II
John abrió los ojos de a poco, un leve resplandor se
escabullía por entre las persianas de aquella habitación. Respiró de forma
profunda y suave, para llenar sus pulmones del aroma que lo invadía, el cual
era una mezcla de perfume de mujer, champú, té de menta y pan tostado. En sus
labios se dibujó una sonrisa, mientras se giraba en la cama y recordaba lo
acontecido el día anterior. Nathaly, como había supuesto, ya se había
levantado, y en cuanto él se incorporó en la cama, apareció en su campo visual,
con una bata blanca cubriéndola, el cabello húmedo cayendo sobre sus hombros y
pechos y sus labios mostrando un sonrisa.
— Buenos
días, doc— dijo, acercándosele y
depositando un fugaz beso en sus labios.
— Buenos
días— respondió él, sin quitar la sonrisa de su rostro— ¿Debes ir a trabajar,
verdad?
— Si,
lamentablemente si— respondió la mujer— ¿Quieres desayunar? Tengo bastante
tiempo hasta la hora de entrar.
El
ex-militar se encogió de hombros, en señal de afirmación, mientras miraba como
ella sacaba un traje gris, junto a una camisa turquesa, de su armario y se
vestía. Decidió que lo mejor sería que él también se vistiera, por lo que se
bajó de la cama y recogió su ropa. Al cabo de unos minutos, ambos se
encontraban sentados a la mesa del pequeño comedor de Nathaly con unas tazas
humeantes de té y tostadas.
Estuvieron
en silencio por unos cuantos minutos, mirándose ocasionalmente por encima de
las tazas, hasta que John le dedicó una tierna sonrisa. Nathaly lo miró
divertida, sonriendo también, para luego decir, también en tono divertido:
—
¿Dormiste bien?
El rubio
alzó las cejas. En verdad no se esperaba una pregunta como aquella, después de
todo, habían dormido juntos, abrazados el uno al otro. Pero supuso que era una
buena forma de iniciar una conversación matutina, por lo que respondió:
—
Perfectamente, ¿y tú?
— Como
hacía tiempo no lo hacía.
Se
miraron fijamente a los ojos, para luego comenzar a reír. Todo aquello se
sentía demasiado familiar, como si se conocieran desde siempre, como si siempre
hubieran tenido esa relación; y eso los reconfortaba, pero también les hacía
caer en la cuenta de cuánto habían necesitado pasar un momento como aquel con
alguien que los hiciera sentir queridos.
Un cuarto
de hora más tarde, luego de terminar el desayuno, se dispusieron a partir hacia
sus respectivos trabajos. John estaba a punto de ir caminando, pero ella lo
detuvo, rodeando su cuello con sus brazos por la espalda, para luego susurrarle
al oído.
— Puedo
llevarte, si quieres.
Él la
miró por encima del hombro, algo extrañado.
— ¿Tienes
coche?
— Si—
respondió, soltándolo y dirigiéndose hacia un Audi gris, el cual era de un
modelo verdaderamente reciente. La castaña abrió las puertas del mismo y,
girándose, lo miró. No pudo evitar soltar una risita ante la cara de sorpresa y
admiración del hombre, para luego volver a hablar— ¿Vienes o no?
John negó
con la cabeza, lanzando un suspiro de risa y caminado hacia el auto. Acababa de
darse cuenta de que en realidad no sabía nada de ella, pero aún así, ya le
tenía un gran afecto y ya no importaba demasiado. Se subió al auto y
simplemente partieron.
.
Justo
mientras John y Nathaly salían del departamento de ésta, y mientras se
disponían a subir al coche de la mujer, un hombre los observaba, desde el
balcón de uno de los edificios de enfrente, a través de unos binoculares. El
hombre de cabello gris los observó atentamente hasta que la pareja se alejó;
luego se puso de pie –ya que había estado en cuclillas todo el tiempo– y tomó
su celular, para comenzar a escribir un mensaje de texto, el cual envió
automáticamente a su jefe.
— “John Watson está con ella. Durmieron juntos.
S scenicus.”
A los
pocos minutos, mientras el sujeto acomodaba sus cosas, dispuesto a marcharse de
allí, recibió una respuesta.
— “Hoy es
tu límite, no lo sobrepases. SM.”
El moreno
chasqueó la lengua, para luego tomar todo y marcharse. Debía encontrar a la
mujer sola, en algún lugar lo suficientemente despejado como para que nadie los
interrumpiera, y encontrar la forma de quitarle la información que necesitara;
de lo contrario, aquel sería su último día sobre la tierra.
.
.
Apenas
habían pasado cinco minuto desde las ocho de la mañana: un hombre de cabello
castaño oscuro corto, ojos celestes e impecable porte aristocrático se hallaba
sentado en una preciosa y brillosa silla de madera, con las piernas cruzadas y
leyendo un periódico. Se encontraba en una sala lujosa y sobriamente adornada
con colores amarronados y oscuros, con una única ventana, por donde pasaba la
tenue luz del sol, algo opacada por las cortinas blancas que la cubrían. Todo
estaba en completo silencio en aquel lugar, hasta que la puerta se abrió
bruscamente. El hombre, que no se sobresaltó en absoluto, levantó la mirada,
para ver entrar a su hermano menor por ella y sentarse –o más bien desplomarse–
sobre la silla que se encontraba justo enfrente de él. El más joven tenía el
cabello ondulado y de un negro azabache brilloso, su rostro era tan frío y de
rasgos tan marcados como el de su hermano, sólo que éste estaba adornado por
unos penetrantes y más cristalinos ojos celeste-verdosos. Ambos era igual de
pálidos y su estatura era considerable, por lo que podía verse cierto
parentesco en ambos, el cual también podía notarse en la extremadamente
brillante mente que poseían, pero, más allá de eso, no parecían estar
relacionados, y nadie juraría que fueran hermanos.
— ¿Qué
ocurre ahora?— preguntó el mayor.
— Se
conocieron— respondió sencillamente el menor, hundiéndose un poco más en su
asiento y estirando sus brazos sobre el apoyabrazos de éste—. Anoche.
El otro
alzó una ceja y sonrió de lado, observando el gesto que se había dibujado en el
rostro de su hermano y luego volviendo a concentrarse en el periódico del día.
—
¿Celoso?
— ¿Por
qué habría de estarlo?
— Porque
es más que evidente de que pasaron la noche juntos… Y no precisamente durmiendo
de forma pacífica.
El de
cabello ondulado apretó los labios fuertemente, para luego llevar su mano
izquierda hasta su rostro y morderse suavemente la uña del dedo índice. Sin
embargo, su semblante seguía tan frío e impasible como siempre, por lo que
cuando volvió a hablar, su voz sonaba completamente normal.
— Uno de
los hombres de Moran ha vuelto a intentar matarla.
Mycroft
Holmes volvió a fijar su vista en la de su hermano, para luego suspirar
profundo y dejar el Times sobre una
mesita de café que tenía a su lado. Luego colocó ambos brazos sobre los
apoyabrazos de su silla y habló, sin desviar la mirada de los cristalinos ojos
de su hermano.
— ¿Qué
vas a hacer? ¿No crees que es hora de…?
— No— lo
interrumpió Sherlock, de forma rotunda—. Aún no puedo presentarme a John. Si ha
mandado a perseguir a Nathaly es porque sabe que existo…— se interrumpió a sí
mismo, suspirando profundamente y cerrando los ojos, para volver a dejar su
brazo reposando sobre el asiento.
— ¿No puedes
correr el mismo riesgo con tu querido doctor?
El menor
de los Holmes entrecerró los ojos, sin dejar de mirar a su hermano. Sabía
perfectamente hacia dónde apuntaba esa pregunta, conocía a su hermano,
demasiado quizás, y sabía perfectamente que él podía leerlo con la misma
facilidad con la cual él mismo podía leer a las demás personas.
— Ya
corrí el riesgo con ella, y mira que ocurrió, no voy a volver a cometer una
idiotez hasta que todo esto termine.
— Creo
que decírselo a ella no fue un error, Sherlock, al contrario. Y aunque debo
reconocer que primeramente sí creí que eras un poco idiota por haberlo hecho,
creo que decírselo a John ahora estaría…— buscó por unos segundos la palabra
correcta, hasta que finalmente se decidió por la más sencilla—, bien.
Sherlock
Holmes resopló y se puso de pie de un salto— No se puede hablar contigo,
hermano.
Mycroft
lo miró extrañado, pero aún así no dijo nada, solo se limitó a observarlo,
mientras comenzaba a dar vueltas por la habitación y terminaba saliendo de ella,
con un celular –que no era el suyo habitual– en la mano, escribiendo un
mensaje. El detective salió de aquella habitación terminando de escribir, para
posteriormente enviar dicho texto; todo aquello se estaba poniendo más turbio
día a día. Quizás su hermano tenía razón y debía decirle a John, pero él sabía
que aún no estaba listo para aquello, aún no estaba listo para ver el rostro de
su amigo luego de casi dos años, de ver como sus ojos mostraban el torrente de
sentimientos que de seguro mostrarían, de recibir el muy seguro golpe que
recibiría… Y tampoco estaba seguro de no poder contenerse a sí mismo, de seguir
manteniendo su semblante y su máscara de frialdad ante el rubio; porque estaba
seguro que luego del golpe y los insultos, seguiría algo más, algo que no podía
deducir con exactitud si quería que ocurriese o no.
.
.
— Aquí
es— dijo el doctor Watson a Nathaly.
La
castaña estacionó su auto, sin apagar el motor y lo miró con una sonrisa— Bien,
que tengas un buen día John.
— Lo
mismo digo, Nathaly— el rubio la miró, sin saber con exactitud qué hacer ¿La
besaría antes de bajarse? ¿O simplemente le diría adiós y se marcharía? Se
decidió por esto último, por lo que abrió la puerta y se dispuso a bajar del
coche, pero ella lo tomó de la manga de la chaqueta, deteniéndolo. Él la miró
por sobre su hombro— ¿Qué…?
Pero
antes de que pudiera terminar de hablar, ella se estiró y le plantó un dulce
beso en los labios, al mismo tiempo que le deslizaba un pequeño papel en el
bolsillo trasero del pantalón. Cuando se separaron, ella lanzó una risita por
la cara de desconcierto de él y volvió a su posición de manejo.
— Nos
vemos después, Dr. Watson.
John
también rió, terminando de bajar— Nos vemos después, Nathaly.
Y sin
decir más, la chica se marchó, dejando al ex-militar en la vereda frente a su
apartamento. El hombre, sin dejar de sonreír, buscó en los bolsillos de su
chaqueta las llaves y entró a lo que ahora era su residencia, a la vez que
sacaba el papel de sus pantalones y sonreía aún más al descubrir que tenía
escrito el número de teléfono de la castaña.
Nathaly,
por su parte, condujo algunas cuadras, hasta que su teléfono sonó, indicando
que había llegado un nuevo mensaje de texto. Cuando frenó en un semáforo, lo
tomó y leyó el contenido. La sonrisa que aún adornaba su rostro se convirtió en
una expresión seria y un tanto preocupada.
— “Es
altamente probable que tu y John estén en peligro inminente. Cuídate y cuídalo
a él, recuerda que las arañas no descansan, especialmente las venenosas. SH.”
.
.
.
Ya había
pasado el mediodía; el sol, casi milagrosamente, brillaba en lo alto del cielo
londinense, haciendo que la humedad reinante en el ambiente hiciera un mediodía
bastante caluroso. John Watson acababa de despedir a un paciente, pero aún le
faltaban al menos una docena más para terminar el día. Estaba verdaderamente
agotado, no sabía si era por el calor, por la humedad, por el hecho de que no
había dormido correctamente o qué. Sonrió de lado al recordar la noche
anterior, y la razón por la cual no había dormido las horas necesarias; no
podía quejarse, si fuera por él, podría pasar más de una noche sin dormir lo
suficiente junto a Nathaly. El problema era que no estaba seguro de que ella
pensara lo mismo, pero le había dejado su número, le había dicho que la
llamara… Se revolvió el cabello un poco, mientras suspiraba y se ponía de pie,
dispuesto a llamar al siguiente paciente. Aún no estaba seguro de poder
comenzar una relación, después de todo, hacía mucho tiempo que no tenía una y…
bueno, la última había sido saboteada –casi literalmente– por Sherlock.
Sherlock. Ahora él ya no estaba y eso lo había mantenido alejado de las
relaciones humanas por un buen tiempo, sin saber con exactitud cómo enfrentar
el hecho de que su mejor amigo había muerto; ahora sentía algo de incomodidad,
por no decir miedo, de encariñarse con alguien como lo había hecho con él.
Alejó sus
pensamientos repentinamente al salir de su consultorio a la sala de espera y
llamar por el apellido al hombre que esperaba por ser atendido. Estaba a punto
de volver a entrar, cuando escuchó algo que lo paralizó por completo.
Retrocedió unos pasos y miró en dirección al televisor de la sala de espera, el
cual estaba encendido en el canal de noticias. Abrió los ojos de par en par al
leer el titular y escuchar lo que decían los reporteros. Sintió como un
horrendo escalofrío recorría toda su espina dorsal y cómo sus piernas
comenzaban a temblar un poco.
Nathaly.
Había tenido un accidente automovilístico, y lo estaban pasando por la
televisión como si fuera algo extremadamente grave… No llegó a escuchar que más
decían porque simplemente corrió dentro de su consultorio, tomó su chaqueta, se
disculpó de todas las maneras que pudo encontrar con su paciente y corrió a la
entrada de la clínica.
— Doctor
Watson, ¿qué ocurre?— preguntó preocupada Jane, la secretaria.
— Debo
irme, por favor, cancela todos mis turnos— respondió él rápidamente, firmando
el cierre de turno.
— Pero…
¿ocurrió algo grave?
La miró
por unos segundos, en verdad se veía preocupada, sus ojos color miel estaban
muy abiertos y sus cejas caídas. Respiró suavemente unas cuantas veces, para
poder responder con calma, además de que estaba buscando las palabras adecuadas
para describir su relación con Nathaly. ¿Era un verdadera relación? Hacía menos
de veinticuatro horas que se conocían, después de todo.
— Acabo
de ver en las noticias que… una amiga tuvo un accidente, y debo ir a verla,
asegurarme de que…
— No se
preocupe entonces, vaya— lo interrumpió la mujer, esbozando una pequeña sonrisa
de consuelo.
John
asintió con la cabeza, mientras sonreía de lado y se disponía a salir. ¿Por qué
estaba pasando aquello? Acababa de conocer a aquella mujer, la cual le parecía
sumamente bella y con la cual había tenido un encuentro sumamente casual,
extraño, pero que sentía que debían conocerse desde hace tiempo. Aquella mujer
lo había cautivado con tan solo sonreírle un par de veces, con invitarlo a
tomar u café y con, ¡cielos! ¡Con haber estado expuesta a que la asesinen!
Definitivamente el haber pasado un tiempo de su vida con Sherlock Holmes lo
había cambiado, y mucho…
Mientras
buscaba desesperadamente un taxi que tomar –sin parar de caminar en dirección
al hospital a dónde habían sido trasladados los involucrados en el accidente–,
se percató de algo: habían querido asesinarla el día anterior a punta de
pistola, ¿qué tal si había sido otro intento de asesinato? No por nada había
visto a gente de Scotland Yard en el noticiero, junto a los periodistas que
cubrían el accidente. Resopló un tanto furioso, pero luego se calmó, al poder
conseguir de una vez por todas un taxi, subirse e indicarle la dirección al
chofer.
Definitivamente
aquello estaba escapando de sus manos. No sabía nada de Nathaly, tampoco de sus
intensiones ni de qué o quién era en realidad, pero sentía que debía ir, estar
con ella, sentía que sin importar que se hubieran conocido hacía tan poco
tiempo ya tenía un rincón de su corazón reservado para ella y no podía evitar
sentir temor ante la idea de no poder volver a verla, por lo menos una vez más.
.
.
Se
encontraba sentado en el sillón de la sala de estar de su hermano, la cual,
como todo lo relacionado con él, era muy sobria, todo perfectamente acomodado y
pulcro. Sin embargo, para Sherlock Holmes aquel lugar no podía ser más aburrido
e inquietante. Era por esa razón por la cual se encontraba cabeza abajo, con
las piernas apoyadas en el respaldo del sillón bordó, lanzando hacia la pared
una pequeña pelota de goma, mientras escuchaba –sin prestar atención, en
realidad– la televisión que se encontraba encendida. Estaba pensando en
Moriarty, en su red criminal, en su mano derecha, Sebastian Moran… y también en
John, en cuánto añoraba su presencia, su voz, su sonrisa… Y también en quién
ahora se había convertido en su mano derecha: Nathaly Harver. La mujer había
demostrado ser una muy buena rival de Moran: leal, valiente, sin escrúpulos,
rápida aprendiz y excelente actriz. Definitivamente había sido una buena
elección, Molly en verdad había hecho bien en presentársela.
Sus
pensamientos entonces fueron interrumpidos por algo que dijo un periodista del
canal de noticias que estaba sintonizado. Se bajó del sillón de un salto y
volvió a subirse a él, pero sentado. Buscó con la mirada el control remoto del
aparato, lo tomó y subió el volumen. Estaban repitiendo una noticia, sobre un
accidente. Abrió los ojos de par en par y tomó automáticamente su teléfono,
para escribirle a su hermano y avisarle de que Nathaly había sido la victima de
dicho accidente, que debía averiguar si ella y John estaban bien y qué era
exactamente lo que había ocurrido, porque estaba más que claro que no había
sido un accidente normal. Podía ver con total claridad la huella de las arañas
de Moriarty en aquel hecho.
.
.
Llegó al
Royal London Hospital luego de poco más de treinta minutos. Se apresuró a
preguntar por Nathaly en la entrada para después caminar casi corriendo por los
pasillos hasta llegar a la sala en la cual le habían indicado que ella estaría.
Se quedó mirando fijamente la puerta, sin saber si entrar o no, si golpear o
no, sin saber si moverse o no. Estaba asustado por verla gravemente herida, o
por hablar con algún médico que le dijera lo peor… Lo había vivido tantas
veces… Y aún no se acostumbraba. Él mismo era médico, y aún no podía hacerse la
idea de que alguien podía morir de un segundo a otro. Respiró profundamente,
apretó los puños y, luego de sentir una pequeña punzada de dolor en su pierna,
se dispuso a tocar con los nudillos la bendita puerta. No recibió contestación
alguna, solo el sonido de una voz de mujer, el cual le resultaba familiar,
protestando:
— ¡Estoy
bien! ¡Ahora déjeme en paz y deme el maldito teléfono!
¿Había escuchado
bien? ¿Esa era Nathaly, protestando para que le dieran su teléfono? Parpadeó
unas cuantas veces, si en verdad era ella, eso quería decir que estaba bien… O
al menos eso quería que todos pensasen. Entonces, ¿por qué se había armado
tanto alboroto con respecto a su accidente? Permaneció en la misma posición,
con el brazo levantado, los nudillos apoyados en la madera de la puerta,
mientras escuchaba la conversación –o mejor dicho discusión– que la abogada y,
supuso, la enfermera, estaban manteniendo.
— Señorita
Harver, entienda por favor--
— ¡Deme
mi teléfono de una vez!
— ¡Son
las reglas del hospital, no puedo dárselo!— gritó la otra mujer, dejando de
lado su paciencia y amabilidad.
— ¡Al
diablo con las reglas! ¡Démelo, es de suma importancia!
— ¡Lo que
es de suma importancia ahora es su salud! ¡Y debo terminar de conectarle el
suero!
Y
entonces se sintieron varios ruidos, como de varias cosas de diferentes
materiales que caían al suelo con un gran estrépito. Se sintió también un
sonido a algo de vidrio que se rompía y, por último, resoplidos y quejas de la
enfermera. John retrocedió unos pasos, al escuchar que la empleada del hospital
se acercaba a la puerta. En menos de un segundo, dicha mujer salía de la
habitación frustrada, enojada y resoplando. Lo miró con cara de pocos amigos,
preguntándole:
— ¿Y
usted quién se supone que es?
John
abrió los ojos de par en par, mientras se humedecía los labios con la lengua.
— Amm…
John Watson…— extendió su mano en señal de saludo, pero la mujer siguió
mirándolo, ignorando su gesto—. He venido a ver a la señorita Harver.
— ¡Oh!
¡Esa mujer! ¡Qué dios se apiade de su alma, señor!— lanzó en forma de alarido.
Y luego
se marchó, dejando al rubio en medio del corredor. El hombre negó con la cabeza
y luego se acercó a la puerta de la habitación, que había quedado entreabierta,
y asomó su cabeza por ella. Nathaly estaba tendida en la camilla, con varias
cosas ya conectadas a ella, pero faltaba el suero, como bien había escuchado.
La castaña tenía en sus manos su teléfono celular: al parecer había logrado
conseguirlo. Se atrevió a ingresar a la sala, lentamente y tratando de no hacer
mucho ruido, para no alterarla más de lo que ya estaba.
Pero
obviamente ella se percató de su presencia, y levantó la vista del teclado de
su móvil, para mirarlo directamente a los ojos. Su expresión de enfado y
preocupación fueron reemplazadas al instante por una sonrisa enorme y una
alegría demasiado extraña que se vislumbraba en sus ojos.
— ¡John!
¡Estás bien!— gritó, haciendo un ademán como para bajarse de la cama.
El médico
se le acercó rápidamente, colocando una mano sobre su pecho y empujándola para
que no se moviera.
— Por
supuesto que estoy bien… ¿Qué rayos hacías? Debes dejar que te examinen como se
debe, Nathaly.
— Bah,
estoy bien— dijo en forma de respuesta ella, lanzando su teléfono a un lado y
haciendo un ademán con su mano— ¿Tú estás bien?
— Ya te
dije que sí. Ahora haz el favor de dejar que te ponga el suero. Tuviste un
accidente.
— Si, lo
sé… ¿Cómo--?
— Lo vi
en la televisión— se le acercó, tomando el móvil de ella y guardándoselo en el
bolsillo de su chaqueta. Luego colocó sus manos sobre sus hombros y la obligó a
recostarse—. Acabas de hacer enfadar a una enfermera…— tomó una especie de
perchero de metal destinado a sostener la bolsa con el suero del piso y corrió
con el pie unos pequeños y finos trozos de vidrio –el cual supuso que serían de
algún frasco de medicamento– y volvió a mirarla. Tenía varias heridas recién
curadas en su rostro, esparcidas por sus mejillas, frente y cuello—. Mírate, no
estás bien, necesitas que te atiendan.
— Ya me
atendieron… hay otras personas muriéndose aquí a las cuales deberían atender,
yo estoy bien— la castaña desvió la mirada, enfadada.
John
volvió a suspirar. En verdad se veía que Nathaly estaba enojada, pero no
lograba entender demasiado bien el porqué. Aún así, siguió con su línea de
pensamiento y volvió a hablar.
— No
puedes descuidar tu salud, Nathaly. Deja que los médicos hagan lo que deben
hacer.
La
abogada giró el rostro rápidamente, clavando sus ojos verdes en los miel de él—
Tu eres médico— dijo entonces.
— ¿Eh? Sí,
pero…— respondió Watson, un tanto confundido.
— No era
un pregunta, era una afirmación— lo interrumpió abruptamente—. Tú puedes
revisar si estoy bien, y no esos incompetentes que--
Pero no
pudo terminar de hablar, ya que dos personas entraron, sin llamar, a la
habitación. Nathaly fijó sus ojos en el más alto de los dos hombres, mientras
que John giró el rostro y se quedó atónito ante la presencia del mismo. Un
médico, vestido con una bata blanca, de tez pálida, cabello negro azabache y
estatura media, entraba acompañado por un hombre alto, de postura firme,
cabello castaño oscuro, ojos celestes, vestido con un impecable traje gris y
con un paraguas en la mano.
—
Señorita Harver, tiene visitas— dijo el médico, pero luego fijó su atención en
John, el cual aún seguía algo anonadado por ver a Mycroft Holmes allí—
Disculpe, pero… ¿usted quién es?
El doctor
abrió la boca un par de veces, pero sin emitir sonido alguno. Entonces, fue la
mujer quién respondió por él.
— Es mi
pareja.
John la
miró automáticamente. Ella estaba completamente seria, mirando con algo de
desprecio al médico. Su cabeza estaba comenzado a dar vueltas, no estaba
entendiendo demasiado de todo aquello.
Mycroft
alzó una ceja, inclinando un poco la cabeza ante la afirmación tan rotunda de
la castaña, pero no dijo absolutamente nada. Mientras, el médico del hospital resopló
y se le acercó. Antes de que la mujer pudiera reprochar algo, ubicó una bolsa
de suero en su soporte y la tomó del brazo.
—
Señorita Harver, debe dejarme— dijo, al recibir la mirada asesina de la misma.
Minutos
después, con Nathaly ya debidamente conectada a todo lo que se debía, el médico
ya fuera de la habitación y John aún atónito, Mycroft Holmes comenzó a hablar.
— Bien
Nathaly, debes decirme exactamente qué es lo que recuerdas del accidente.
La chica
abrió la boca para hablar, pero no pudo, ya que John lo hizo primero.
— Un
momento… ¿Cómo es que se conocen?
El mayor
de los Holmes lo miró, algo extrañado.
— Creí
que eran pareja, John… ¿Acaso Nathaly no te dijo que trabaja para mí?
Watson
abrió los ojos de par en par. Luego miró a la mujer— ¿Trabajas para él? Dijiste
que eras abogada.
La
castaña, que aún no había vuelto a mirarlo a los ojos desde que el otro hombre
entrara en la habitación, chasqueó la lengua suavemente. Aún así, fue Mycroft
el que respondió:
— Es
abogada, y trabaja para mi, en el gobierno. Ahora, Nathaly, dime lo que
ocurrió.
El rubio
arqueó las cejas y miró a la castaña. Ella ignoró por completo su mirada y,
mirando fijamente a su jefe, comenzó a hablar.
— Iba a
almorzar, estaba a punto de…— miró al ex-militar de reojo por un segundo para
luego volver la vista hacia Holmes—…enviar un mensaje a John para ver si quería
almorzar conmigo y…— se detuvo, comenzando a parpadear rápidamente. Tragó
saliva y se recostó más sobre la camilla, comenzando a mirar a ambos hombres
por turnos. Parecía un tanto confusa y algo temerosa—. No recuerdo nada desde
que tomé mi celular y frené en un semáforo, dispuesta a escribir.
Ambos la
miraron, casi sin poder creerlo. John acercó su mano a la frente de ella y le
dio una ligera caricia. No tenía fiebre, estaba completamente bien. Quizás por
el trauma no podía recordar nada aún, o quizás… Alejó sus pensamientos
automáticamente de aquel hilo, no quería pensar en que Nathaly había tenido una
fuerte contusión en la cabeza, que desencadenara en algo más que una simple
herida.
— No lo
recuerdas— repitió el mayor de los Holmes, alzando una ceja. Luego se puso de
pie y miró a Watson— John, debo pedirte que nos dejes hablar a solas— el
aludido lo miró a los ojos, luego posó su vista en ella y por último se puso de
pie –ya que estaba sentado en una butaca al lado de la camilla–, dispuesto a
salir— Llama a un médico— agregó por último Mycroft, muy seriamente.
John
Watson salió al pasillo, con un nudo en la garganta. Cerró los ojos y suspiró,
cansado. El día anterior estaba atendiendo tranquilamente en su consultorio,
tratando de volver a su vida normal, y ahora se encontraba de nuevo involucrado
en algo extraño y peligroso. Algo en lo que Mycroft Holmes también estaba
involucrado… Eso era malo, muy malo, a decir verdad… Pero por alguna razón, se
sentía bien, nervioso, pero bien. Y sus pensamientos lo llevaron una vez más
hacia Sherlock. Una sonrisa se dibujó en su rostro, una suave, pero sonrisa al
fin.
.
— ¿Cómo
supiste que estaba aquí?— preguntó la mujer castaña al hombre que la miraba
fijamente.
—
Sherlock me avisó, vio lo del accidente en la televisión— respondió Holmes.
— ¿En la
televisión? Pero si Sherlock la odia— dijo extrañada la abogaba, para luego
suspirar y acomodarse mejor en la cama.
— Estás
preocupada por John— volvió a hablar el diplomático, ignorando completamente su
comentario—. Se te nota a la legua— añadió, al ver la cara que le ponía su
interlocutora—. Sherlock se decepcionará de ti cuando se entere de que tus
sentimien--
—
Sherlock sabe perfectamente que tengo sentimientos, no como tu— lo interrumpió
Nathaly, antes de que pudiera terminar de hablar—. Lo sabe desde que nos
conocimos, y aún así confía en mí… Ahora dime, ¿qué es lo que ocurre? ¿Qué
rayos está pasando?
—
Sherlock cree que fue Moran y sus hombres quienes provocaron el accidente—
respondió Mycroft, luego de suspirar profundamente y tratar de ignorar el tono
de voz y lo que había dicho la mujer—, por eso quería saber qué era exactamente
lo que había ocurrido, pero si no lo recuerdas…
— ¿Por
eso le dijiste a John que llamara a un médico? ¿Para ver si hay algo en mi
cerebro que me impide recordarlo?— preguntó en voz baja. Comenzaba a sentirse
algo mal, no quería tener que depender de médicos ni de medicamentos para poder
vivir. Había experimentado ese tipo de vida y no quería.
El mayor
de los Holmes inclinó un poco la cabeza, para luego responder— Eso, o te han
suministrado algún tipo de droga, la cual no sólo hizo que tuvieras este
“accidente” sino que también borró de tu memoria los hechos sobre él.
Nathaly
volvió suspirar profundamente, dirigiendo la vista hacia la puerta de la habitación
y vislumbrando que John acababa de volver, acompañado por el mismo médico que
la había visto hacía unos minutos. Mycroft giró el rostro para ver lo mismo que
ella, se puso de pie y tomó su celular, dispuesto a llamar al Inspector
Lestrade. Se dirigió a la puerta mientras discaba y le dijo, justo antes de
ponerse el móvil en la oreja:
— Vas a
estar bien… y John también— abrió la puerta, dejando pasar a los dos doctores,
mientras escuchaba como la voz del detective de Scotland Yard lo atendía—.
Lestrade, soy yo. Necesito que vengas al Royal, Nathaly Harver, la mujer que
tuvo el accidente hoy, está internada aquí.
Los dos
médicos, mientras tanto, se acercaron a la mujer. John tomó su mano de forma
cariñosa, no sin antes percatarse del extraño modo en que Mycroft hablaba con
Lestrade, que era decididamente informal. El otro, por su parte, luego de
revisar los aparatos y el suero de ella, dijo:
— Si no
recuerdas algo, tendremos que hacerte una tomogr--
— No…
hagan un examen toxicológico— Nathaly, John y el doctor miraron al hombre que
había hablado, el cual aún tenía el celular en una oreja, ya que no había terminado
de hablar con el inspector—. Tenemos serias sospechas de que ha sido envenenada
o drogada de alguna forma, por lo tanto debe hacerlo.
— De
acuerdo— respondió el médico. Luego salió de la habitación, para ir a buscar a
una enfermera.
—
¿Drogada?— preguntó extrañado John, aunque debía admitir que eso lo aliviaba un
poco. Una droga podía salir fácilmente del sistema, no así una contusión en el
cerebro— ¿Qué está pasando aquí?— miró a Mycroft, para luego clavar sus ojos en
los de Nathaly.
— No fue
un accidente, John, por eso estoy aquí, y por eso pronto vendrá Lestrade— dijo
en forma de respuesta el hombre, luego de cortar su comunicación telefónica—.
Ahora debo irme, te encargo de que permanezcas con ella hasta que él llegue,
¿sí?
Y sin
decir más, se marchó de allí, dejando a la pareja sola.
John
volvió a mirarla. Sin soltar su mano se sentó en la banqueta a su lado y
simplemente esperaron…
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