Un regalo para Lily.
La navidad se acercaba al colegio Hogwarts de Magia y
Hechicería. Los profesores decoraban alegremente todos los rincones del
castillo, hechizando los adornos navideños y los muérdagos para que dancen
entre ellos y por sobre las cabezas de los alumnos, los cuales estaban
emocionados, ya que en tan solo un día muchos volverían a sus casas para pasar
las fiestas con sus familias.
Pero cierto chico de ojos y cabello negro oscuro, algo flacucho
y en apariencia débil y algo mugroso, que vestía una desteñida túnica y una
camisa muy larga para él y con la bufanda de Slytherin algo desarreglada
alrededor del cuello, no tenía el mismo entusiasmo que los demás por la fecha
que se avecinaba. En efecto, Severus Snape no estaba feliz por la llegada de la
navidad, ya que no sólo se quedaría en el castillo, probablemente sólo, como
los años anteriores, sino que también, seguramente, no recibiría ningún regalo
de nadie, ya que se había peleado, hacía ya casi un año, con la única amiga que
había tenido: Lily Evans.
Severus se acercó lentamente a la entrada del Gran Salón, sólo
quería comprobar si Lily aún estaba en el castillo y que no estuviera cerca de
ese condenado de James Potter y sus amigos. Sonrió al ver que allí estaba ella,
junto a otras chicas se Griffindor, hablando alegremente. Su hermoso y largo
cabello pelirrojo se movía lentamente, como si una suave brisa estuviera
jugueteando con él; sus perlas verdes estaban tan brillosas como siempre, reflejando
esa alegría y energía que la caracterizaban.
Tenía que hablar con ella, debía hacerlo. Sería la primer
navidad desde que habían ingresado a Hogwarts que no intercambiarían regalos, y
no podía permitírselo, debía disculparse, debía hacerlo, ¿pero cómo? ¿Qué
podría regalarle para que lo perdonara? Se quedó observando por unos minutos
más, hasta que ella dirigió su vista justo hacia donde él estaba, fue entonces
cuando él giró rápidamente sobre sus talones y comenzó a caminar rápidamente
hacia los jardines del colegio.
— ¿Severus?— susurró la chica, al ver que el joven se alejaba
rápidamente de la entrada del Gran Salón. Quiso seguirlo, pero una de las
chicas con la que estaba la retuvo, preguntándole algo. Cuando volvió la vista,
el Slytherin ya se había alejado de su campo de visión y, conociendo Hogwarts,
no lo encontraría fácilmente.
Severus, mientras, salió rápidamente al exterior y miró hacia
el cielo: estaba nublado, soplaba una suave pero fría brisa, y los rayos de sol
apenas se vislumbraban por entre las nubes blancas que lo cubrían todo. La
totalidad del suelo estaba con una fina y blanca capa de nieve, la cual también
decoraba las tejas del techo del castillo, de la cabaña del guardabosques y las
ramas más altas de los árboles del Bosque Prohibido. Además, las colinas
lindantes también tenían grandes manchones blancos, a causa de las nevadas,
mesclados con otros manchones verdes, de los árboles en los cuales ésta ya se
había derretido. El Lago Negro, por su parte, parecía un espejo perfecto, reflejando
tanto las nubes del cielo como las colinas, y los árboles que crecían a sus
orillas. Era un paisaje digno de una postal navideña, pensó Severus. Quizás, si
se quedaba unos momentos contemplando el paisaje, podría ocurrírsele el regalo
que estaba buscando.
Se dirigió hasta los límites del Bosque Prohibido y se recostó
en la suave nieve que reposaba desde hacía esa mañana debajo de los primeros
árboles. Si tenía suerte, podría pasar un tiempo solo y tranquilo, sin Los
Merodeadores rondando por allí, molestándolo. Apoyó la espalda contra el tronco
de un árbol y se ajustó un poco la bufanda: la suave brisa se había
intensificado, por lo que el ambiente se había tornado más frío. Comenzó a
contemplar todo a su alrededor, debía de haber algo que le dijera cual sería el
regalo perfecto para su querida Lily. Luego de varios minutos, quizás unos
quince o más, una ligera aguanieve comenzó a caer suavemente, dibujando raras
figuras a causa de la brisa que aún soplaba y había comenzado a remolinear.
Se quedó mirando los pequeñísimos copos que caían, cuando algo
se cruzó por su mente. Si, definitivamente eso sería un buen regalo. Después de
todo, Lily siempre decía que Hogwarts era el lugar más hermoso que había
conocido nunca. Si, definitivamente eso sería el regalo perfecto.
Se levantó bruscamente y se adentró en el bosque, buscando
algún tronco o alguna rama caída que fuera lo suficientemente gruesa, pero no
demasiado, para hacer lo que pretendía. No tardó mucho en encontrarla, una rama
caída de un pino. Sacó su varita de su túnica y
con un rápido movimiento, dijo:
— Diffindo!
Y la gruesa y larga rama se dividió en varias partes, una de
las cuales tomó él. El disco de madera que había quedado medía unos diez
centímetros de diámetro y sería perfecto. Guardó su varita y se dirigió de
nuevo hacia el castillo y, de ahí, hacia la sala común de Slytherin.
Casi dos horas más tarde, Severus Snape estaba sentado en su
cama, con su varita en mano, listo para darle el toque final a su regalo. Hizo
un suave movimiento y tocó suavemente la superficie de vidrio, haciendo que
dentro del objeto transparente, una suave y eterna nevada comenzara a caer.
Sonrió alegremente, como hacía mucho tiempo no lo hacía: lo había terminado.
Tomó una bolsa hecha con papel madera, introdujo el delicado
objeto dentro, se colocó su túnica sobre los hombros, tomó su bufanda color
verde y plateado y salió a paso apresurado de las habitaciones, luego de la
sala común, después de las mazmorras, y se dirigió al Gran Salón. Si Lily no
estaba allí, tendría que ir hasta el retrato de la Dama Gorda y esperar a que
saliera de la sala común de Griffindor.
Se quedó en la entrada del enorme comedor, mirando hacia el
techo encantado que mostraba los pequeños copos de nieve cayendo alegremente,
además de los adornos navideños que los profesores habían colocado para alegrar
el ambiente. La pelirroja no estaba ahí, pero tampoco tenía muchas ganas de ir
hasta la sala común de su casa, ya que no quería encontrarse por ningún motivo
con alguno de Los Merodeadores. Respiró profundo, esperando poder encontrarla
antes de que se fuera a su casa, cuando una voz dulce y suave, que él conocía a
la perfección y lo alegraba a sobremanera, lo llamó a su espalda.
— Severus.
Él giró sobre sus talones y la vio: Lily Evans, con su largo y
brilloso cabello pelirrojo y sus hermosos ojos verdes lo observaba fijamente.
— Lily— murmuró él. Sus piernas habían comenzado a temblar,
pero debía mantenerse fuerte, por lo menos hasta darle su regalo.
La chica lo miró a los ojos— ¿Qué ocurre, Severus?
Él le mostró la bolsa en donde había colocado su regalo y se
la acercó bruscamente, haciendo que, por inercia, ella la tomara entre sus
manos.
— ¡Feliz navidad!— y, dicho esto, salió prácticamente
corriendo en dirección a las mazmorras.
La chica se quedó estupefacta ante el comportamiento del
chico. Pero aún así, no lo siguió, sabía que no debía hacerlo, aunque tuviera
todas las ganas. Suavemente, abrió la bolsa y sacó el objeto de su interior.
Sonrió tiernamente al ver qué era lo que su amigo le había regalado.
— Gracias Severus— murmuró, sabiendo que él nunca la
escucharía, pero aún así, sentía que él lo sabría, sabría que lo había
perdonado, o al menos tenía la esperanza de que así fuera.
Y, con el pequeño y hermoso regalo del Slytherin, Lily se
dirigió a la sala común de los valientes, para buscar sus cosas y marchar ya
hacia su casa para las vacaciones.
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