Un simple abrazo.
Amy abrió las puertas de la Tardis y en su rostro apareció una
mueca de desilusión absoluta, mientras que Rory asomó la cabeza por encima del
hombro de su esposa y arqueó levemente las cejas:
—
¿Londres?— preguntaron
ambos al unísono, completamente decepcionados, por no estar viendo un paisaje
extraordinario o un tiempo completamente diferente al suyo.
— Si—
contestó simplemente el Doctor, apareciendo por detrás de ambos, colocándose
entre la pareja y empujándolos levemente para que salieran—. Un pasado cercano,
año 2004… ¿Comemos unas papas fritas?— dijo con total alegría y naturalidad,
saliendo del interior de la Tardis y caminando despreocupadamente, como siempre
lo hacía.
Los Ponds
se miraron extrañados por unos segundos, para luego simplemente seguirlo. No
tenían ni idea de por qué el Doctor había aterrizado ocho años en el pasado,
aún así los siguieron, comer comida familiar sería un alivio, después de todo.
— Doctor…
¿por qué 2004?— preguntó Amy, acercándosele, mientras caminaban hacia un lugar
de comida rápida que al parecer el Doctor conocía.
—
Simplemente lo elegí al azar, no pasó nada muy extraordinario en este año, solo
los humanos siendo humanos, ¿no te parece agradable eso?
La
pelirroja lo miró extrañada, últimamente él había estado un poco raro. Es
decir, más raro de lo usual para ser el Doctor, no tenía idea de por qué y eso
la inquietaba. Si algo inquietaba al Señor del Tiempo, tenía que ser algo grave
y cuando las cosas eran graves para él… Bueno, mejor no pensar en lo que podría
pasarle a Rory y a ella.
Caminaron
por unos cuantos minutos, en verdad no había nada que ver, después de todo,
ellos habían vivido ese año y, como el mismo Doctor había dicho, no había
pasado nada verdaderamente extraordinario, por lo que simplemente se
distrajeron hablando de cosas sin sentido hasta llegar al lugar de comidas
rápidas. Una vez adentro y con sus cosas en la mano, se dispusieron a sentarse
y comer tranquilamente. Tanto Amy como Rory esperaban que en algún momento algo
extraordinario pasase, que un alien apareciera sobre su mesa, que el cielo se
oscureciera de pronto, que la tierra temblara, que comenzara a llover gatos, o
cualquier otra cosa. Pero no, los minutos simplemente pasaron sin que nada
ocurriese, la pareja simplemente no podía creer que el Doctor los hubiera
llevado allí sólo para comer papas fritas –lo cual, había que aclarar, estaba
haciendo y un poco en exceso, ya que había pedido cuatro porciones de las
grandes para él solo–.
Al cabo de unos quince minutos, en los cuales continuaron
hablando con total soltura, el Doctor se puso inusualmente tenso, mientras
lanzaba fugaces miradas hacia un lado. Amy, quién se percató de esto al
instante, observó la mesa que, supuso, estaba recibiendo las miradas del
viajero del tiempo. En ella había sentada una pareja que hablaba muy
alegremente, riendo y comiendo, con total naturalidad. Él era de tez oscura y
cabello negro, mientras que ella era de cabello rubio y lacio. Parecían
completamente normales, sin ninguna preocupación y para nada sospechosos; sin
embargo, el Doctor seguía lanzando miradas fugaces y teñidas de algo así como
tristeza, especialmente a la chica. La pelirroja estaba a punto de hablar,
cuando Rory se le adelantó:
—
¿Doctor, qué ocurre?
Su esposa
lo miró, para luego mirar al Doctor, el cual ahora los miraba alternativamente,
mientras continuaba comiendo sus papas, ahora un poco más velozmente, con
cierto dejo de nerviosismo.
— Nada
Rory, ¿por qué lo preguntas?
— ¿Por
qué lo pregunta?— preguntó Amy, reclinándose un poco sobre la mesa, para
acercarse más al Doctor y volver a preguntar, bajando el tono de voz, como para
que nadie más que ellos escucharan— ¿Por qué no dejas de mirar a aquella pareja
de ahí? ¿Los conoces?
— ¿A
ellos? No, claro que no— respondió automáticamente el Señor del Tiempo, luego
de señalar con una papa a otra pareja, completamente diferente. Los Pons lo
miraron acusadoramente, por lo que él suspiró profundamente y respondió—. Si,
los conozco.
—
¿Quiénes son? O mejor dicho, ¿quién es ella? — preguntó la pelirroja escocesa,
alzando una ceja, sintiendo una pequeña opresión en el pecho al ver la mirada
que le dirigía el otro al escuchar su pregunta.
— Su
nombre es Rose— respondió él casi en un susurro—. Y él es Mickey.
—
¿Quiénes son?— el que preguntó esta vez fue Rory.
— Viejos
amigos— respondió simplemente el Doctor, volviendo a suspirar y terminando de
comer las papas que quedaban, para luego hacer un ademán de levantarse.
Pero Amy
lo detuvo, tomándolo por el brazo y obligándolo a quedarse sentado— Vinimos a
verlos, ¿verdad? ¿Por qué no los saludas, entonces?
— No
vinimos a verlos… vamos— el extraterrestre volvió a hacer un ademán para
levantase, pero la pelirroja le apretó el brazo, a la vez que le dirigía una
mirada acusadora, por lo que agregó, clavando sus ojos verdes en los miel de
ella—. Ellos aún no me conocen.
Ella
arqueó las cejas, sin desviar su mirada, mientras que Rory comenzó a mirar
alternativamente al Doctor y a la pareja de la cual estaban hablando.
— ¿Y por
qué no vamos a una época en la que sí te conozcan?— preguntó entonces él.
— Porque
no puedo hacer eso.
— ¿De qué
hablas? ¿Cómo que no puedes hacerlo?— Amy se estaba comenzando a desesperar
verdaderamente, no sabía por qué, pero estaba sintiendo una especie de celos
que comenzaban a invadirla, y cada vez más.
—
Simplemente no puedo, Amelia— y sin decir más, se soltó de su agarre y, luego
de dirigirle una mirada algo extraña a ambos, se puso por fin de pie.
—
¡Doctor!— gritó entonces la escocesa, golpeando la mesa con la palma de su
mano. Tanto su marido como el aludido se sobresaltaron, el primero más que el
segundo, pero aún así, ninguno de los dos dijo nada. El Doctor volvió a lanzar
un suspiro y simplemente salió del local, no sin antes lanzar una última mirada
melancólica a la chica rubia de la mesa contigua.
Amy y
Rory se quedaron callados por unos instantes, percatándose de que la dichosa
pareja los estaba, ahora, mirando bastante extrañados. La chica rubia tenía en
sus ojos un dejo de preocupación, mientras que el joven que estaba sentado con
ella simplemente los miraba sin entender nada. Amelia suspiró profundamente
cerrando los ojos, para calmarse un poco, mientras que Rory simplemente acarició
la espalda de su esposa, algo preocupado a decir verdad. Luego de unos
segundos, ambos se pusieron de pie y se dispusieron a salir, pero la rubia, que
no había dejado de mirarlos preocupadamente en ningún momento, se puso de pie y
tocó el brazo de Amy, llamando su atención. Los Ponds se giraron, para poder
mirarla y entonces ella preguntó:
—
Disculpa por entrometerme, pero… ¿su amigo está bien?
— Si,
descuida— respondió casi automáticamente el castaño.
— No, no
está bien— lo contradijo entonces su esposa, suspirando pesadamente—. Creo que
necesita… un abrazo, y de una chica llamada Rose.
No supo
exactamente por qué estaba diciendo aquello, ni por qué tenía un nudo en la
garganta cuando lo dijo, pero simplemente necesitaba hacerlo. En el fondo sabía
que el Doctor en verdad necesitaba aquello, un abrazo, un simple abrazo, pero
de aquella chica rubia, que probablemente había sido una antigua compañera suya
y que por alguna extraña razón, ya no podía volver a ver. Recordó entonces
cuando él los había dejado a ella y a Rory en su casa, diciéndoles que esa era
la única manera de salvarlos. Quizás a aquella chica no había podido salvarla
de algo… no lo sabía, pero sentía que de una u otra forma, así era.
La chica
la miró, ahora extrañada, arqueando levemente las cejas, pero no hizo ni dijo
nada, simplemente se quedó ahí parada, mirándolos. Entonces, la pareja
simplemente le sonrió y salió de allí, en busca del Doctor, el cual estaba
afuera, parado, mirando al cielo, sin hacer nada.
—
¿Doctor?— preguntó Amy, acercándosele lentamente. Él tenía la mirada perdida,
las manos en los bolsillos de su saco y los hombros caídos. Rory también se le
acercó, ambos estaban preocupados, se les notaba a simple vista y estaban
dispuestos a escuchar lo que fuere, solo para que volviera a ser el
insoportable alienígena que decía cosas inentendibles la mayor parte del
tiempo.
— Me
conocerán en un año… pero no puedo volver sobre mi línea temporal— dijo en
forma de respuesta él, sin apartar la mirada de las nubes blancas que cubrían
el cielo londinense.
— ¿Y qué
tal justo antes de que nos conocieras a nosotros?— preguntó Rory.
— Para
esa época, ella ya no…— el Doctor se interrumpió a sí mismo—. Olvídenlo,
¿sabían que estuve para la inauguración del Puente de Londres? Pero nunca fui a
la del Big Ben, podríamos ir, ¿qué les parece?— de la nada, parecía que el
Doctor de siempre había vuelto, pero aún se notaba en sus ojos ese dejo de
tristeza.
Los
Pons-Williams le sonrieron, aún con la preocupación en sus rostros, pero aún
así asintieron y comenzaron a caminar en dirección hacia donde habían dejado
estacionada la Tardis, mientras escuchaban el relato que había comenzado a
hacer el Doctor sobre la inauguración del puente. Pero de la nada, el relato se
detuvo en seco, lo que hizo que la pareja se girara, para ver qué había
ocurrido, después de todo, no había muchas cosas que podían hacer callar al
Doctor cuando estaba contando algo.
La chica
rubia del local, Rose, lo estaba abrazando. Le había rodeado el cuello con los
brazos, mientras apoyaba su mentón en el hombro de él. No estaba exactamente
cerca de su cuerpo, pero aún así era un abrazo. Los Ponds se quedaron inmóviles en su lugar, observando la escena, Rory abrazó a su mujer de forma cariñosa, como con miedo de no poder volver a abrazarla nunca más.
El
Doctor, por su parte, suspiró profundamente, mientras rodeaba lenta y casi
tímidamente el cuerpo de Rose, acercándola más a él. Sintió su aroma, el calor
de su cuerpo, los latidos de su corazón, el ritmo de su respiración. Casi había
olvidado cómo se sentía abrazarla, pero ahora que volvía a hacerlo, los
recuerdos se habían vuelto tan frescos como si no hubiera pasado ni un solo día.
Agachó un poco su cabeza, permitiéndose esconder un poco su rostro entre el
cabello de ella, sintiendo más de cerca aquel aroma que tanto había extrañado.
— Rose…—
susurró apenas, para que sólo ella pudiera oírlo. Sabía que estaba mal, pero
así como no había podido evitar ir hasta ese día en específico, tampoco podía
evitar aquello. La apretó más contra su cuerpo y sintió como ella se
acostumbraba a estar así y lo abrazaba con más fuerza. Quizás aún no lo
conocía, pero el tiempo era tan complejo como los sentimientos, y quizás, solo
quizás, Rose lo estaba recociendo, aunque nunca lo vería con el rostro que
tenía ahora.
Luego de
unos minutos, que tanto para él como para ella parecieron horas, se separaron,
para poder mirarse los rostros. Él clavó su mirada en la suya, recordando cada
una de las cosas que habían vivido juntos, cada una de las aventuras, de las
risas, de los peligros, los sentimientos que había –o mejor dicho, tenía– por
ella, las sensaciones que sólo ella le había vuelto a hacer sentir. Habían pasado
más de doscientos años para él… Y sin embargo, todo estaba ahí, fresco como si
nunca nada hubiera terminado. La melancolía que estaba sintiendo había
desaparecido mientras miraba aquellos ojos marrones que ahora no lo reconocían,
pero que algún día brillarían de felicidad al verlo, y que también llorarían
por él…
— ¿Quién…
eres?— preguntó entonces ella, en un susurro, como tratando de no hacer daño.
Pero sus
palabras fueron como un balde de agua fría para el Doctor. Sabía que no podía
culparla, pero aún así no podía evitar sentir lo que sentía. Dibujó una pequeña
y débil sonrisa en su rostro, ese rostro que ella nunca conocería y, sin dejar
de mirarla a los ojos, dijo:
— Lo
siento, pero no puedo decírtelo— ella inclinó un poco la cabeza, sin entender,
y él sonrió un poco más, recordaba esa expresión a la perfección. Llevó una de
sus manos al rostro de ella y le acarició muy suavemente una mejilla, para
luego separarse por completo de ella, pero conservando la corta distancia que
los separaba—. En un año lo sabrás, Rose Tyler.
Ella
levantó una ceja, aún más extrañada que antes y se alejó un paso hacia atrás.
El Doctor lanzó un pequeño suspiro de risa: esa chica era brillante, como
siempre se lo había dicho, por lo que entendería a la perfección, lo sabía.
Sonrió aún más, aunque aún faltaba un año para que se conocieran, esa Rose era su Rose. Le dedicó una de sus mejores
sonrisas y volvió a acercársele, para poder besarle la frente; luego giró sobre
sus talones y se dispuso a reunirse con Amy y Rory, que aún los seguían mirando
desde una distancia bastante prudente. Pero antes de estar lo suficientemente
lejos, volvió a hablar, sin dejar de sonreír y mirando por sobre su hombro a
Rose:
— Adiós,
mi lobo malo.
La rubia,
que tenía la mirada clavada en él, arqueó las cejas, pero luego le devolvió la
sonrisa, esa sonrisa perfecta que siempre le había dedicado. El Doctor siguió
caminando, sin volver a mirar atrás, hasta llegar a dónde lo esperaba la
pareja. Se paró frente a ellos, que lo miraban interrogantes y simplemente les
sonrió como siempre hacía, les palmeó el hombro y continuó caminando, en
dirección a la Tardis.
—
Entonces… ¿1859?
— ¿Qué?—
el que preguntó fue Rory, completamente confundido, al igual que su esposa, por
el cambio repentino de actitud del Doctor.
— ¡La
inauguración del Big Ben!
Los Pons
lanzaron un “Ohh” al unísono y luego continuaron caminando junto al último
Señor del Tiempo, como si nada hubiera pasado.
Pero para
Rose, aquello había sido más que extraño, especialmente porque al abrazar a aquel
completo desconocido, una aún más extraña sensación de familiaridad la había
invadido. Mikey, que ahora estaba junto a ella, mirando como las tres personas
que habían comido en la mesa contigua a la suya en el local se marchaban, la
miró con algo de preocupación y preguntó:
— ¿Quién
era ese?
— No lo
sé, pero creo que en algún momento me enteraré— respondió, como hipnotizada,
sin poder dejar de mirar el caminar de aquellos tres. Luego simplemente miró a
su novio y sonrió, tomándolo del brazo y tirando de él, para que volvieran a
entrar al restaurante—. Olvídalo, ¡vamos!
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