Se giró en la cama, revolviéndose ente las sabanas, hasta que
se percató de que no estaba solo; alguien más estaba a su lado, en contacto
directo con su cuerpo. Abrió los ojos lentamente y se descubrió con el rostro a
escasos centímetros del de él. Sus ojos estaban suavemente cerrados, sus
expresiones tranquilas, apacibles, sin ningún signo de la tensión habitual que
día a día se dibujaba en aquellas facciones. No pudo evitar sonreír ante
semejante visión.
Estiró el brazo hasta llegar a una de sus mejillas, la cual
acarició con suavidad con sus largos y fríos dedos. Sonrió ante el contacto con
su piel. No podía creer que aquella persona, aquel sensible ser que ahora se
encontraba recostado a su lado pudiera hacerlo tan feliz; simplemente le era
casi inconcebible que él, una persona tan fría, calculadora, metódica y ajena a
los sentimientos humanos, pudiera haber sido cautivado de tal forma por otro
hombre. Y no sólo eso. Ahora aquel rubio doctor lo era todo en su vida, lo más
importante, aún más que sus casos, aún más que sus experimentos, más que su
vida misma. Sentía que ahora era capaz de todo, absolutamente de todo, con tal
de poder ver una sonrisa dibujada en aquel rostro surcado por las calamidades
de la guerra.
Estaba perdido en aquel rostro y en sus propios pensamientos,
cuando él se movió un poco y abrió los ojos con lentitud. Se miraron fijamente
y el médico sonrió de forma suave, a lo que él mismo respondió con otra
sonrisa.
—
Buenos días— murmuró John,
con la voz enronquecida por el sueño, mientras se acurrucaba entre las tibias
sábanas.
— Buenos
días— respondió él, acercándose y besándole la frente, para luego levantarse y
salir de la habitación.
No quería
que el otro leyera en sus ojos lo que le pasaba, no era propio de él demostrar
sus sentimientos, pero sabía que su fiel confidente podía leer sus ojos con
tanta facilidad como él mismo leía a las personas. Se dirigió al baño y se miró
al espejo como atontado. No podía creer lo que le estaba pasando, pero era más
que evidente, lo quería, lo quería como a nadie más en el mundo.
No, más
que eso, lo amaba.
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