenta poco a poco de que Nathaly Harver estaba involucrada con él.
Quizás fuera el momento para comenzar la última escena del último acto de aquella obra que había comenzado hacía casi dos años.
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