domingo, 23 de diciembre de 2012

Muérdago [Rose/Scorpius]


Día 1 – Muérdago.



Rose Weasley era una chica que se consideraba a sí misma ocupada, muy ocupada. Estaba en su último año en Hogwarts y no tenía tiempo para jugar bromas a los estudiantes más chicos o andar correteando por los terrenos del castillo entre la nieve, como lo hacían su hermano y primos. No, por supuesto que no, porque Rose había heredado no solo la increíble inteligencia de su madre, sino también su sentido de la responsabilidad. Y nada era más importante para la pelirroja que aprobar los EXTASIS, los exámenes finales del colegio de magia y hechicería inglés.
Era por eso que, faltando apenas unos días para las vacaciones de navidad, mientras los profesores estaban ultimando los detalles del decorado festivo, la hija mayor de Ron y Hermione estaba yendo hacia la biblioteca con un par de libros entre sus manos.
Y fue en ese camino en donde se encontró que alguien a quién no quería ver. Definitivamente la última persona que esperaría ver en esos días: Scorpius Malfoy.
— Hola Weasley— dijo el rubio con una media sonrisa en su rostro
— Oh, volviste a llamarme por mi apellido, genial. Hola Malfoy— dijo en forma de respuesta la pelirroja.
— Consideré que como ya no querías hablarme a no ser que hubiera alguien más presente, sería bueno que mantuviéramos un poco de distancia.
— Me parece perfecto— volvió a decir ella, claramente no quería hablar con él. No después de que la había estado persiguiendo durante todo el año—. Pero creo que no lo estás cumpliendo, al menos que Albus esté en algún lado con la capa de invisibilidad de su padre.
— Oh, no, él está ocupado en sus propios asuntos.
— Ah, ¿entonces yo soy asunto tuyo?— preguntó casi irónicamente ella, levantando una ceja.
— Si— respondió alegremente Malfoy, como si fuera lo más normal del mundo. Luego se acercó a ella y, sonriendo, agregó—. O al menos lo eres… en este lugar y momento exacto.
— ¿Qué…?— comenzó a preguntar Rose, pero entonces se percató de que Scorpius estaba mirando hacia arriba, al techo, por lo que ella lo imitó y, por más que le pesase, entendió a qué se estaba refiriendo el hijo de Draco Malfoy. Un muérdago, sobre ellos, flotando y brillando hermosamente gracias a los hechizos de los profesores— Un muérdago— murmuró entonces, volviendo a mirar al rubio y ruborizándose levemente.
— Si, un muérdago… Sabes la tradición, supongo, ¿verdad?— susurró él, acercándosele mas y acariciándole suavemente el cabello.
El corazón de Rose dio un vuelco. Cerró los ojos y trató de controlar su respiración. Siempre que estaba cerca de Scorpius le pasaba lo mismo, no podía evitarlo. Él simplemente podía con ella, hacia que se derritiera entre sus brazos y que no pudiera controlar sus emociones. Abrió los ojos lentamente y se encontró con los bellos ojos del chico, muy cerca de ella.
— Sí, claro que conozco la tradición— respondió al fin, terminando de acercar sus labios.
 Probablemente por primera vez en su vida, Rose había dejado de lado la racionalidad que siempre la gobernaba y estaba dejando llevar. Quizás por el espíritu festivo, quizás porque estaban debajo de un muérdago, o quizás, simplemente, porque era Scorpius Malfoy.

lunes, 22 de octubre de 2012

Un simple abrazo [Doctor Who]


Un simple abrazo.



Amy abrió las puertas de la Tardis y en su rostro apareció una mueca de desilusión absoluta, mientras que Rory asomó la cabeza por encima del hombro de su esposa y arqueó levemente las cejas:
— ¿Londres?— preguntaron ambos al unísono, completamente decepcionados, por no estar viendo un paisaje extraordinario o un tiempo completamente diferente al suyo.
— Si— contestó simplemente el Doctor, apareciendo por detrás de ambos, colocándose entre la pareja y empujándolos levemente para que salieran—. Un pasado cercano, año 2004… ¿Comemos unas papas fritas?— dijo con total alegría y naturalidad, saliendo del interior de la Tardis y caminando despreocupadamente, como siempre lo hacía.
Los Ponds se miraron extrañados por unos segundos, para luego simplemente seguirlo. No tenían ni idea de por qué el Doctor había aterrizado ocho años en el pasado, aún así los siguieron, comer comida familiar sería un alivio, después de todo.
— Doctor… ¿por qué 2004?— preguntó Amy, acercándosele, mientras caminaban hacia un lugar de comida rápida que al parecer el Doctor conocía.
— Simplemente lo elegí al azar, no pasó nada muy extraordinario en este año, solo los humanos siendo humanos, ¿no te parece agradable eso?
La pelirroja lo miró extrañada, últimamente él había estado un poco raro. Es decir, más raro de lo usual para ser el Doctor, no tenía idea de por qué y eso la inquietaba. Si algo inquietaba al Señor del Tiempo, tenía que ser algo grave y cuando las cosas eran graves para él… Bueno, mejor no pensar en lo que podría pasarle a Rory y a ella.
Caminaron por unos cuantos minutos, en verdad no había nada que ver, después de todo, ellos habían vivido ese año y, como el mismo Doctor había dicho, no había pasado nada verdaderamente extraordinario, por lo que simplemente se distrajeron hablando de cosas sin sentido hasta llegar al lugar de comidas rápidas. Una vez adentro y con sus cosas en la mano, se dispusieron a sentarse y comer tranquilamente. Tanto Amy como Rory esperaban que en algún momento algo extraordinario pasase, que un alien apareciera sobre su mesa, que el cielo se oscureciera de pronto, que la tierra temblara, que comenzara a llover gatos, o cualquier otra cosa. Pero no, los minutos simplemente pasaron sin que nada ocurriese, la pareja simplemente no podía creer que el Doctor los hubiera llevado allí sólo para comer papas fritas –lo cual, había que aclarar, estaba haciendo y un poco en exceso, ya que había pedido cuatro porciones de las grandes para él solo–.
Al cabo de unos quince minutos, en los cuales continuaron hablando con total soltura, el Doctor se puso inusualmente tenso, mientras lanzaba fugaces miradas hacia un lado. Amy, quién se percató de esto al instante, observó la mesa que, supuso, estaba recibiendo las miradas del viajero del tiempo. En ella había sentada una pareja que hablaba muy alegremente, riendo y comiendo, con total naturalidad. Él era de tez oscura y cabello negro, mientras que ella era de cabello rubio y lacio. Parecían completamente normales, sin ninguna preocupación y para nada sospechosos; sin embargo, el Doctor seguía lanzando miradas fugaces y teñidas de algo así como tristeza, especialmente a la chica. La pelirroja estaba a punto de hablar, cuando Rory se le adelantó:
— ¿Doctor, qué ocurre?
Su esposa lo miró, para luego mirar al Doctor, el cual ahora los miraba alternativamente, mientras continuaba comiendo sus papas, ahora un poco más velozmente, con cierto dejo de nerviosismo.
— Nada Rory, ¿por qué lo preguntas?
— ¿Por qué lo pregunta?— preguntó Amy, reclinándose un poco sobre la mesa, para acercarse más al Doctor y volver a preguntar, bajando el tono de voz, como para que nadie más que ellos escucharan— ¿Por qué no dejas de mirar a aquella pareja de ahí? ¿Los conoces?
— ¿A ellos? No, claro que no— respondió automáticamente el Señor del Tiempo, luego de señalar con una papa a otra pareja, completamente diferente. Los Pons lo miraron acusadoramente, por lo que él suspiró profundamente y respondió—. Si, los conozco.
— ¿Quiénes son? O mejor dicho, ¿quién es ella? — preguntó la pelirroja escocesa, alzando una ceja, sintiendo una pequeña opresión en el pecho al ver la mirada que le dirigía el otro al escuchar su pregunta.
— Su nombre es Rose— respondió él casi en un susurro—. Y él es Mickey.
— ¿Quiénes son?— el que preguntó esta vez fue Rory.
— Viejos amigos— respondió simplemente el Doctor, volviendo a suspirar y terminando de comer las papas que quedaban, para luego hacer un ademán de levantarse.
Pero Amy lo detuvo, tomándolo por el brazo y obligándolo a quedarse sentado— Vinimos a verlos, ¿verdad? ¿Por qué no los saludas, entonces?
— No vinimos a verlos… vamos— el extraterrestre volvió a hacer un ademán para levantase, pero la pelirroja le apretó el brazo, a la vez que le dirigía una mirada acusadora, por lo que agregó, clavando sus ojos verdes en los miel de ella—. Ellos aún no me conocen.
Ella arqueó las cejas, sin desviar su mirada, mientras que Rory comenzó a mirar alternativamente al Doctor y a la pareja de la cual estaban hablando.
— ¿Y por qué no vamos a una época en la que sí te conozcan?— preguntó entonces él.
— Porque no puedo hacer eso.
— ¿De qué hablas? ¿Cómo que no puedes hacerlo?— Amy se estaba comenzando a desesperar verdaderamente, no sabía por qué, pero estaba sintiendo una especie de celos que comenzaban a invadirla, y cada vez más.
— Simplemente no puedo, Amelia— y sin decir más, se soltó de su agarre y, luego de dirigirle una mirada algo extraña a ambos, se puso por fin de pie.
— ¡Doctor!— gritó entonces la escocesa, golpeando la mesa con la palma de su mano. Tanto su marido como el aludido se sobresaltaron, el primero más que el segundo, pero aún así, ninguno de los dos dijo nada. El Doctor volvió a lanzar un suspiro y simplemente salió del local, no sin antes lanzar una última mirada melancólica a la chica rubia de la mesa contigua.
Amy y Rory se quedaron callados por unos instantes, percatándose de que la dichosa pareja los estaba, ahora, mirando bastante extrañados. La chica rubia tenía en sus ojos un dejo de preocupación, mientras que el joven que estaba sentado con ella simplemente los miraba sin entender nada. Amelia suspiró profundamente cerrando los ojos, para calmarse un poco, mientras que Rory simplemente acarició la espalda de su esposa, algo preocupado a decir verdad. Luego de unos segundos, ambos se pusieron de pie y se dispusieron a salir, pero la rubia, que no había dejado de mirarlos preocupadamente en ningún momento, se puso de pie y tocó el brazo de Amy, llamando su atención. Los Ponds se giraron, para poder mirarla y entonces ella preguntó:
— Disculpa por entrometerme, pero… ¿su amigo está bien?
— Si, descuida— respondió casi automáticamente el castaño.
— No, no está bien— lo contradijo entonces su esposa, suspirando pesadamente—. Creo que necesita… un abrazo, y de una chica llamada Rose.
No supo exactamente por qué estaba diciendo aquello, ni por qué tenía un nudo en la garganta cuando lo dijo, pero simplemente necesitaba hacerlo. En el fondo sabía que el Doctor en verdad necesitaba aquello, un abrazo, un simple abrazo, pero de aquella chica rubia, que probablemente había sido una antigua compañera suya y que por alguna extraña razón, ya no podía volver a ver. Recordó entonces cuando él los había dejado a ella y a Rory en su casa, diciéndoles que esa era la única manera de salvarlos. Quizás a aquella chica no había podido salvarla de algo… no lo sabía, pero sentía que de una u otra forma, así era.
La chica la miró, ahora extrañada, arqueando levemente las cejas, pero no hizo ni dijo nada, simplemente se quedó ahí parada, mirándolos. Entonces, la pareja simplemente le sonrió y salió de allí, en busca del Doctor, el cual estaba afuera, parado, mirando al cielo, sin hacer nada.
— ¿Doctor?— preguntó Amy, acercándosele lentamente. Él tenía la mirada perdida, las manos en los bolsillos de su saco y los hombros caídos. Rory también se le acercó, ambos estaban preocupados, se les notaba a simple vista y estaban dispuestos a escuchar lo que fuere, solo para que volviera a ser el insoportable alienígena que decía cosas inentendibles la mayor parte del tiempo.
— Me conocerán en un año… pero no puedo volver sobre mi línea temporal— dijo en forma de respuesta él, sin apartar la mirada de las nubes blancas que cubrían el cielo londinense.
— ¿Y qué tal justo antes de que nos conocieras a nosotros?— preguntó Rory.
— Para esa época, ella ya no…— el Doctor se interrumpió a sí mismo—. Olvídenlo, ¿sabían que estuve para la inauguración del Puente de Londres? Pero nunca fui a la del Big Ben, podríamos ir, ¿qué les parece?— de la nada, parecía que el Doctor de siempre había vuelto, pero aún se notaba en sus ojos ese dejo de tristeza.
Los Pons-Williams le sonrieron, aún con la preocupación en sus rostros, pero aún así asintieron y comenzaron a caminar en dirección hacia donde habían dejado estacionada la Tardis, mientras escuchaban el relato que había comenzado a hacer el Doctor sobre la inauguración del puente. Pero de la nada, el relato se detuvo en seco, lo que hizo que la pareja se girara, para ver qué había ocurrido, después de todo, no había muchas cosas que podían hacer callar al Doctor cuando estaba contando algo.
La chica rubia del local, Rose, lo estaba abrazando. Le había rodeado el cuello con los brazos, mientras apoyaba su mentón en el hombro de él. No estaba exactamente cerca de su cuerpo, pero aún así era un abrazo. Los Ponds se quedaron inmóviles en su lugar, observando la escena, Rory abrazó a su mujer de forma cariñosa, como con miedo de no poder volver a abrazarla nunca más. 
El Doctor, por su parte, suspiró profundamente, mientras rodeaba lenta y casi tímidamente el cuerpo de Rose, acercándola más a él. Sintió su aroma, el calor de su cuerpo, los latidos de su corazón, el ritmo de su respiración. Casi había olvidado cómo se sentía abrazarla, pero ahora que volvía a hacerlo, los recuerdos se habían vuelto tan frescos como si no hubiera pasado ni un solo día. Agachó un poco su cabeza, permitiéndose esconder un poco su rostro entre el cabello de ella, sintiendo más de cerca aquel aroma que tanto había extrañado.
— Rose…— susurró apenas, para que sólo ella pudiera oírlo. Sabía que estaba mal, pero así como no había podido evitar ir hasta ese día en específico, tampoco podía evitar aquello. La apretó más contra su cuerpo y sintió como ella se acostumbraba a estar así y lo abrazaba con más fuerza. Quizás aún no lo conocía, pero el tiempo era tan complejo como los sentimientos, y quizás, solo quizás, Rose lo estaba recociendo, aunque nunca lo vería con el rostro que tenía ahora.
Luego de unos minutos, que tanto para él como para ella parecieron horas, se separaron, para poder mirarse los rostros. Él clavó su mirada en la suya, recordando cada una de las cosas que habían vivido juntos, cada una de las aventuras, de las risas, de los peligros, los sentimientos que había –o mejor dicho, tenía– por ella, las sensaciones que sólo ella le había vuelto a hacer sentir. Habían pasado más de doscientos años para él… Y sin embargo, todo estaba ahí, fresco como si nunca nada hubiera terminado. La melancolía que estaba sintiendo había desaparecido mientras miraba aquellos ojos marrones que ahora no lo reconocían, pero que algún día brillarían de felicidad al verlo, y que también llorarían por él…
— ¿Quién… eres?— preguntó entonces ella, en un susurro, como tratando de no hacer daño.
Pero sus palabras fueron como un balde de agua fría para el Doctor. Sabía que no podía culparla, pero aún así no podía evitar sentir lo que sentía. Dibujó una pequeña y débil sonrisa en su rostro, ese rostro que ella nunca conocería y, sin dejar de mirarla a los ojos, dijo:
— Lo siento, pero no puedo decírtelo— ella inclinó un poco la cabeza, sin entender, y él sonrió un poco más, recordaba esa expresión a la perfección. Llevó una de sus manos al rostro de ella y le acarició muy suavemente una mejilla, para luego separarse por completo de ella, pero conservando la corta distancia que los separaba—. En un año lo sabrás, Rose Tyler.
Ella levantó una ceja, aún más extrañada que antes y se alejó un paso hacia atrás. El Doctor lanzó un pequeño suspiro de risa: esa chica era brillante, como siempre se lo había dicho, por lo que entendería a la perfección, lo sabía. Sonrió aún más, aunque aún faltaba un año para que se conocieran, esa Rose era su Rose. Le dedicó una de sus mejores sonrisas y volvió a acercársele, para poder besarle la frente; luego giró sobre sus talones y se dispuso a reunirse con Amy y Rory, que aún los seguían mirando desde una distancia bastante prudente. Pero antes de estar lo suficientemente lejos, volvió a hablar, sin dejar de sonreír y mirando por sobre su hombro a Rose:
— Adiós, mi lobo malo.
La rubia, que tenía la mirada clavada en él, arqueó las cejas, pero luego le devolvió la sonrisa, esa sonrisa perfecta que siempre le había dedicado. El Doctor siguió caminando, sin volver a mirar atrás, hasta llegar a dónde lo esperaba la pareja. Se paró frente a ellos, que lo miraban interrogantes y simplemente les sonrió como siempre hacía, les palmeó el hombro y continuó caminando, en dirección a la Tardis.
— Entonces… ¿1859?
— ¿Qué?— el que preguntó fue Rory, completamente confundido, al igual que su esposa, por el cambio repentino de actitud del Doctor.
— ¡La inauguración del Big Ben!
Los Pons lanzaron un “Ohh” al unísono y luego continuaron caminando junto al último Señor del Tiempo, como si nada hubiera pasado.


Pero para Rose, aquello había sido más que extraño, especialmente porque al abrazar a aquel completo desconocido, una aún más extraña sensación de familiaridad la había invadido. Mikey, que ahora estaba junto a ella, mirando como las tres personas que habían comido en la mesa contigua a la suya en el local se marchaban, la miró con algo de preocupación y preguntó:
— ¿Quién era ese?
— No lo sé, pero creo que en algún momento me enteraré— respondió, como hipnotizada, sin poder dejar de mirar el caminar de aquellos tres. Luego simplemente miró a su novio y sonrió, tomándolo del brazo y tirando de él, para que volvieran a entrar al restaurante—. Olvídalo, ¡vamos!
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domingo, 23 de septiembre de 2012

Believe in me - Cap 3


III



Había pasado un poco más de una hora desde que Mycroft Holmes había abandonado la habitación, dejando a John y Nathaly solos. No habían hablado demasiado, la chica se encontraba cansada y algo adormilada por los medicamentos que le habían suministrado para el dolor y el rubio no quería presionarla, aunque su mente estaba siendo invadida por miles de preguntas. La castaña se había dormido hacía poco menos de treinta minutos, y John estaba por el mismo camino, cuando alguien golpeó suavemente la puerta. El ex-militar, sobresaltado, se enderezó en su asiento y, mirando en dirección a la entrada, dijo:
— Pase.
El canoso inspector de Scotalnd Yard, junto a la Sargento Donovan, entraron lentamente al cuarto. Ambos lo miraron, el hombre casi que con tristeza, y la mujer con cierta sorpresa.
— Buenas tardes John— dijo el detective inspector Lestrade, acercándoseles— ¿Está dormida, verdad?
— Buenas tardes— saludó el hombre, mirando a la mujer que descansaba sobre la cama—. Si, hace un rato ya. Es a causa de los medicamentos.
— No esperaba verte aquí— comentó Donovan, mientras su jefe se acercaba a Nathaly. John sonrió de lado y tomó la mano de la castaña afectuosamente, por lo que la policía agregó—. Oh… ya veo. Tienes cierta habilidad para involucrarte con personas extrañas, Watson.
Lestrade le dedicó una mirada de reproche, por lo que la mujer simplemente se aclaró la garganta y sacó de su bolsillo un pequeño cuaderno de notas y un lápiz. El hombre de cabello blanquecino se sentó en otra butaca que había en la habitación, cerca de la cama, y miró a John.
— Bien, supongo que podemos comenzar contigo hasta que ella despierte, entonces.
— ¿Conmigo? ¿Van a interrogarme a mí también?— preguntó extrañado el rubio.
— Por supuesto, fuiste una de las últimas personas en verla antes del accidente.
— La vi en la mañana temprano, el accidente fue cerca del mediodía, ¿cómo puedo haber sido…?
— Eso fue lo que Mycroft me dijo— interrumpió el detective. John suspiró y asintió, por lo que el otro continuó—. Bien, ¿a qué hora se separaron?
— Alrededor de las ocho de la mañana.
— ¿Y cuanto tiempo antes de despedirse se habían encontrado?
John tragó saliva y se revolvió incómodo en su asiento, sin dejar de mirar al otro hombre. Con una ligera curvatura que denotaba algo de nerviosismo en sus labios, respondió:
— Desde la tarde anterior, poco después de las cinco.
Donovan soltó una pequeña risita, mientras que Gregory sonrió de lado— De acuerdo, ¿sabes hacia dónde se dirigía luego de que se despidiera de ti?
— Al trabajo— respondió, pero luego agregó—. O eso es lo que me dijo ella, al menos.
— Muy bien… ¿a dónde te dirigiste tú?
— A mi casa, y luego al consultorio.
— Perfecto— miró a la morena, que acababa de terminar de escribir las respuestas de John en su libreta— ¿Anotaste todo, verdad?
— Claro— respondió ella, para luego dirigir su vista al antiguo compañero de Sherlock Holmes—. No sabía que estabas en una relación.
— Amm… bueno… Técnicamente nadie lo sabe— ambos lo miraron extrañados. El médico los miró a alternativamente a ambos, para luego humedecerse un poco los labios con lengua y proseguir—. Nos conocimos ayer.
Los dos policías lo miraron con los ojos abiertos de par en par. John no parecía el tipo de hombre que se acostaba con una mujer que apenas conoce, pero aún así, el hecho de que estuviera ahí con ella, en actitud sumamente protectora, era muy propio de él. La sargento abrió la boca y estaba a punto de hablar, cuando Nathaly comenzó a moverse, abriendo un poco los ojos y observándolos. John la miró automáticamente, cosa que ella respondió apretando un poco su mano y dibujando una pequeña y suave sonrisa.
— Hola— dijo ella en un susurro. Luego miró al inspector de Scotland Yard—. Usted debe de ser Lestrade, ¿verdad?
— Si, así es, un placer conocerla, señorita Harver— respondió el hombre, sonriendo levemente.
— Puede llamarme Nathaly. Lo envió Mycroft, ¿no es así?— él asintió—. Lamento decirle que no tengo mucho para agregar a lo que John, él o mi auto hayan podido decirles— prosiguió, luego de incorporarse un poco.
John la miró extrañado, mientras Lestrade se acomodaba mejor en su asiento, para mirarla fijamente también. El tono de voz que la chica había empleado le hacía recordar al de Sherlock cuando él le hacía preguntas con repuestas aparentemente obvias.
— Porque supongo que hicieron pericias al auto, ¿verdad?— agregó, al no obtener comentario alguno por parte de ninguno de los presentes.
Gregory parpadeó unas cuantas veces, inclinando un poco la cabeza, a la vez que lanzaba una mirada de reojo a Sally. En verdad le recordaba a Sherlock.
— Aún no tenemos los resultados— respondió sin más.
La mujer suspiró profundamente, para luego volver a hablar— De acuerdo…
— Bien, entonces…— el inspector se enderezó, apoyando completamente su espalda sobre el respaldo de la silla— ¿Hacia dónde te dirigías cuando ocurrió el accidente?
— Hacia el centro, pensaba que John y yo podíamos encontrarnos para almorzar.
— ¿Y de dónde habías salido?
Nathaly miró fijamente al peli-blanco, luego dirigió su vista a John, clavando sus ojos en los de él y respondió, sin dejar de mirarlo.
— De mi trabajo. No puedo decir dónde queda, es secreto de estado. Pregúntenle a Mycroft Holmes.
Un largo e incómodo silencio inundó la pequeña sala de hospital en dónde se hallaban. El médico ex-militar y la abogada no separaban los ojos del otro ni por un segundo, ante las miradas anonadados de los dos policías. Ella sabía que cuando volvieran a estar solos él la invadiría de preguntas completamente naturales y sabía también que la respuesta a la mayoría de esas preguntas serían “es un secreto”. Eso le dolía en cierta medida, el rubio le había hablado de varias cosas en su pequeña e improvisada cita del día anterior, y sabía a la perfección que había sido completamente sincero con ella… Pero simplemente había cosas que había jurado no revelar y debía mantener ese juramento.
— De… de acuerdo…— Lestrade interrumpió el pesado silencio, comenzando a ponerse de pie—. Entonces será mejor que haga que apuren los resultados de las pericias de tu auto. Si algo surge volveré a venir o My--— se interrumpió a sí mismo, John comenzaba a mirarlo de forma extraña, evidentemente por la forma en la cual hablaba del mayor de los hermanos Holmes—, el señor Holmes te avisará.
Y dicho esto se despidió de ambos y, junto a Sally Donovan, salieron de aquella habitación, volviendo a dejar solos a Nathaly y John.

La castaña volvió a acomodarse en la cama, para luego mirar a John y hablar.
— Se que quieres preguntarme… algunas cosas, John. Y es perfectamente normal que quieras hacerlo, asique adelante, hazlo.
El rubio la miró, luego suspiró con un dejo de cansancio y asintió con la cabeza. Luego de un momento, en el cual buscó la mejor manera de comenzar, preguntó:
— ¿Quién eres en verdad?
Ella lanzó un suspiro de risa— Nathaly Harver es mi verdadero nombre, si a eso te refieres.
— Genial, es un buen comienzo— dijo de forma divertida el hombre—. La última vez que conocí a alguien que trabajaba para Mycroft Holmes no me dio su verdadero nombre.
— ¿Anthea?— preguntó la chica de ojos verdes, también en tono divertido.
Ambos comenzaron a reír, pero luego volvieron a su semblante serio y ella volvió hablar.
— En fin… ¿qué es lo que quieres saber?
Él suspiró profundo— Se que no vas a decirme en qué trabajas, si Mycroft es tu jefe, es obvio que no puedes decirlo, pero… ¿Cómo rayos terminaste trabajando para él?
— Mi padre también era abogado, él trabajaba para Mycroft Holmes desde que yo era pequeña. Cuando él murió… Bueno, Mycroft necesitaba a alguien de confianza y hacía un par de años que yo me había recibido y…— era evidente la melancolía que le traía hablar de su padre, pero debía contar esa parte de la historia, así le habían dicho que debía hacerlo. La red de Sherlock para atrapar a la de Moriarty debía permanecer oculta para John hasta que el mismo detective lo considerara oportuno. Y aunque sabía que luego eso le costaría la confianza que el doctor estaba depositando en ella, debía hacerlo. Era por su propio bien—, eso.
Watson le dedicó una mirada cariñosa y una sonrisa suave— Entonces… básicamente, con el tiempo, te fuiste convirtiendo en una persona de confianza para él y te confió varios secretos.
— Así es. Es por eso que no pude decirle ni siquiera a Lestrade en dónde trabajo con exactitud… y por eso tampoco puedo decírtelo a ti, John… Aunque sé que has sabido varias cosas referentes a varios secretos cuando tu y Sherlock vivían juntos.
El rubio volvió a asentir con la cabeza— Entonces, tu ya me conocías, ¿verdad? Porque trabajas para Mycroft desde hace más de tres años.
Nathaly le dedicó una sonrisa algo culpable— Pero no mentí cuando dije que me encantaba tu blog… y el de Sherlock, ni cuando dije que creía en ambos. Conocí a Moriarty, sé la clase de mente criminal que era, ningún periódico sensacionalista podría hacerme cambiar de opinión.
— Gracias— dijo simplemente John, levantándose un poco, para poder besar dulcemente la frente de la castaña.
Ella cerró los ojos, recibiéndolo con cariño y sin poder evitar que sus manos tomaran con firmeza la camisa que el hombre llevaba puesta, atrayéndolo un poco más hacia ella. Necesitaba sentir el calor de su cuerpo de cerca, necesitaba sentirse querida. Él captó al instante sus sentimientos y entonces besó sus labios con ternura, a la vez que le acariciaba el rostro.
Pero su momento fue cruelmente interrumpido por el sonar de una melodía. Ambos se separaron y John resopló al darse cuenta de que se trataba de su celular, al cual estaban llamando. Buscó en su bolsillo y, al ver el remitente, resopló aún más.
— Es mi hermana.
— Atiéndela— dijo Nathaly.
— Puede esperar.
— De verdad, John, atiéndela.
Él suspiró e hizo caso, atendiendo la llamada de su hermana.
— ¿Qué ocurre Harry?— comenzó a caminar por la habitación, trazando círculos con sus pasos.
La castaña lo miraba entretenida; aquel hombre, a pesar de apenas conocerse, la hacía sentir demasiado bien. Temió por su futuro, sabiendo que nunca podría llegar a ser nada especial en la vida del médico una vez que Sherlock apareciera, pero aún así, también tenía muy en claro que ella misma había aceptado las consecuencias de su trabajo, de su misión, y debía aceptarlo. Debía aceptar que jamás podía permitirse desarrollar sentimientos profundos para con John. Quizás, como había dicho Mycroft unas horas antes, eso fuera malo para los planes del detective consultor, pero éste sabía perfectamente que ella era una mujer normal, con sentimientos profundos y también le había advertido lo que podía llegar a pasar. Él había aceptado y así eran las cosas. Todos debían admitirlo, ella, Mycroft, Sherlock y el mismo John, aunque en ese momento no supiera absolutamente nada de lo que se estaba gestando a su alrededor.
Cuando el rubio cortó la comunicación con su hermana, la miró y se le acercó, aún resoplando.
— Quiere que nos encontremos, supongo que necesita dinero. Pero no te preocupes, no me iré de aquí hasta que alguien más llegue.
— No te preocupes por mí, John, estaré bien… ¿crees que Mycroft dejaría a este hospital sin más seguridad, cuando él mismo vino a verme?
— ¿Segura?
— Completamente— respondió ella, sonriendo.
— Está bien, pero no tardaré, no será más de media hora, ¿de acuerdo?— dijo él, tomando su chaqueta.
— Despreocúpate.
Watson se le acercó y volvió a besarla en los labios, para luego marcharse de allí, dejando a la castaña sola en su habitación, por primera vez desde que había ingresado al hospital. Ella suspiró profundamente y se dispuso a buscar su teléfono, para avisarle a Sherlock que su amigo había salido de allí y que posiblemente debía vigilarlo, para que nada malo le pasase. Pero su mente se paralizó, y su rostro palideció al instante, al recordar que era el mismo John quién ahora tenía su celular. ¿Cómo podría haber sido tan idiota como para permitir que él lo tomara? ¿Qué ocurriría si el detective enviaba un mensaje, o llamaba, y era John quién lo recibía? Todo por lo que habían estado trabajando en el último año podía estar en peligro… La seguridad de John Watson y del mismo Sherlock Holmes podían estarlo…
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Se encontraba en un bar del centro de la ciudad. Un típico bar londinense, con bastante gente alrededor, meseros yendo de aquí para allá, algún que otro niño correteando y las noticias más importantes del día repitiéndose una y otra vez en el canal de noticias del televisor. Él se encontraba sentado en una mesa para dos, con la mirada fija en el aparato, una taza de té humeante en frente suyo y su teléfono celular en una mano, esperando pacientemente. En realidad estaba nervioso, había fallado una vez más. Esa maldita mujer se le había escapado de nuevo… Ni siquiera luego de drogarla le había dicho la información que necesitaba darle a su jefe. No podía creer que hubiera gente así en el mundo actual, que respetara tanto y a tal límite las malditas obligaciones morales. Él ciertamente no era una de ellas, estaba haciendo todo aquello por dinero, nada más que por dinero. No le importaba qué era lo que debía hacer, podría asesinar a la mismísima reina si era necesario. Después de todo, nadie lo conocía en ese país. Era simplemente un extraño norteamericano que estaba pasando una temporada en Londres, nadie preguntaba por él y él no preguntaba por nadie.
Suspiró profundamente, dejando el teléfono sobre la mesa con un gran golpe. Se reclinó en su asiento, cruzándose de brazos. En verdad su jefe estaba llegando tarde, lo cual no era nada típico de él y eso lo ponía aún más nervioso. Justo en ese momento, su móvil vibró, anunciando la llegada de un mensaje. Estiró su brazo lentamente, hasta tomarlo y ver el mensaje:
— “Dije que era tu última oportunidad. SM”
Abrió los ojos de par en par. Se incorporó, sentándose correctamente y, antes de que pudiera siquiera parpadear, una bala atravesó el cristal de la ventana más cercana, cortando el aire e internándose en medio de su pecho. El teléfono celular se deslizó por su mano ya inerte, cayendo al suelo en un estrepitoso ruido sordo, mientras todas las personas que se encontraban a su alrededor comenzaban a alterarse, sin entender absolutamente nada.
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Mientras, en el edificio de enfrente del bar, en uno de los últimos pisos, un hombre con un sofisticado fusil de francotirador levantaba la vista de la mirilla con una maléfica sonrisa en sus labios. Sus planes no estaban saliendo como él quería, o como James hubiera querido, pero por lo menos, acababa de deshacerse de una inútil arañita de pared. Ahora debía volver a mover los hilos de aquella gran red que la araña madre había construido, y poder llegar de una vez por todas hasta la red de Sherlock Holmes.
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Estaba sentada en la cama del hospital, hacía apenas diez minutos que John se había ido, y observaba atentamente todo lo que la rodeaba, ideando la mejor manera de escapar de ahí sin que ningún médico o enfermera se percatara de ello. Ya estaba a punto de desconectarse el monitor cardíaco, cuando un hombre irrumpió en la habitación como si nada. Abrió los ojos de par en par, sobresaltándose un poco, clavando su vista en los ojos celestes de él.
— ¿Qué haces aquí?
— Tenía que hablar contigo— dijo en forma de respuesta, con su grave voz.
— Pero es peligroso.
Él sonrió de lado y se acomodó el gorro que llevaba puesto— Soy un maestro del disfraz, nadie podría reconocerme.
— Yo lo hice— dijo en tono de superación y algo de burla la castaña.
— Tú eres mi aprendiz— dijo en forma de respuesta el morocho, usando un tono bastante extraño al decir la última palabra.
Nathaly comenzó a reír, para luego acomodarse mejor en la cama y mirarlo, reacomodando los cables que tenía conectados.
— Muy bien, maestro ¿Qué es lo quieres decirme?— dijo entonces, usando el mismo tono que Sherlock.
— Primero de todo, no pienses en escapar de aquí hasta que te lo digan— ella lo miró, levantando una ceja, en forma acusadora—. Sé que no soy el indicado para decírtelo, pero aún así, no debes hacerlo— la miró acusadoramente, para luego agregar—, es parte del plan— la castaña suspiró, girando los ojos, pero luego simplemente volvió a mirarlo, sabiendo que no había terminado de hablar—. Y segundo, hay que comenzar con el final.
— Entiendo, ¿qué hay de John, le dirás?
— En poco tiempo, probablemente— un pequeño gesto de nostalgia se dibujó en el rostro del detective. Ella lo miró, entre preocupada y melancólica, con las cejas caídas, pero aún así no dijo nada—. Sé que has… desarrollado sentimientos para con John, Nathaly, pero…
— Te lo advertí.
— También yo.
— Lo sé— ella suspiró y bajó la mirada. Sabía que no podía hacer nada, así como también sabía las consecuencias de sus actos, pero no había podido evitarlo y tampoco se arrepentía de ello, pero una gran angustia estaba apoderándose de su corazón.
El menor de los Holmes también suspiro, profundamente, cerrando los ojos, para luego abrirlos y clavar su fría y dominante mirada en los ojos verdes de ella.
— Bien, escucha con atención lo que debes hacer, porque estoy seguro de que John no tardará en regresar.
— Pero él… espera, ¿tú hiciste que se fuera?
— Si— respondió simplemente. Se le acercó un poco más y continuó hablando—. Uno de los hombres de Moran te drogó para que revelaras la información que posees, y terminó causando el accidente. Es probable que él esté a punto de morir, si es que no lo liquidaron ya, pero otras de las arañas de Moriarty vendrá por ti, y por John, probablemente disfrazándose de personal del hospital, asique cuando el médico te dé el alta, debes permanecer un tiempo más, al menos una hora, sin decirle a John, y esperar…
— Y entonces lo atrapo y te lo llevo— terminó ella.
Él sonrió— A Mycroft, en realidad. Él y Lestrade sabrán que hacer, ya les di las instrucciones.
— ¿Lestrade? ¿Le dijiste…?
— Si, antes de venir contigo me encontré con él y mi hermano— Sherlock suspiró, en forma un tanto extraña, dando a entender que su encuentro con el inspector y su hermano mayor no había sido muy de su agrado.
Nathaly soltó una risita al ver la expresión de su “jefe”, por lo que no pudo contener la curiosidad.
— ¿Qué ocurrió?
— Mi querido hermano mayor está… como decirlo… saliendo, con Gregory Lestrade— la expresión de fastidio en el rostro del detective consultor se acentuó aún más, por lo que la mujer no pudo evitar estallar en carcajadas.
— En verdad nunca me lo hubiera imaginado, ¿el hombre de hielo, en una relación?
— Si, ¿quién lo diría, verdad?— y dicho esto, giró sobre sus talones y comenzó a salir, no sin antes detenerse a la altura de los pies de la castaña y observarlos— Te fracturaste el tobillo.
Nathaly dibujó una sonrisa torcida en sus labios— Podría haber sido peor.
— Ya lo creo— Sherlock apoyó una de sus manos en el pie vendado de ella –que se encontraba tapado por las sábanas– y le dedicó una suave y casi imperceptible caricia—. Cuídate y cuídalo a John hasta que sea el momento— y dicho esto continuó su caminar hasta la puerta de la habitación.
— Sherlock, espera— el detective frenó un momento y la miró por encima de su hombro—. John tiene mi teléfono.
— No te preocupes— dijo en él en forma de respuesta, sonriendo de lado y yéndose.
Ella asintió, observando como Sherlock Holmes salía de su campo visual, haciéndose pasar por un guardia de seguridad. Suspiró profundamente y se recostó por completo en la cama, esperando a que lo que él había dicho se cumpliera.
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Hacía unos cinco minutos que estaba esperando a su hermana en el lugar en dónde habían arreglado de encontrarse; se encontraba bastante nervioso, no quería dejar por mucho tiempo a Nathaly sola, por más que hubiera visto a muchos más guardias de los habituales en el hospital. Alzó la vista al ahora nublado cielo nocturno, comenzando a pensar en los acontecimientos que se habían agolpado repentinamente en las últimas veinticuatro horas, todo había pasado tan rápido que le parecía estar soñando y, a la vez, sentía que había retrocedido dos años en el tiempo, a excepción de la presencia de Sherlock. Y a decir verdad, en ese momento, pensándolo bien, todo aquello tenía un tinte muy peculiar, típico de su antiguo compañero de piso.
Fue entonces cuando su corazón dio un vuelco. Últimamente pensar en Sherlock había dejado de ser doloroso, para pasar a ser cálido y agradable. Cuando lo hacía, una sensación nostálgica pero feliz invadía todo su ser… A veces, le seguían sensaciones agradables, y otras, un tanto más tristes, pero siempre, una sonrisa inconsciente y boba se dibujaba en su rostro. Recordarlo era como recordar el sabor de un delicioso chocolate o de un exquisito té caliente que hacía tiempo no probaba.
En esa ocasión, fue la tristeza la que lo invadió. Hacía ya tiempo que se había dado cuenta de sus verdaderos sentimientos, y en verdad había sido un idiota al no haberse dado cuenta antes, cuando en verdad importaba ¿Quién iría a pensar que aquello que había negado tantas veces terminaría por convertirse en algo que en verdad añoraba y deseaba por que fuese real?
Suspiró profundamente, cerrando los ojos y maldiciéndose a sí mismo, a la vez que guardaba sus manos en los bolsillos de su chaqueta. Fue entonces cuando lo notó: tenía dos celulares, uno en cada bolsillo. Extrañado, volvió a abrir los ojos y los sacó, observándolos. Un extraño escalofrío lo recorrió, uno de ellos no era el suyo, era el de Nathaly.
— Diablos— murmuró entre dientes, comenzando a buscar con la mirada a su hermana, esperando a que apareciera pronto, para poder volver al hospital.
Pero entonces el teléfono de la mujer sonó, anunciando un mensaje. Lo miró arqueando las cejas, el cartel indicaba que provenía de alguien llamado Sigerson. En un arrebato de curiosidad, que deseó nunca volver a tener para con el teléfono de una mujer, abrió el mensaje y leyó su contenido:
— “Vuelve al hospital John. Lo siento, pero lo de tu hermana fue una farsa.”
Abrió los ojos de par en par, mientras lo invadía una gran conmoción. No tenía ni la menor idea de lo que podía llegar a significar aquel mensaje, pero Sigerson sabía que él tenía en su poder el teléfono de Nathaly y que no estaba con ella. Aquello podía ser bueno o malo y, antes de tener que lamentarlo, llamó un taxi, se subió a toda prisa en él y le indicó al conductor que le pagaría cincuenta libras de más si llegaba en menos de quince minutos.
Mientras las calles de Londres pasaban a toda velocidad por sus ojos, otro mensaje llegó, del mismo remitente.
— “Ten cuidado, puede ser peligroso”.
El corazón le dio un vuelco, se imaginó claramente la voz de Sherlock al decir aquello, además de su típica firma “SH” al final del mensaje, aunque sabía que eso –más allá de ser imposible– no estaban allí. Una vez más, la curiosidad lo invadió e ingresó al buzón de mensajes recibidos de la castaña. De los al menos setenta mensajes que había almacenados, cincuenta eran del tal Sigerson, mientras que los restantes se repartían entre Mycroft Holmes y otras personas. Leyó apenas dos, pero éstos bastaron para llenar su mente con aún más preguntas, y su corazón con aún más incertidumbre.
— “Nuestra red está desplegada sobre la suya, espera hasta mañana para actuar.”
—  “No olvides que aunque no está, Moran es tan venoso como él.”
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Entró ya más calmado a la habitación del hospital, al ver que Nathaly estaba ahí, perfectamente bien. Llevaba el celular de ella aún en la mano, apretándolo fuertemente. No dijo absolutamente nada, solo se le acercó y se sentó en la silla que estaba a su lado. La castaña estaba dormida, cosa que agradeció, a decir verdad. Se la quedó mirando por varios y largos minutos. Se veía tan serena y frágil que le pareció que era una persona diferente a la que el día anterior había enfrentado a un hombre que la estaba amenazando de muerte. Volvió a mirar el teléfono de la abogada, el nombre de Sigerson le rondaba la cabeza, al igual que los mensajes que había leído. Una extraña sensación lo estaba invadiendo cada vez más, haciendo que en su mente (que se encontraba tratando de unir hechos y nombres, imitando –a su parecer– el proceso mental que usaba Sherlock), el nombre de Mycroft Holmes chocara contra las paredes de su cráneo constantemente. No por nada le había pedido que se fuera para hablar con Nathaly a solas, no por nada ella no le había podido contar todo, no por nada el tal Sigerson sabía lo de su hermana y que él tenía el celular de la castaña. Algo estaba mal, terriblemente mal.
Suspiró profundamente y estiró el cuello, tirando su cabeza hacia atrás, de modo que ésta quedó apoyada en el respaldo de su asiento. Mycroft, Sigerson, Lestrade, Moriarty… Sherlock. Todos ellos, sus nombres, giraban en círculos en su cerebro… Y él no podía hallar una clara conexión, pero sabía que la había.

Luego de unos cuarenta minutos, Nathaly comenzó a despertar y, al ver a John a su lado, sonrió completamente feliz. Pero la seriedad invadió su pálido rostro al ver la expresión del rubio.
— John… ¿Qué ocurre?
Él no respondió, simplemente le mostró su celular, con el mensaje que le había llegado cuando estaba esperando para su falso encuentro con su hermana. Ella abrió los ojos de par en par, verdaderamente sorprendida.
— ¿Quién es Sigerson? ¿Por qué sabía que yo tenía tu celular? ¿Y cómo es que conoce a mi hermana?
Ella cambió su semblante completamente, haciendo que sus rasgos adquirieran una dureza y frialdad extrañas, especialmente sus ojos verdes, los cuales se clavaron fijamente en los pardos de John. Estiró el brazo, con la palma hacia arriba, y dijo, en tono de orden:
— Dámelo.
Él alejó el aparato del campo visual de ella, sonriendo de lado. Si algo había aprendido en su tiempo viviendo con Sherlock, era que no podía ceder de forma fácil a los mandatos de nadie, y especialmente de una mujer.
— No hasta que me digas quién es Sigerson— ella estaba a punto de hablar, pero él volvió a hablar, impidiéndole que lo hiciera—. Claramente me conoce, asique no voy a permitir que me digas que es un secreto, porque no importa, ¿quién es Sigerson?
Nathaly volvió a suspirar, cerrando los ojos— John…— volvió a abrirlos y lo miró. Él seguía en la misma posición, no iba a permitir que le ocultara eso—. Yo no soy nadie para decírtelo, perdóname.
El ex-militar arqueó las cejas— ¿Cómo que no eres nadie? ¡Por dios, Nathaly, trabajas para Mycroft Holmes! Ese hombre es prácticamente el mismísimo gobierno, y trabajas directamente para él, ¿esperas que crea que no eres nadie?
— No, pero es cierto. Yo solo cumplo órdenes, y no puedo decirte nada hasta que me den dicha orden.
John apretó los labios, sin dejar de mirarla. Luego resopló y se puso de pie, comenzando a dar vueltas por la habitación. Se llevó una de sus manos a su cabello, alborotándolo un poco y giró sobre sus talones para volver a mirarla. Se pasó la lengua por los labios un par de veces, mientras meditaba bien lo que iba a decir. No quería enojarse, no quería que su apenas iniciada relación –si es que se podía llamar así– se derrumbara antes de que terminara de construirse. En verdad le gustaba esa mujer que tenía delante, le caía bien, y quería conocerla más y mejor. Quería poder tener una oportunidad, por más pequeña que fuese, para comenzar de nuevo, otra vez.
— De acuerdo… Llamaré a Mycroft, entonces, y que él me explique todo esto, porque en verdad no entiendo absolutamente nada, pero sé que está relacionado de alguna u otra forma con…
Pero no pudo terminar de hablar, porque alguien abrió la puerta sin siquiera golpear. John miró por sobre su hombro y dibujó una mueca en sus labios.
— No creo que necesites llamarme, John— dijo con su molesta media sonrisa el mayor de los Holmes. El hombre iba escoltado por el inspector Lestrade.
— ¿Qué hacen aquí?— preguntó el rubio, sin quitar aquella mueca de irritación de su rostro.
— No lo sé, él me arrastró— respondió el peliblanco policía, sonriendo de forma extraña y señalando con la cabeza al hombre que estaba a su lado.
Los ojos de Watson se dirigieron a los del político, en busca de una respuesta, la cual exigía ser satisfactoria.
— Tenemos los resultados de la pericia de tu auto, Nathaly— respondió entonces Holmes—, y fueron muy contundentes. Pero, además, vinimos a decirte que cierto hombre acaba de ser asesinado hoy, en un bar del centro, por un rifle de alta potencia y disparado por una mano de alta precisión.
John elevó una ceja, extrañado, y luego volteó a ver la expresión en la cara de la mujer. Ella tenía los ojos entreabiertos, clara señal de que estaba pensando. Volvió a mirar a los dos hombres y preguntó:
— ¿El hombre que murió es el mismo que causó el accidente de Nathaly?
— Con total seguridad, después de todo, es quién le ha estado causando contratiempos y persiguiéndola estas últimas semanas.
El antiguo blogger entreabrió la boca, pero no dijo nada. Los nombres en su cabeza giraban cada vez más rápido, debía aclarar su mente, encontrar esa maldita relación de una vez por todas y, entonces, estaba seguro, todo le quedaría claro. Debía preguntarle, era ahora o nunca:
— ¿Quién es Sigerson, Mycroft?— dijo, ya con voz más calmada, ya que había estado casi gritando anteriormente.
El aludido ladeó la cabeza, arqueando una ceja y mirando de reojo a su supuesta subordinada— ¿Por qué quieres saberlo?
— Porque, sea quien sea, está involucrado en todo esto y como evidentemente yo y Nathaly también, quiero saberlo— hizo una pausa—. Además, no sé porqué, pero me suena a que Sherlock, sea en la forma en que sea, esta… estaba involucrado.
Mycroft Holmes no dijo absolutamente nada, simplemente se quedó observando a John por unos cuantos minutos, con expresión seria y algo desafiante, hasta que dibujó una mínima sonrisa y, tomando su ya típico paraguas, giró sobre sus talones y comenzó a caminar.
— En verdad acabas de sorprenderme, John. Tienes una forma muy particular de pensar, pero es muy eficiente en verdad— los demás presentes lo miraron mientras salía. John de forma muy seria y bastante enojado, Nathaly sin ninguna expresión particular y Lestrade, muy extrañado—. Estoy seguro de que llegarás a la verdad que tanto quieres descubrir por ti solo— agregó cuando ya se encontraba en el pasillo. Luego volvió a girar y miró al detective de Scotland Yard—. Vamos, Gregory.
Éste asintió, se despidió de John y Nathaly y ambos hombres se fueron. El rubio suspiró de forma profunda, tratando de no soltar una maldición contra el mayor de los Holmes y luego le devolvió el celular a la castaña, diciendo:
— Bien, creo que ya no será de mucha ayuda que siga teniendo esto, ¿verdad? Así como tampoco será de ayuda seguir preguntándote.
Ella tomó el aparato y lo colocó a su lado, sobre el colchón— No, lo siento, de verdad, John.
— Descuida.
La abogada bajó la mirada, mientras el hombre volvía a tomar asiento. Un pequeño sonido anunció la llegada de un mensaje al móvil de ella, el cual leyó automáticamente y no respondió.
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El menor de los hermanos Holmes acababa de regresar a la casa de su hermano mayor. Estaba algo alterado a decir verdad, lo cual era demasiado inusual en él, y eso lo alteraba aún más. Había ido al hospital, le había enviado un mensaje a John  y como un idiota se había quedado en aquel lugar hasta asegurarse de que el rubio llegara bien. En verdad lo había afectado, no entendía la razón exacta, sólo sabía que los niveles de adrenalina y endorfina en su cuerpo habían aumentado increíblemente al ver al doctor pasar apresuradamente por delante suyo, sin siquiera verlo por el rabillo del ojo y, por supuesto, sin identificarlo. Había tenido el irracional impulso de tomarlo del brazo, mirarlo a los ojos, decirle que era él, decirle que todo aquello era una farsa para atrapar a Moriarty, que estaba vivo, que no había muerto aquel día en el hospital, que todo había sido montado como una obra de teatro…
Pero él era un hombre racional, de ciencia, calculador y práctico. Tenía un plan e iba a cumplirlo al pie de la letra y no se permitiría dominar por sentimientos. Hizo una leve mueca de desagrado al pensar en los sentimientos, pero debía admitirlo, conocía la química del cuerpo, sabía porque había reaccionado así… Y sólo se podía explicar por aquellas cosas que la gente llamaba “amor”. El ciertamente no concebía esa palabra, no porque nunca hubiera dado o recibido cariño, amor; después de todo, las personas, incluso él, sentía esa cosa extraña por sus padres y hermanos, aunque no lo admitieran.
Suspiró profundamente y tomó su violín, comenzando a improvisar, para aclarar sus pensamientos. Justo en ese momento, un mensaje de su hermano llegó a su teléfono y, al leerlo, su semblante se tornó más serio de lo que ya estaba. La arañita de pared de Moriarty había muerto, lo había asesinado Moran, obviamente; eso no le sorprendía, al contrario, se lo esperaba, no por nada le había dado aquellas instrucciones a Nathaly. Pero la segunda parte de aquel mensaje fue la causa de que su seriedad aumentara: John estaba sospechando de ella. Sabía que en algún momento ocurría, él no era ningún estúpido, por más que siempre se lo dijera. Su antiguo compañero de Baker Street era inteligente y había aprendido de él… y ahora se estaba dando cuenta poco a poco de que Nathaly Harver estaba involucrada con él.
Quizás fuera el momento para comenzar la última escena del último acto de aquella obra que había comenzado hacía casi dos años.
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jueves, 9 de agosto de 2012

Nuestra navidad


Nuestra navidad.




El enorme árbol navideño se encontraba justo en el centro de la sala, adornado con bellas esferas y brillantes luces de colores, que prendían y apagaban al compás de los villancicos que sonaban alegremente, inundando todo el lugar. Pero esos bellos villancicos, eran interrumpidos por un casi constante lloroso de bebé. El pequeño Mike había caído resfriado hacía unos días y eso estaba dejando a sus padres con los pelos de punta, literalmente.
Angela se paseaba con el niño en brazos, balanceándose rítmicamente, intentando calmarlo.  Ese día no había podido ir al laboratorio, ya que había decidido quedarse en casa, cuidando al pequeño. De la nada, su celular sonó. La mujer atendió casi al instante:
— ¿Si?— preguntó a su interlocutor.
— ¿Cómo están?— preguntó la voz de Jack Hodgins al otro lado de la línea.
— No muy bien… no puedo dormirlo aún— respondió la castaña.
— ¿Ya intentaste con la música que nos dejó tu padre?
— Si, y con mucha más, pero nada… En verdad ya no se qué hacer, Hodgins— dijo, con bastante desesperación en la voz.
— Descuida, ya estoy por salir para allá, al fin hemos terminado con el caso.
— De acuerdo, te esperamos. Y discúlpate con Brennan y Cam una vez más.
— Si, lo haré.
Y luego la comunicación se cortó, por lo que Angela dejó el teléfono sobre una mesa y continuó acunando al pequeño, a la vez que comenzaba a tararear una canción de cuna, con la ligera esperanza de poder calmarlo.

Por su parte, el doctor especialista en insectos, volvía a su casa en auto cuando por pura casualidad posó sus ojos en un local en dónde tenían exhibidos muchos disfraces, siendo más de la mitad, los rojos de Santa Claus. Automáticamente, se le ocurrió una idea, ya que sería la primera navidad de su hijo, ¿por qué no celebrarla a lo grande? Y quizás, si tenía suerte, podrá hacer además que el niño se durmiera al fin.
Decidido, estacionó el vehículo, entró en la tienda y compró, entre otras cosas interesantes que vio, el dichoso disfraz. Sin más, se dispuso a ir hacia su hogar.

— Llegué…— dijo Jack al entrar a su casa, con dos grandes bolsas blancas en sus manos.
Angela fue a su encuentro, con una taza de café en la mano y una suave sonrisa en su rostro. Le dio un suave beso en los labios y luego le dijo:
— Se durmió— dijo en un susurro.
— Que bueno— respondió el hombre, lanzando un suspiro—, pero, ¿cómo hiciste?
Ella sonrió de lado— Bueno…— comenzó a decir, pero no tuvo que concluir, ya que su texano padre apareció por detrás.
Hodgins lo miró con cierto temor. No importaba cuanto tiempo pasara, nunca se acostumbraría a la presencia del excéntrico padre de Angela.
— Oh, claro… hola…
El hombre se le acercó con paso firme, como siempre, y le colocó una mano en el hombro, apretándolo bastante. Sin embargo, no mostró su dolor, si lo hacía, podía llegar a ganarse otro tatuaje extraño.
— ¿Qué tal?— dijo el progenitor de la artista— ¿Asique aunque les di lo necesario para poder calmar a mi nieto, sigues sin poder hacerlo?
— Bu-bueno en realidad, intentamos con tu música, pero tampoco se dormía.
— A mí sí me funcionó— dijo, como comentario totalmente casual. Luego miro las bolsas que el ojiazul llevaba en sus manos— ¿Qué es eso?
— ¿Esto?— preguntó levantando las bolsas, ya había olvidado que las llevaba consigo— Unas cosas navideñas que compré.
— Pero ya habíamos comprado los regalos— dijo Angela, mirándolo extrañada.
— Si, pero vi un local de disfraces y se me ocurrió comprar el disfraz de Santa, quizás a Mike le guste. Mira— dijo en forma de respuesta el científico.
Se acercó a una mesa y comenzó a sacar las cosas que había comprado, comenzando por el característico disfraz rojo y blanco. Luego sacó una gran caja de luces navideñas y una figura de un reno de nariz roja.
— Mira, estas luces son de exterior, pensé que podríamos decorar las ventanas o la puerta de casa— dijo, señalando las luces. Luego tomo el reno y agrego—, y este reno tiene nariz luminosa y canta villancicos, podemos ponerlo al lado del árbol justo con los regalos.
— ¿Y quién se disfrazará?— preguntó divertida la mujer, con una dulce sonrisa en sus labios y dirigiéndole una mirada de profundo amor y cariño.
— Yo, supongo— respondió él, mirándola con el mismo amor de siempre.
— Bien— interrumpió el tercero en la habitación—, creo que iré a controlar al pequeño— dijo, saliendo de la habitación y dirigiéndose a otro lugar de la casa, dejándolos solos.
La castaña se acercó a Hodgins y, rodeándole la nuca con sus brazos y sonriendo, lo besó dulcemente en sus labios. Él respondió al beso, tomándola por la cintura y acercando sus cuerpos. Hacía tiempo que no disfrutaban del calor, de los besos y del cuerpo ajeno sin interrupciones, y esa podía ser una gran oportunidad. Continuaron besándose, mientras comenzaban a caminar hacia su habitación.

Horas más tarde, la pareja acomodaba todo para cenar en familia. El padre de Angela estaba con el pequeño Mike, jugando alegremente. Una vez todo estuvo listo, los cuatro se acomodaron en la mesa y, con el pavo en el centro de ésta, comenzaron a comer, disfrutando de su primer cena navideña como familia.
Luego de comer hasta llenarse, acostaron a Mike y se dispusieron, tranquilos, a hablar un momento, tomando algunas copas.
— ¿Crees que a Mike le alegrarán los regalos?
— Claro que si, especialmente si te ve disfrazado de Santa.
— ¿Te disfrazaras para un niño de menos de un año? Eres gracioso, Hodgins.
— Quiero que se divierta en su primer navidad— respondió Jack, lanzado una mirada fulminante, primero directamente al texano, pero luego a algún punto de la pared detrás de éste.
— Ya veo… bien, todos nos divertiremos mañana por la mañana entonces— dijo en forma de respuesta el barbudo.
— Oigan, recuerden que mañana vendrán Booth y Brennan a almorzar— comentó Angela, cambiando de tema.
— Si, lo recuerdo— dijo Hodgins, tomándose de un trago lo que quedaba de champan en su copa—, bien, creo que me iré a dormir… estoy muy cansado.
Y, dicho esto, se puso de pie.
— Yo también me acostaré— dijo única mujer presente, levantándose también— ¿Tu qué harás, papá?
— También dormiré— respondió el aludido, levantándose y dirigiéndose a la habitación para huéspedes—, que tengan una buena noche.
— Gracias, que duermas bien.
Y, sin decir más, todos se dirigieron a sus camas, para disfrutar del calor de las sábanas y dormir tranquilamente, esperando con ansias que fuera de mañana, para poder ver los regalos bajo el árbol, al Santa Hodgins acomodándolos y al pequeño Mike disfrutando con una enorme sonrisa en su rostro.
Y, efectivamente, a la mañana siguiente, las risas no faltaron en la casa, ya que el castaño doctor apareció en medio de la sala, vistiendo un abrigado traje rojo y con un sombrero haciendo juego sobre su cabeza, cargando una bolsa con regalos. El primero en recibir sus presentes fue el niño, el cual no paraba de reír, a la vez que rompía con sus manitas los envoltorios y chillaba de la felicidad al comprobar que había algo para él dentro de ellos. Pero luego fue el tiempo de los adultos y, cuando el Santa Jack le entregó un pequeño paquete a su esposa, lo hizo diciendo suavemente:
— Feliz navidad, amor.
La mujer sonrió y abrió el regalo, para encontrar en su interior un estuche muy pequeño, pero que evidenciaba lo que traía adentro. Lo abrió delicadamente y observó el bello anillo: era una alianza, la más bella que había en su vida, definitivamente. Sus ojos se iluminaron al ver aquel precioso obsequio y, más aún, cuando levantó la vista y vio los ojos de su marido, que la miraban con ese brillo que siempre tenían para ella, ese brillo del cual se había enamorado y al podría ver, estaba segura, todos los días de su vida sin cansarse ni un solo segundo.
— Es hermoso, gracias, y feliz navidad para ti también, Jack— le respondió, besándolo fugaz y cariñosamente.
Él sonrió y observó la escena. Estaba feliz, muy feliz. Por tener una familia a la cual amaba, por tener esa esposa maravillosa y a la cual amaría por siempre, por tener ese pequeño y hermoso hijo con ella y, aunque nunca lo admitiría abiertamente, también estaba feliz de tener a ese hombre texano, barbudo y algo loco, como su suegro, formando parte de su familia. Definitivamente, no cambiaría nunca a nadie, y tampoco cambiaría nunca nada de ellos, porque los amaba así como eran.
Se acercó de nuevo al pequeño, que jugueteaba con su madre y su abuelo con un peluche que acababa de recibir: esa era su navidad, así sería desde ahora, y tampoco la cambiaría por nada.

lunes, 30 de julio de 2012

Believe in me - Cap 2


II



John abrió los ojos de a poco, un leve resplandor se escabullía por entre las persianas de aquella habitación. Respiró de forma profunda y suave, para llenar sus pulmones del aroma que lo invadía, el cual era una mezcla de perfume de mujer, champú, té de menta y pan tostado. En sus labios se dibujó una sonrisa, mientras se giraba en la cama y recordaba lo acontecido el día anterior. Nathaly, como había supuesto, ya se había levantado, y en cuanto él se incorporó en la cama, apareció en su campo visual, con una bata blanca cubriéndola, el cabello húmedo cayendo sobre sus hombros y pechos y sus labios mostrando un sonrisa.
— Buenos días, doc— dijo, acercándosele y depositando un fugaz beso en sus labios.
— Buenos días— respondió él, sin quitar la sonrisa de su rostro— ¿Debes ir a trabajar, verdad?
— Si, lamentablemente si— respondió la mujer— ¿Quieres desayunar? Tengo bastante tiempo hasta la hora de entrar.
El ex-militar se encogió de hombros, en señal de afirmación, mientras miraba como ella sacaba un traje gris, junto a una camisa turquesa, de su armario y se vestía. Decidió que lo mejor sería que él también se vistiera, por lo que se bajó de la cama y recogió su ropa. Al cabo de unos minutos, ambos se encontraban sentados a la mesa del pequeño comedor de Nathaly con unas tazas humeantes de té y tostadas.
Estuvieron en silencio por unos cuantos minutos, mirándose ocasionalmente por encima de las tazas, hasta que John le dedicó una tierna sonrisa. Nathaly lo miró divertida, sonriendo también, para luego decir, también en tono divertido:
— ¿Dormiste bien?
El rubio alzó las cejas. En verdad no se esperaba una pregunta como aquella, después de todo, habían dormido juntos, abrazados el uno al otro. Pero supuso que era una buena forma de iniciar una conversación matutina, por lo que respondió:
— Perfectamente, ¿y tú?
— Como hacía tiempo no lo hacía.
Se miraron fijamente a los ojos, para luego comenzar a reír. Todo aquello se sentía demasiado familiar, como si se conocieran desde siempre, como si siempre hubieran tenido esa relación; y eso los reconfortaba, pero también les hacía caer en la cuenta de cuánto habían necesitado pasar un momento como aquel con alguien que los hiciera sentir queridos.
Un cuarto de hora más tarde, luego de terminar el desayuno, se dispusieron a partir hacia sus respectivos trabajos. John estaba a punto de ir caminando, pero ella lo detuvo, rodeando su cuello con sus brazos por la espalda, para luego susurrarle al oído.
— Puedo llevarte, si quieres.
Él la miró por encima del hombro, algo extrañado.
— ¿Tienes coche?
— Si— respondió, soltándolo y dirigiéndose hacia un Audi gris, el cual era de un modelo verdaderamente reciente. La castaña abrió las puertas del mismo y, girándose, lo miró. No pudo evitar soltar una risita ante la cara de sorpresa y admiración del hombre, para luego volver a hablar— ¿Vienes o no?
John negó con la cabeza, lanzando un suspiro de risa y caminado hacia el auto. Acababa de darse cuenta de que en realidad no sabía nada de ella, pero aún así, ya le tenía un gran afecto y ya no importaba demasiado. Se subió al auto y simplemente partieron.
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Justo mientras John y Nathaly salían del departamento de ésta, y mientras se disponían a subir al coche de la mujer, un hombre los observaba, desde el balcón de uno de los edificios de enfrente, a través de unos binoculares. El hombre de cabello gris los observó atentamente hasta que la pareja se alejó; luego se puso de pie –ya que había estado en cuclillas todo el tiempo– y tomó su celular, para comenzar a escribir un mensaje de texto, el cual envió automáticamente a su jefe.
—  “John Watson está con ella. Durmieron juntos. S scenicus.”
A los pocos minutos, mientras el sujeto acomodaba sus cosas, dispuesto a marcharse de allí, recibió una respuesta.
— “Hoy es tu límite, no lo sobrepases. SM.”
El moreno chasqueó la lengua, para luego tomar todo y marcharse. Debía encontrar a la mujer sola, en algún lugar lo suficientemente despejado como para que nadie los interrumpiera, y encontrar la forma de quitarle la información que necesitara; de lo contrario, aquel sería su último día sobre la tierra.
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Apenas habían pasado cinco minuto desde las ocho de la mañana: un hombre de cabello castaño oscuro corto, ojos celestes e impecable porte aristocrático se hallaba sentado en una preciosa y brillosa silla de madera, con las piernas cruzadas y leyendo un periódico. Se encontraba en una sala lujosa y sobriamente adornada con colores amarronados y oscuros, con una única ventana, por donde pasaba la tenue luz del sol, algo opacada por las cortinas blancas que la cubrían. Todo estaba en completo silencio en aquel lugar, hasta que la puerta se abrió bruscamente. El hombre, que no se sobresaltó en absoluto, levantó la mirada, para ver entrar a su hermano menor por ella y sentarse –o más bien desplomarse– sobre la silla que se encontraba justo enfrente de él. El más joven tenía el cabello ondulado y de un negro azabache brilloso, su rostro era tan frío y de rasgos tan marcados como el de su hermano, sólo que éste estaba adornado por unos penetrantes y más cristalinos ojos celeste-verdosos. Ambos era igual de pálidos y su estatura era considerable, por lo que podía verse cierto parentesco en ambos, el cual también podía notarse en la extremadamente brillante mente que poseían, pero, más allá de eso, no parecían estar relacionados, y nadie juraría que fueran hermanos.
— ¿Qué ocurre ahora?— preguntó el mayor.
— Se conocieron— respondió sencillamente el menor, hundiéndose un poco más en su asiento y estirando sus brazos sobre el apoyabrazos de éste—. Anoche.
El otro alzó una ceja y sonrió de lado, observando el gesto que se había dibujado en el rostro de su hermano y luego volviendo a concentrarse en el periódico del día.
— ¿Celoso?
— ¿Por qué habría de estarlo?
— Porque es más que evidente de que pasaron la noche juntos… Y no precisamente durmiendo de forma pacífica.
El de cabello ondulado apretó los labios fuertemente, para luego llevar su mano izquierda hasta su rostro y morderse suavemente la uña del dedo índice. Sin embargo, su semblante seguía tan frío e impasible como siempre, por lo que cuando volvió a hablar, su voz sonaba completamente normal.
— Uno de los hombres de Moran ha vuelto a intentar matarla.
Mycroft Holmes volvió a fijar su vista en la de su hermano, para luego suspirar profundo y dejar el Times sobre una mesita de café que tenía a su lado. Luego colocó ambos brazos sobre los apoyabrazos de su silla y habló, sin desviar la mirada de los cristalinos ojos de su hermano.
— ¿Qué vas a hacer? ¿No crees que es hora de…?
— No— lo interrumpió Sherlock, de forma rotunda—. Aún no puedo presentarme a John. Si ha mandado a perseguir a Nathaly es porque sabe que existo…— se interrumpió a sí mismo, suspirando profundamente y cerrando los ojos, para volver a dejar su brazo reposando sobre el asiento.
— ¿No puedes correr el mismo riesgo con tu querido doctor?
El menor de los Holmes entrecerró los ojos, sin dejar de mirar a su hermano. Sabía perfectamente hacia dónde apuntaba esa pregunta, conocía a su hermano, demasiado quizás, y sabía perfectamente que él podía leerlo con la misma facilidad con la cual él mismo podía leer a las demás personas.
— Ya corrí el riesgo con ella, y mira que ocurrió, no voy a volver a cometer una idiotez hasta que todo esto termine.
— Creo que decírselo a ella no fue un error, Sherlock, al contrario. Y aunque debo reconocer que primeramente sí creí que eras un poco idiota por haberlo hecho, creo que decírselo a John ahora estaría…— buscó por unos segundos la palabra correcta, hasta que finalmente se decidió por la más sencilla—, bien.
Sherlock Holmes resopló y se puso de pie de un salto— No se puede hablar contigo, hermano.
Mycroft lo miró extrañado, pero aún así no dijo nada, solo se limitó a observarlo, mientras comenzaba a dar vueltas por la habitación y terminaba saliendo de ella, con un celular –que no era el suyo habitual– en la mano, escribiendo un mensaje. El detective salió de aquella habitación terminando de escribir, para posteriormente enviar dicho texto; todo aquello se estaba poniendo más turbio día a día. Quizás su hermano tenía razón y debía decirle a John, pero él sabía que aún no estaba listo para aquello, aún no estaba listo para ver el rostro de su amigo luego de casi dos años, de ver como sus ojos mostraban el torrente de sentimientos que de seguro mostrarían, de recibir el muy seguro golpe que recibiría… Y tampoco estaba seguro de no poder contenerse a sí mismo, de seguir manteniendo su semblante y su máscara de frialdad ante el rubio; porque estaba seguro que luego del golpe y los insultos, seguiría algo más, algo que no podía deducir con exactitud si quería que ocurriese o no.
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— Aquí es— dijo el doctor Watson a Nathaly.
La castaña estacionó su auto, sin apagar el motor y lo miró con una sonrisa— Bien, que tengas un buen día John.
— Lo mismo digo, Nathaly— el rubio la miró, sin saber con exactitud qué hacer ¿La besaría antes de bajarse? ¿O simplemente le diría adiós y se marcharía? Se decidió por esto último, por lo que abrió la puerta y se dispuso a bajar del coche, pero ella lo tomó de la manga de la chaqueta, deteniéndolo. Él la miró por sobre su hombro— ¿Qué…?
Pero antes de que pudiera terminar de hablar, ella se estiró y le plantó un dulce beso en los labios, al mismo tiempo que le deslizaba un pequeño papel en el bolsillo trasero del pantalón. Cuando se separaron, ella lanzó una risita por la cara de desconcierto de él y volvió a su posición de manejo.
— Nos vemos después, Dr. Watson.
John también rió, terminando de bajar— Nos vemos después, Nathaly.
Y sin decir más, la chica se marchó, dejando al ex-militar en la vereda frente a su apartamento. El hombre, sin dejar de sonreír, buscó en los bolsillos de su chaqueta las llaves y entró a lo que ahora era su residencia, a la vez que sacaba el papel de sus pantalones y sonreía aún más al descubrir que tenía escrito el número de teléfono de la castaña.
Nathaly, por su parte, condujo algunas cuadras, hasta que su teléfono sonó, indicando que había llegado un nuevo mensaje de texto. Cuando frenó en un semáforo, lo tomó y leyó el contenido. La sonrisa que aún adornaba su rostro se convirtió en una expresión seria y un tanto preocupada.
— “Es altamente probable que tu y John estén en peligro inminente. Cuídate y cuídalo a él, recuerda que las arañas no descansan, especialmente las venenosas. SH.”
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Ya había pasado el mediodía; el sol, casi milagrosamente, brillaba en lo alto del cielo londinense, haciendo que la humedad reinante en el ambiente hiciera un mediodía bastante caluroso. John Watson acababa de despedir a un paciente, pero aún le faltaban al menos una docena más para terminar el día. Estaba verdaderamente agotado, no sabía si era por el calor, por la humedad, por el hecho de que no había dormido correctamente o qué. Sonrió de lado al recordar la noche anterior, y la razón por la cual no había dormido las horas necesarias; no podía quejarse, si fuera por él, podría pasar más de una noche sin dormir lo suficiente junto a Nathaly. El problema era que no estaba seguro de que ella pensara lo mismo, pero le había dejado su número, le había dicho que la llamara… Se revolvió el cabello un poco, mientras suspiraba y se ponía de pie, dispuesto a llamar al siguiente paciente. Aún no estaba seguro de poder comenzar una relación, después de todo, hacía mucho tiempo que no tenía una y… bueno, la última había sido saboteada –casi literalmente– por Sherlock. Sherlock. Ahora él ya no estaba y eso lo había mantenido alejado de las relaciones humanas por un buen tiempo, sin saber con exactitud cómo enfrentar el hecho de que su mejor amigo había muerto; ahora sentía algo de incomodidad, por no decir miedo, de encariñarse con alguien como lo había hecho con él.
Alejó sus pensamientos repentinamente al salir de su consultorio a la sala de espera y llamar por el apellido al hombre que esperaba por ser atendido. Estaba a punto de volver a entrar, cuando escuchó algo que lo paralizó por completo. Retrocedió unos pasos y miró en dirección al televisor de la sala de espera, el cual estaba encendido en el canal de noticias. Abrió los ojos de par en par al leer el titular y escuchar lo que decían los reporteros. Sintió como un horrendo escalofrío recorría toda su espina dorsal y cómo sus piernas comenzaban a temblar un poco.
Nathaly. Había tenido un accidente automovilístico, y lo estaban pasando por la televisión como si fuera algo extremadamente grave… No llegó a escuchar que más decían porque simplemente corrió dentro de su consultorio, tomó su chaqueta, se disculpó de todas las maneras que pudo encontrar con su paciente y corrió a la entrada de la clínica.
— Doctor Watson, ¿qué ocurre?— preguntó preocupada Jane, la secretaria.
— Debo irme, por favor, cancela todos mis turnos— respondió él rápidamente, firmando el cierre de turno.
— Pero… ¿ocurrió algo grave?
La miró por unos segundos, en verdad se veía preocupada, sus ojos color miel estaban muy abiertos y sus cejas caídas. Respiró suavemente unas cuantas veces, para poder responder con calma, además de que estaba buscando las palabras adecuadas para describir su relación con Nathaly. ¿Era un verdadera relación? Hacía menos de veinticuatro horas que se conocían, después de todo.
— Acabo de ver en las noticias que… una amiga tuvo un accidente, y debo ir a verla, asegurarme de que…
— No se preocupe entonces, vaya— lo interrumpió la mujer, esbozando una pequeña sonrisa de consuelo.
John asintió con la cabeza, mientras sonreía de lado y se disponía a salir. ¿Por qué estaba pasando aquello? Acababa de conocer a aquella mujer, la cual le parecía sumamente bella y con la cual había tenido un encuentro sumamente casual, extraño, pero que sentía que debían conocerse desde hace tiempo. Aquella mujer lo había cautivado con tan solo sonreírle un par de veces, con invitarlo a tomar u café y con, ¡cielos! ¡Con haber estado expuesta a que la asesinen! Definitivamente el haber pasado un tiempo de su vida con Sherlock Holmes lo había cambiado, y mucho…
Mientras buscaba desesperadamente un taxi que tomar –sin parar de caminar en dirección al hospital a dónde habían sido trasladados los involucrados en el accidente–, se percató de algo: habían querido asesinarla el día anterior a punta de pistola, ¿qué tal si había sido otro intento de asesinato? No por nada había visto a gente de Scotland Yard en el noticiero, junto a los periodistas que cubrían el accidente. Resopló un tanto furioso, pero luego se calmó, al poder conseguir de una vez por todas un taxi, subirse e indicarle la dirección al chofer.
Definitivamente aquello estaba escapando de sus manos. No sabía nada de Nathaly, tampoco de sus intensiones ni de qué o quién era en realidad, pero sentía que debía ir, estar con ella, sentía que sin importar que se hubieran conocido hacía tan poco tiempo ya tenía un rincón de su corazón reservado para ella y no podía evitar sentir temor ante la idea de no poder volver a verla, por lo menos una vez más.
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Se encontraba sentado en el sillón de la sala de estar de su hermano, la cual, como todo lo relacionado con él, era muy sobria, todo perfectamente acomodado y pulcro. Sin embargo, para Sherlock Holmes aquel lugar no podía ser más aburrido e inquietante. Era por esa razón por la cual se encontraba cabeza abajo, con las piernas apoyadas en el respaldo del sillón bordó, lanzando hacia la pared una pequeña pelota de goma, mientras escuchaba –sin prestar atención, en realidad– la televisión que se encontraba encendida. Estaba pensando en Moriarty, en su red criminal, en su mano derecha, Sebastian Moran… y también en John, en cuánto añoraba su presencia, su voz, su sonrisa… Y también en quién ahora se había convertido en su mano derecha: Nathaly Harver. La mujer había demostrado ser una muy buena rival de Moran: leal, valiente, sin escrúpulos, rápida aprendiz y excelente actriz. Definitivamente había sido una buena elección, Molly en verdad había hecho bien en presentársela.
Sus pensamientos entonces fueron interrumpidos por algo que dijo un periodista del canal de noticias que estaba sintonizado. Se bajó del sillón de un salto y volvió a subirse a él, pero sentado. Buscó con la mirada el control remoto del aparato, lo tomó y subió el volumen. Estaban repitiendo una noticia, sobre un accidente. Abrió los ojos de par en par y tomó automáticamente su teléfono, para escribirle a su hermano y avisarle de que Nathaly había sido la victima de dicho accidente, que debía averiguar si ella y John estaban bien y qué era exactamente lo que había ocurrido, porque estaba más que claro que no había sido un accidente normal. Podía ver con total claridad la huella de las arañas de Moriarty en aquel hecho.
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Llegó al Royal London Hospital luego de poco más de treinta minutos. Se apresuró a preguntar por Nathaly en la entrada para después caminar casi corriendo por los pasillos hasta llegar a la sala en la cual le habían indicado que ella estaría. Se quedó mirando fijamente la puerta, sin saber si entrar o no, si golpear o no, sin saber si moverse o no. Estaba asustado por verla gravemente herida, o por hablar con algún médico que le dijera lo peor… Lo había vivido tantas veces… Y aún no se acostumbraba. Él mismo era médico, y aún no podía hacerse la idea de que alguien podía morir de un segundo a otro. Respiró profundamente, apretó los puños y, luego de sentir una pequeña punzada de dolor en su pierna, se dispuso a tocar con los nudillos la bendita puerta. No recibió contestación alguna, solo el sonido de una voz de mujer, el cual le resultaba familiar, protestando:
— ¡Estoy bien! ¡Ahora déjeme en paz y deme el maldito teléfono!
¿Había escuchado bien? ¿Esa era Nathaly, protestando para que le dieran su teléfono? Parpadeó unas cuantas veces, si en verdad era ella, eso quería decir que estaba bien… O al menos eso quería que todos pensasen. Entonces, ¿por qué se había armado tanto alboroto con respecto a su accidente? Permaneció en la misma posición, con el brazo levantado, los nudillos apoyados en la madera de la puerta, mientras escuchaba la conversación –o mejor dicho discusión– que la abogada y, supuso, la enfermera, estaban manteniendo.
— Señorita Harver, entienda por favor--   
— ¡Deme mi teléfono de una vez!
— ¡Son las reglas del hospital, no puedo dárselo!— gritó la otra mujer, dejando de lado su paciencia y amabilidad.
— ¡Al diablo con las reglas! ¡Démelo, es de suma importancia!
— ¡Lo que es de suma importancia ahora es su salud! ¡Y debo terminar de conectarle el suero!
Y entonces se sintieron varios ruidos, como de varias cosas de diferentes materiales que caían al suelo con un gran estrépito. Se sintió también un sonido a algo de vidrio que se rompía y, por último, resoplidos y quejas de la enfermera. John retrocedió unos pasos, al escuchar que la empleada del hospital se acercaba a la puerta. En menos de un segundo, dicha mujer salía de la habitación frustrada, enojada y resoplando. Lo miró con cara de pocos amigos, preguntándole:
— ¿Y usted quién se supone que es?
John abrió los ojos de par en par, mientras se humedecía los labios con la lengua.
— Amm… John Watson…— extendió su mano en señal de saludo, pero la mujer siguió mirándolo, ignorando su gesto—. He venido a ver a la señorita Harver.
— ¡Oh! ¡Esa mujer! ¡Qué dios se apiade de su alma, señor!— lanzó en forma de alarido.
Y luego se marchó, dejando al rubio en medio del corredor. El hombre negó con la cabeza y luego se acercó a la puerta de la habitación, que había quedado entreabierta, y asomó su cabeza por ella. Nathaly estaba tendida en la camilla, con varias cosas ya conectadas a ella, pero faltaba el suero, como bien había escuchado. La castaña tenía en sus manos su teléfono celular: al parecer había logrado conseguirlo. Se atrevió a ingresar a la sala, lentamente y tratando de no hacer mucho ruido, para no alterarla más de lo que ya estaba.
Pero obviamente ella se percató de su presencia, y levantó la vista del teclado de su móvil, para mirarlo directamente a los ojos. Su expresión de enfado y preocupación fueron reemplazadas al instante por una sonrisa enorme y una alegría demasiado extraña que se vislumbraba en sus ojos.
— ¡John! ¡Estás bien!— gritó, haciendo un ademán como para bajarse de la cama.
El médico se le acercó rápidamente, colocando una mano sobre su pecho y empujándola para que no se moviera.
— Por supuesto que estoy bien… ¿Qué rayos hacías? Debes dejar que te examinen como se debe, Nathaly.
— Bah, estoy bien— dijo en forma de respuesta ella, lanzando su teléfono a un lado y haciendo un ademán con su mano— ¿Tú estás bien?
— Ya te dije que sí. Ahora haz el favor de dejar que te ponga el suero. Tuviste un accidente.
— Si, lo sé… ¿Cómo--?
— Lo vi en la televisión— se le acercó, tomando el móvil de ella y guardándoselo en el bolsillo de su chaqueta. Luego colocó sus manos sobre sus hombros y la obligó a recostarse—. Acabas de hacer enfadar a una enfermera…— tomó una especie de perchero de metal destinado a sostener la bolsa con el suero del piso y corrió con el pie unos pequeños y finos trozos de vidrio –el cual supuso que serían de algún frasco de medicamento– y volvió a mirarla. Tenía varias heridas recién curadas en su rostro, esparcidas por sus mejillas, frente y cuello—. Mírate, no estás bien, necesitas que te atiendan.
— Ya me atendieron… hay otras personas muriéndose aquí a las cuales deberían atender, yo estoy bien— la castaña desvió la mirada, enfadada.
John volvió a suspirar. En verdad se veía que Nathaly estaba enojada, pero no lograba entender demasiado bien el porqué. Aún así, siguió con su línea de pensamiento y volvió a hablar.
— No puedes descuidar tu salud, Nathaly. Deja que los médicos hagan lo que deben hacer.
La abogada giró el rostro rápidamente, clavando sus ojos verdes en los miel de él— Tu eres médico— dijo entonces.
— ¿Eh? Sí, pero…— respondió Watson, un tanto confundido.
— No era un pregunta, era una afirmación— lo interrumpió abruptamente—. Tú puedes revisar si estoy bien, y no esos incompetentes que--   
Pero no pudo terminar de hablar, ya que dos personas entraron, sin llamar, a la habitación. Nathaly fijó sus ojos en el más alto de los dos hombres, mientras que John giró el rostro y se quedó atónito ante la presencia del mismo. Un médico, vestido con una bata blanca, de tez pálida, cabello negro azabache y estatura media, entraba acompañado por un hombre alto, de postura firme, cabello castaño oscuro, ojos celestes, vestido con un impecable traje gris y con un paraguas en la mano.
— Señorita Harver, tiene visitas— dijo el médico, pero luego fijó su atención en John, el cual aún seguía algo anonadado por ver a Mycroft Holmes allí— Disculpe, pero… ¿usted quién es?
El doctor abrió la boca un par de veces, pero sin emitir sonido alguno. Entonces, fue la mujer quién respondió por él.
— Es mi pareja.
John la miró automáticamente. Ella estaba completamente seria, mirando con algo de desprecio al médico. Su cabeza estaba comenzado a dar vueltas, no estaba entendiendo demasiado de todo aquello.
Mycroft alzó una ceja, inclinando un poco la cabeza ante la afirmación tan rotunda de la castaña, pero no dijo absolutamente nada. Mientras, el médico del hospital resopló y se le acercó. Antes de que la mujer pudiera reprochar algo, ubicó una bolsa de suero en su soporte y la tomó del brazo.
— Señorita Harver, debe dejarme— dijo, al recibir la mirada asesina de la misma.
Minutos después, con Nathaly ya debidamente conectada a todo lo que se debía, el médico ya fuera de la habitación y John aún atónito, Mycroft Holmes comenzó a hablar.
— Bien Nathaly, debes decirme exactamente qué es lo que recuerdas del accidente.
La chica abrió la boca para hablar, pero no pudo, ya que John lo hizo primero.
— Un momento… ¿Cómo es que se conocen?
El mayor de los Holmes lo miró, algo extrañado.
— Creí que eran pareja, John… ¿Acaso Nathaly no te dijo que trabaja para mí?
Watson abrió los ojos de par en par. Luego miró a la mujer— ¿Trabajas para él? Dijiste que eras abogada.
La castaña, que aún no había vuelto a mirarlo a los ojos desde que el otro hombre entrara en la habitación, chasqueó la lengua suavemente. Aún así, fue Mycroft el que respondió:
— Es abogada, y trabaja para mi, en el gobierno. Ahora, Nathaly, dime lo que ocurrió.
El rubio arqueó las cejas y miró a la castaña. Ella ignoró por completo su mirada y, mirando fijamente a su jefe, comenzó a hablar.
— Iba a almorzar, estaba a punto de…— miró al ex-militar de reojo por un segundo para luego volver la vista hacia Holmes—…enviar un mensaje a John para ver si quería almorzar conmigo y…— se detuvo, comenzando a parpadear rápidamente. Tragó saliva y se recostó más sobre la camilla, comenzando a mirar a ambos hombres por turnos. Parecía un tanto confusa y algo temerosa—. No recuerdo nada desde que tomé mi celular y frené en un semáforo, dispuesta a escribir.
Ambos la miraron, casi sin poder creerlo. John acercó su mano a la frente de ella y le dio una ligera caricia. No tenía fiebre, estaba completamente bien. Quizás por el trauma no podía recordar nada aún, o quizás… Alejó sus pensamientos automáticamente de aquel hilo, no quería pensar en que Nathaly había tenido una fuerte contusión en la cabeza, que desencadenara en algo más que una simple herida.
— No lo recuerdas— repitió el mayor de los Holmes, alzando una ceja. Luego se puso de pie y miró a Watson— John, debo pedirte que nos dejes hablar a solas— el aludido lo miró a los ojos, luego posó su vista en ella y por último se puso de pie –ya que estaba sentado en una butaca al lado de la camilla–, dispuesto a salir— Llama a un médico— agregó por último Mycroft, muy seriamente.
John Watson salió al pasillo, con un nudo en la garganta. Cerró los ojos y suspiró, cansado. El día anterior estaba atendiendo tranquilamente en su consultorio, tratando de volver a su vida normal, y ahora se encontraba de nuevo involucrado en algo extraño y peligroso. Algo en lo que Mycroft Holmes también estaba involucrado… Eso era malo, muy malo, a decir verdad… Pero por alguna razón, se sentía bien, nervioso, pero bien. Y sus pensamientos lo llevaron una vez más hacia Sherlock. Una sonrisa se dibujó en su rostro, una suave, pero sonrisa al fin.
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— ¿Cómo supiste que estaba aquí?— preguntó la mujer castaña al hombre que la miraba fijamente.
— Sherlock me avisó, vio lo del accidente en la televisión— respondió Holmes.
— ¿En la televisión? Pero si Sherlock la odia— dijo extrañada la abogaba, para luego suspirar y acomodarse mejor en la cama.
— Estás preocupada por John— volvió a hablar el diplomático, ignorando completamente su comentario—. Se te nota a la legua— añadió, al ver la cara que le ponía su interlocutora—. Sherlock se decepcionará de ti cuando se entere de que tus sentimien--  
— Sherlock sabe perfectamente que tengo sentimientos, no como tu— lo interrumpió Nathaly, antes de que pudiera terminar de hablar—. Lo sabe desde que nos conocimos, y aún así confía en mí… Ahora dime, ¿qué es lo que ocurre? ¿Qué rayos está pasando?
— Sherlock cree que fue Moran y sus hombres quienes provocaron el accidente— respondió Mycroft, luego de suspirar profundamente y tratar de ignorar el tono de voz y lo que había dicho la mujer—, por eso quería saber qué era exactamente lo que había ocurrido, pero si no lo recuerdas…
— ¿Por eso le dijiste a John que llamara a un médico? ¿Para ver si hay algo en mi cerebro que me impide recordarlo?— preguntó en voz baja. Comenzaba a sentirse algo mal, no quería tener que depender de médicos ni de medicamentos para poder vivir. Había experimentado ese tipo de vida y no quería.
El mayor de los Holmes inclinó un poco la cabeza, para luego responder— Eso, o te han suministrado algún tipo de droga, la cual no sólo hizo que tuvieras este “accidente” sino que también borró de tu memoria los hechos sobre él.
Nathaly volvió suspirar profundamente, dirigiendo la vista hacia la puerta de la habitación y vislumbrando que John acababa de volver, acompañado por el mismo médico que la había visto hacía unos minutos. Mycroft giró el rostro para ver lo mismo que ella, se puso de pie y tomó su celular, dispuesto a llamar al Inspector Lestrade. Se dirigió a la puerta mientras discaba y le dijo, justo antes de ponerse el móvil en la oreja:
— Vas a estar bien… y John también— abrió la puerta, dejando pasar a los dos doctores, mientras escuchaba como la voz del detective de Scotland Yard lo atendía—. Lestrade, soy yo. Necesito que vengas al Royal, Nathaly Harver, la mujer que tuvo el accidente hoy, está internada aquí.
Los dos médicos, mientras tanto, se acercaron a la mujer. John tomó su mano de forma cariñosa, no sin antes percatarse del extraño modo en que Mycroft hablaba con Lestrade, que era decididamente informal. El otro, por su parte, luego de revisar los aparatos y el suero de ella, dijo:
— Si no recuerdas algo, tendremos que hacerte una tomogr--  
— No… hagan un examen toxicológico— Nathaly, John y el doctor miraron al hombre que había hablado, el cual aún tenía el celular en una oreja, ya que no había terminado de hablar con el inspector—. Tenemos serias sospechas de que ha sido envenenada o drogada de alguna forma, por lo tanto debe hacerlo.
— De acuerdo— respondió el médico. Luego salió de la habitación, para ir a buscar a una enfermera.
— ¿Drogada?— preguntó extrañado John, aunque debía admitir que eso lo aliviaba un poco. Una droga podía salir fácilmente del sistema, no así una contusión en el cerebro— ¿Qué está pasando aquí?— miró a Mycroft, para luego clavar sus ojos en los de Nathaly.
— No fue un accidente, John, por eso estoy aquí, y por eso pronto vendrá Lestrade— dijo en forma de respuesta el hombre, luego de cortar su comunicación telefónica—. Ahora debo irme, te encargo de que permanezcas con ella hasta que él llegue, ¿sí?
Y sin decir más, se marchó de allí, dejando a la pareja sola.
John volvió a mirarla. Sin soltar su mano se sentó en la banqueta a su lado y simplemente esperaron…
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 ...continuará...