III
Había pasado un poco más de una hora desde que Mycroft Holmes
había abandonado la habitación, dejando a John y Nathaly solos. No habían
hablado demasiado, la chica se encontraba cansada y algo adormilada por los
medicamentos que le habían suministrado para el dolor y el rubio no quería
presionarla, aunque su mente estaba siendo invadida por miles de preguntas. La
castaña se había dormido hacía poco menos de treinta minutos, y John estaba por
el mismo camino, cuando alguien golpeó suavemente la puerta. El ex-militar,
sobresaltado, se enderezó en su asiento y, mirando en dirección a la entrada,
dijo:
—
Pase.
El canoso inspector de Scotalnd Yard, junto a la Sargento
Donovan, entraron lentamente al cuarto. Ambos lo miraron, el hombre casi que con
tristeza, y la mujer con cierta sorpresa.
— Buenas
tardes John— dijo el detective inspector Lestrade, acercándoseles— ¿Está
dormida, verdad?
— Buenas
tardes— saludó el hombre, mirando a la mujer que descansaba sobre la cama—. Si,
hace un rato ya. Es a causa de los medicamentos.
— No
esperaba verte aquí— comentó Donovan, mientras su jefe se acercaba a Nathaly.
John sonrió de lado y tomó la mano de la castaña afectuosamente, por lo que la
policía agregó—. Oh… ya veo. Tienes cierta habilidad para involucrarte con
personas extrañas, Watson.
Lestrade
le dedicó una mirada de reproche, por lo que la mujer simplemente se aclaró la
garganta y sacó de su bolsillo un pequeño cuaderno de notas y un lápiz. El
hombre de cabello blanquecino se sentó en otra butaca que había en la
habitación, cerca de la cama, y miró a John.
— Bien,
supongo que podemos comenzar contigo hasta que ella despierte, entonces.
—
¿Conmigo? ¿Van a interrogarme a mí también?— preguntó extrañado el rubio.
— Por
supuesto, fuiste una de las últimas personas en verla antes del accidente.
— La vi
en la mañana temprano, el accidente fue cerca del mediodía, ¿cómo puedo haber
sido…?
— Eso fue
lo que Mycroft me dijo— interrumpió el detective. John suspiró y asintió, por
lo que el otro continuó—. Bien, ¿a qué hora se separaron?
—
Alrededor de las ocho de la mañana.
— ¿Y
cuanto tiempo antes de despedirse se habían encontrado?
John
tragó saliva y se revolvió incómodo en su asiento, sin dejar de mirar al otro
hombre. Con una ligera curvatura que denotaba algo de nerviosismo en sus
labios, respondió:
— Desde
la tarde anterior, poco después de las cinco.
Donovan
soltó una pequeña risita, mientras que Gregory sonrió de lado— De acuerdo,
¿sabes hacia dónde se dirigía luego de que se despidiera de ti?
— Al
trabajo— respondió, pero luego agregó—. O eso es lo que me dijo ella, al menos.
— Muy
bien… ¿a dónde te dirigiste tú?
— A mi
casa, y luego al consultorio.
—
Perfecto— miró a la morena, que acababa de terminar de escribir las respuestas
de John en su libreta— ¿Anotaste todo, verdad?
— Claro—
respondió ella, para luego dirigir su vista al antiguo compañero de Sherlock
Holmes—. No sabía que estabas en una relación.
— Amm…
bueno… Técnicamente nadie lo sabe— ambos lo miraron extrañados. El médico los
miró a alternativamente a ambos, para luego humedecerse un poco los labios con
lengua y proseguir—. Nos conocimos ayer.
Los dos
policías lo miraron con los ojos abiertos de par en par. John no parecía el
tipo de hombre que se acostaba con una mujer que apenas conoce, pero aún así,
el hecho de que estuviera ahí con ella, en actitud sumamente protectora, era
muy propio de él. La sargento abrió la boca y estaba a punto de hablar, cuando
Nathaly comenzó a moverse, abriendo un poco los ojos y observándolos. John la
miró automáticamente, cosa que ella respondió apretando un poco su mano y
dibujando una pequeña y suave sonrisa.
— Hola—
dijo ella en un susurro. Luego miró al inspector de Scotland Yard—. Usted debe
de ser Lestrade, ¿verdad?
— Si, así
es, un placer conocerla, señorita Harver— respondió el hombre, sonriendo
levemente.
— Puede
llamarme Nathaly. Lo envió Mycroft, ¿no es así?— él asintió—. Lamento decirle
que no tengo mucho para agregar a lo que John, él o mi auto hayan podido
decirles— prosiguió, luego de incorporarse un poco.
John la
miró extrañado, mientras Lestrade se acomodaba mejor en su asiento, para
mirarla fijamente también. El tono de voz que la chica había empleado le hacía
recordar al de Sherlock cuando él le hacía preguntas con repuestas
aparentemente obvias.
— Porque
supongo que hicieron pericias al auto, ¿verdad?— agregó, al no obtener
comentario alguno por parte de ninguno de los presentes.
Gregory
parpadeó unas cuantas veces, inclinando un poco la cabeza, a la vez que lanzaba
una mirada de reojo a Sally. En verdad le recordaba a Sherlock.
— Aún no
tenemos los resultados— respondió sin más.
La mujer
suspiró profundamente, para luego volver a hablar— De acuerdo…
— Bien,
entonces…— el inspector se enderezó, apoyando completamente su espalda sobre el
respaldo de la silla— ¿Hacia dónde te dirigías cuando ocurrió el accidente?
— Hacia
el centro, pensaba que John y yo podíamos encontrarnos para almorzar.
— ¿Y de
dónde habías salido?
Nathaly
miró fijamente al peli-blanco, luego dirigió su vista a John, clavando sus ojos
en los de él y respondió, sin dejar de mirarlo.
— De mi
trabajo. No puedo decir dónde queda, es secreto de estado. Pregúntenle a
Mycroft Holmes.
Un largo
e incómodo silencio inundó la pequeña sala de hospital en dónde se hallaban. El
médico ex-militar y la abogada no separaban los ojos del otro ni por un
segundo, ante las miradas anonadados de los dos policías. Ella sabía que cuando
volvieran a estar solos él la invadiría de preguntas completamente naturales y
sabía también que la respuesta a la mayoría de esas preguntas serían “es un
secreto”. Eso le dolía en cierta medida, el rubio le había hablado de varias
cosas en su pequeña e improvisada cita del día anterior, y sabía a la
perfección que había sido completamente sincero con ella… Pero simplemente
había cosas que había jurado no revelar y debía mantener ese juramento.
— De… de
acuerdo…— Lestrade interrumpió el pesado silencio, comenzando a ponerse de
pie—. Entonces será mejor que haga que apuren los resultados de las pericias de
tu auto. Si algo surge volveré a venir o My--— se interrumpió a sí mismo, John
comenzaba a mirarlo de forma extraña, evidentemente por la forma en la cual
hablaba del mayor de los hermanos Holmes—, el señor Holmes te avisará.
Y dicho
esto se despidió de ambos y, junto a Sally Donovan, salieron de aquella
habitación, volviendo a dejar solos a Nathaly y John.
La
castaña volvió a acomodarse en la cama, para luego mirar a John y hablar.
— Se que
quieres preguntarme… algunas cosas, John. Y es perfectamente normal que quieras
hacerlo, asique adelante, hazlo.
El rubio
la miró, luego suspiró con un dejo de cansancio y asintió con la cabeza. Luego
de un momento, en el cual buscó la mejor manera de comenzar, preguntó:
— ¿Quién
eres en verdad?
Ella
lanzó un suspiro de risa— Nathaly Harver es mi verdadero nombre, si a eso te
refieres.
— Genial,
es un buen comienzo— dijo de forma divertida el hombre—. La última vez que
conocí a alguien que trabajaba para Mycroft Holmes no me dio su verdadero
nombre.
—
¿Anthea?— preguntó la chica de ojos verdes, también en tono divertido.
Ambos
comenzaron a reír, pero luego volvieron a su semblante serio y ella volvió
hablar.
— En fin…
¿qué es lo que quieres saber?
Él
suspiró profundo— Se que no vas a decirme en qué trabajas, si Mycroft es tu
jefe, es obvio que no puedes decirlo, pero… ¿Cómo rayos terminaste trabajando
para él?
— Mi
padre también era abogado, él trabajaba para Mycroft Holmes desde que yo era
pequeña. Cuando él murió… Bueno, Mycroft necesitaba a alguien de confianza y
hacía un par de años que yo me había recibido y…— era evidente la melancolía
que le traía hablar de su padre, pero debía contar esa parte de la historia,
así le habían dicho que debía hacerlo. La red de Sherlock para atrapar a la de
Moriarty debía permanecer oculta para John hasta que el mismo detective lo
considerara oportuno. Y aunque sabía que luego eso le costaría la confianza que
el doctor estaba depositando en ella, debía hacerlo. Era por su propio bien—,
eso.
Watson le
dedicó una mirada cariñosa y una sonrisa suave— Entonces… básicamente, con el
tiempo, te fuiste convirtiendo en una persona de confianza para él y te confió
varios secretos.
— Así es.
Es por eso que no pude decirle ni siquiera a Lestrade en dónde trabajo con
exactitud… y por eso tampoco puedo decírtelo a ti, John… Aunque sé que has
sabido varias cosas referentes a varios secretos cuando tu y Sherlock vivían
juntos.
El rubio
volvió a asentir con la cabeza— Entonces, tu ya me conocías, ¿verdad? Porque
trabajas para Mycroft desde hace más de tres años.
Nathaly
le dedicó una sonrisa algo culpable— Pero no mentí cuando dije que me encantaba
tu blog… y el de Sherlock, ni cuando dije que creía en ambos. Conocí a
Moriarty, sé la clase de mente criminal que era, ningún periódico
sensacionalista podría hacerme cambiar de opinión.
—
Gracias— dijo simplemente John, levantándose un poco, para poder besar
dulcemente la frente de la castaña.
Ella
cerró los ojos, recibiéndolo con cariño y sin poder evitar que sus manos
tomaran con firmeza la camisa que el hombre llevaba puesta, atrayéndolo un poco
más hacia ella. Necesitaba sentir el calor de su cuerpo de cerca, necesitaba
sentirse querida. Él captó al instante sus sentimientos y entonces besó sus
labios con ternura, a la vez que le acariciaba el rostro.
Pero su
momento fue cruelmente interrumpido por el sonar de una melodía. Ambos se
separaron y John resopló al darse cuenta de que se trataba de su celular, al
cual estaban llamando. Buscó en su bolsillo y, al ver el remitente, resopló aún
más.
— Es mi
hermana.
—
Atiéndela— dijo Nathaly.
— Puede
esperar.
— De
verdad, John, atiéndela.
Él
suspiró e hizo caso, atendiendo la llamada de su hermana.
— ¿Qué
ocurre Harry?— comenzó a caminar por la habitación, trazando círculos con sus
pasos.
La
castaña lo miraba entretenida; aquel hombre, a pesar de apenas conocerse, la
hacía sentir demasiado bien. Temió por su futuro, sabiendo que nunca podría
llegar a ser nada especial en la vida del médico una vez que Sherlock
apareciera, pero aún así, también tenía muy en claro que ella misma había
aceptado las consecuencias de su trabajo, de su misión, y debía aceptarlo.
Debía aceptar que jamás podía permitirse desarrollar sentimientos profundos
para con John. Quizás, como había dicho Mycroft unas horas antes, eso fuera
malo para los planes del detective consultor, pero éste sabía perfectamente que
ella era una mujer normal, con sentimientos profundos y también le había
advertido lo que podía llegar a pasar. Él había aceptado y así eran las cosas.
Todos debían admitirlo, ella, Mycroft, Sherlock y el mismo John, aunque en ese
momento no supiera absolutamente nada de lo que se estaba gestando a su
alrededor.
Cuando el
rubio cortó la comunicación con su hermana, la miró y se le acercó, aún
resoplando.
— Quiere
que nos encontremos, supongo que necesita dinero. Pero no te preocupes, no me
iré de aquí hasta que alguien más llegue.
— No te
preocupes por mí, John, estaré bien… ¿crees que Mycroft dejaría a este hospital
sin más seguridad, cuando él mismo vino a verme?
—
¿Segura?
—
Completamente— respondió ella, sonriendo.
— Está
bien, pero no tardaré, no será más de media hora, ¿de acuerdo?— dijo él,
tomando su chaqueta.
—
Despreocúpate.
Watson se
le acercó y volvió a besarla en los labios, para luego marcharse de allí,
dejando a la castaña sola en su habitación, por primera vez desde que había
ingresado al hospital. Ella suspiró profundamente y se dispuso a buscar su
teléfono, para avisarle a Sherlock que su amigo había salido de allí y que
posiblemente debía vigilarlo, para que nada malo le pasase. Pero su mente se
paralizó, y su rostro palideció al instante, al recordar que era el mismo John
quién ahora tenía su celular. ¿Cómo podría haber sido tan idiota como para
permitir que él lo tomara? ¿Qué ocurriría si el detective enviaba un mensaje, o
llamaba, y era John quién lo recibía? Todo por lo que habían estado trabajando
en el último año podía estar en peligro… La seguridad de John Watson y del
mismo Sherlock Holmes podían estarlo…
.
.
Se
encontraba en un bar del centro de la ciudad. Un típico bar londinense, con
bastante gente alrededor, meseros yendo de aquí para allá, algún que otro niño
correteando y las noticias más importantes del día repitiéndose una y otra vez
en el canal de noticias del televisor. Él se encontraba sentado en una mesa
para dos, con la mirada fija en el aparato, una taza de té humeante en frente
suyo y su teléfono celular en una mano, esperando pacientemente. En realidad
estaba nervioso, había fallado una vez más. Esa maldita mujer se le había
escapado de nuevo… Ni siquiera luego de drogarla le había dicho la información
que necesitaba darle a su jefe. No podía creer que hubiera gente así en el
mundo actual, que respetara tanto y a tal límite las malditas obligaciones
morales. Él ciertamente no era una de ellas, estaba haciendo todo aquello por
dinero, nada más que por dinero. No le importaba qué era lo que debía hacer,
podría asesinar a la mismísima reina si era necesario. Después de todo, nadie
lo conocía en ese país. Era simplemente un extraño norteamericano que estaba
pasando una temporada en Londres, nadie preguntaba por él y él no preguntaba
por nadie.
Suspiró
profundamente, dejando el teléfono sobre la mesa con un gran golpe. Se reclinó
en su asiento, cruzándose de brazos. En verdad su jefe estaba llegando tarde, lo
cual no era nada típico de él y eso lo ponía aún más nervioso. Justo en ese
momento, su móvil vibró, anunciando la llegada de un mensaje. Estiró su brazo
lentamente, hasta tomarlo y ver el mensaje:
— “Dije
que era tu última oportunidad. SM”
Abrió los
ojos de par en par. Se incorporó, sentándose correctamente y, antes de que
pudiera siquiera parpadear, una bala atravesó el cristal de la ventana más
cercana, cortando el aire e internándose en medio de su pecho. El teléfono
celular se deslizó por su mano ya inerte, cayendo al suelo en un estrepitoso
ruido sordo, mientras todas las personas que se encontraban a su alrededor
comenzaban a alterarse, sin entender absolutamente nada.
.
Mientras,
en el edificio de enfrente del bar, en uno de los últimos pisos, un hombre con
un sofisticado fusil de francotirador levantaba la vista de la mirilla con una
maléfica sonrisa en sus labios. Sus planes no estaban saliendo como él quería,
o como James hubiera querido, pero por lo menos, acababa de deshacerse de una
inútil arañita de pared. Ahora debía volver a mover los hilos de aquella gran
red que la araña madre había construido, y poder llegar de una vez por todas
hasta la red de Sherlock Holmes.
.
.
Estaba
sentada en la cama del hospital, hacía apenas diez minutos que John se había
ido, y observaba atentamente todo lo que la rodeaba, ideando la mejor manera de
escapar de ahí sin que ningún médico o enfermera se percatara de ello. Ya
estaba a punto de desconectarse el monitor cardíaco, cuando un hombre irrumpió
en la habitación como si nada. Abrió los ojos de par en par, sobresaltándose un
poco, clavando su vista en los ojos celestes de él.
— ¿Qué
haces aquí?
— Tenía
que hablar contigo— dijo en forma de respuesta, con su grave voz.
— Pero es
peligroso.
Él sonrió
de lado y se acomodó el gorro que llevaba puesto— Soy un maestro del disfraz,
nadie podría reconocerme.
— Yo lo
hice— dijo en tono de superación y algo de burla la castaña.
— Tú eres
mi aprendiz— dijo en forma de
respuesta el morocho, usando un tono bastante extraño al decir la última
palabra.
Nathaly
comenzó a reír, para luego acomodarse mejor en la cama y mirarlo, reacomodando
los cables que tenía conectados.
— Muy
bien, maestro ¿Qué es lo quieres
decirme?— dijo entonces, usando el mismo tono que Sherlock.
— Primero
de todo, no pienses en escapar de aquí hasta que te lo digan— ella lo miró,
levantando una ceja, en forma acusadora—. Sé que no soy el indicado para
decírtelo, pero aún así, no debes hacerlo— la miró acusadoramente, para luego
agregar—, es parte del plan— la castaña suspiró, girando los ojos, pero luego
simplemente volvió a mirarlo, sabiendo que no había terminado de hablar—. Y
segundo, hay que comenzar con el final.
—
Entiendo, ¿qué hay de John, le dirás?
— En poco
tiempo, probablemente— un pequeño gesto de nostalgia se dibujó en el rostro del
detective. Ella lo miró, entre preocupada y melancólica, con las cejas caídas,
pero aún así no dijo nada—. Sé que has… desarrollado sentimientos para con
John, Nathaly, pero…
— Te lo
advertí.
— También
yo.
— Lo sé—
ella suspiró y bajó la mirada. Sabía que no podía hacer nada, así como también
sabía las consecuencias de sus actos, pero no había podido evitarlo y tampoco
se arrepentía de ello, pero una gran angustia estaba apoderándose de su
corazón.
El menor
de los Holmes también suspiro, profundamente, cerrando los ojos, para luego
abrirlos y clavar su fría y dominante mirada en los ojos verdes de ella.
— Bien,
escucha con atención lo que debes hacer, porque estoy seguro de que John no
tardará en regresar.
— Pero
él… espera, ¿tú hiciste que se fuera?
— Si— respondió
simplemente. Se le acercó un poco más y continuó hablando—. Uno de los hombres
de Moran te drogó para que revelaras la información que posees, y terminó
causando el accidente. Es probable que él esté a punto de morir, si es que no
lo liquidaron ya, pero otras de las arañas de Moriarty vendrá por ti, y por
John, probablemente disfrazándose de personal del hospital, asique cuando el
médico te dé el alta, debes permanecer un tiempo más, al menos una hora, sin
decirle a John, y esperar…
— Y
entonces lo atrapo y te lo llevo— terminó ella.
Él
sonrió— A Mycroft, en realidad. Él y Lestrade sabrán que hacer, ya les di las
instrucciones.
— ¿Lestrade?
¿Le dijiste…?
— Si,
antes de venir contigo me encontré con él y mi hermano— Sherlock suspiró, en
forma un tanto extraña, dando a entender que su encuentro con el inspector y su
hermano mayor no había sido muy de su agrado.
Nathaly
soltó una risita al ver la expresión de su “jefe”, por lo que no pudo contener
la curiosidad.
— ¿Qué
ocurrió?
— Mi
querido hermano mayor está… como decirlo… saliendo, con Gregory Lestrade— la
expresión de fastidio en el rostro del detective consultor se acentuó aún más,
por lo que la mujer no pudo evitar estallar en carcajadas.
— En
verdad nunca me lo hubiera imaginado, ¿el hombre de hielo, en una relación?
— Si,
¿quién lo diría, verdad?— y dicho esto, giró sobre sus talones y comenzó a
salir, no sin antes detenerse a la altura de los pies de la castaña y
observarlos— Te fracturaste el tobillo.
Nathaly
dibujó una sonrisa torcida en sus labios— Podría haber sido peor.
— Ya lo
creo— Sherlock apoyó una de sus manos en el pie vendado de ella –que se
encontraba tapado por las sábanas– y le dedicó una suave y casi imperceptible
caricia—. Cuídate y cuídalo a John hasta que sea el momento— y dicho esto
continuó su caminar hasta la puerta de la habitación.
—
Sherlock, espera— el detective frenó un momento y la miró por encima de su
hombro—. John tiene mi teléfono.
— No te
preocupes— dijo en él en forma de respuesta, sonriendo de lado y yéndose.
Ella asintió,
observando como Sherlock Holmes salía de su campo visual, haciéndose pasar por
un guardia de seguridad. Suspiró profundamente y se recostó por completo en la
cama, esperando a que lo que él había dicho se cumpliera.
.
.
Hacía
unos cinco minutos que estaba esperando a su hermana en el lugar en dónde
habían arreglado de encontrarse; se encontraba bastante nervioso, no quería
dejar por mucho tiempo a Nathaly sola, por más que hubiera visto a muchos más
guardias de los habituales en el hospital. Alzó la vista al ahora nublado cielo
nocturno, comenzando a pensar en los acontecimientos que se habían agolpado
repentinamente en las últimas veinticuatro horas, todo había pasado tan rápido
que le parecía estar soñando y, a la vez, sentía que había retrocedido dos años
en el tiempo, a excepción de la presencia de Sherlock. Y a decir verdad, en ese
momento, pensándolo bien, todo aquello tenía un tinte muy peculiar, típico de
su antiguo compañero de piso.
Fue
entonces cuando su corazón dio un vuelco. Últimamente pensar en Sherlock había
dejado de ser doloroso, para pasar a ser cálido y agradable. Cuando lo hacía,
una sensación nostálgica pero feliz invadía todo su ser… A veces, le seguían
sensaciones agradables, y otras, un tanto más tristes, pero siempre, una
sonrisa inconsciente y boba se dibujaba en su rostro. Recordarlo era como
recordar el sabor de un delicioso chocolate o de un exquisito té caliente que
hacía tiempo no probaba.
En esa
ocasión, fue la tristeza la que lo invadió. Hacía ya tiempo que se había dado
cuenta de sus verdaderos sentimientos, y en verdad había sido un idiota al no
haberse dado cuenta antes, cuando en verdad importaba ¿Quién iría a pensar que
aquello que había negado tantas veces terminaría por convertirse en algo que en
verdad añoraba y deseaba por que fuese real?
Suspiró
profundamente, cerrando los ojos y maldiciéndose a sí mismo, a la vez que
guardaba sus manos en los bolsillos de su chaqueta. Fue entonces cuando lo
notó: tenía dos celulares, uno en cada bolsillo. Extrañado, volvió a abrir los
ojos y los sacó, observándolos. Un extraño escalofrío lo recorrió, uno de ellos
no era el suyo, era el de Nathaly.
—
Diablos— murmuró entre dientes, comenzando a buscar con la mirada a su hermana,
esperando a que apareciera pronto, para poder volver al hospital.
Pero
entonces el teléfono de la mujer sonó, anunciando un mensaje. Lo miró arqueando
las cejas, el cartel indicaba que provenía de alguien llamado Sigerson. En un
arrebato de curiosidad, que deseó nunca volver a tener para con el teléfono de
una mujer, abrió el mensaje y leyó su contenido:
— “Vuelve
al hospital John. Lo siento, pero lo de tu hermana fue una farsa.”
Abrió los
ojos de par en par, mientras lo invadía una gran conmoción. No tenía ni la
menor idea de lo que podía llegar a significar aquel mensaje, pero Sigerson
sabía que él tenía en su poder el teléfono de Nathaly y que no estaba con ella.
Aquello podía ser bueno o malo y, antes de tener que lamentarlo, llamó un taxi,
se subió a toda prisa en él y le indicó al conductor que le pagaría cincuenta
libras de más si llegaba en menos de quince minutos.
Mientras
las calles de Londres pasaban a toda velocidad por sus ojos, otro mensaje
llegó, del mismo remitente.
— “Ten
cuidado, puede ser peligroso”.
El
corazón le dio un vuelco, se imaginó claramente la voz de Sherlock al decir
aquello, además de su típica firma “SH” al final del mensaje, aunque sabía que
eso –más allá de ser imposible– no estaban allí. Una vez más, la curiosidad lo
invadió e ingresó al buzón de mensajes recibidos de la castaña. De los al menos
setenta mensajes que había almacenados, cincuenta eran del tal Sigerson,
mientras que los restantes se repartían entre Mycroft Holmes y otras personas.
Leyó apenas dos, pero éstos bastaron para llenar su mente con aún más
preguntas, y su corazón con aún más incertidumbre.
—
“Nuestra red está desplegada sobre la suya, espera hasta mañana para actuar.”
— “No olvides que aunque no está, Moran es tan
venoso como él.”
.
Entró ya
más calmado a la habitación del hospital, al ver que Nathaly estaba ahí,
perfectamente bien. Llevaba el celular de ella aún en la mano, apretándolo
fuertemente. No dijo absolutamente nada, solo se le acercó y se sentó en la
silla que estaba a su lado. La castaña estaba dormida, cosa que agradeció, a
decir verdad. Se la quedó mirando por varios y largos minutos. Se veía tan
serena y frágil que le pareció que era una persona diferente a la que el día
anterior había enfrentado a un hombre que la estaba amenazando de muerte.
Volvió a mirar el teléfono de la abogada, el nombre de Sigerson le rondaba la
cabeza, al igual que los mensajes que había leído. Una extraña sensación lo
estaba invadiendo cada vez más, haciendo que en su mente (que se encontraba
tratando de unir hechos y nombres, imitando –a su parecer– el proceso mental
que usaba Sherlock), el nombre de Mycroft Holmes chocara contra las paredes de
su cráneo constantemente. No por nada le había pedido que se fuera para hablar
con Nathaly a solas, no por nada ella no le había podido contar todo, no por
nada el tal Sigerson sabía lo de su hermana y que él tenía el celular de la
castaña. Algo estaba mal, terriblemente mal.
Suspiró
profundamente y estiró el cuello, tirando su cabeza hacia atrás, de modo que
ésta quedó apoyada en el respaldo de su asiento. Mycroft, Sigerson, Lestrade,
Moriarty… Sherlock. Todos ellos, sus nombres, giraban en círculos en su
cerebro… Y él no podía hallar una clara conexión, pero sabía que la había.
Luego de
unos cuarenta minutos, Nathaly comenzó a despertar y, al ver a John a su lado,
sonrió completamente feliz. Pero la seriedad invadió su pálido rostro al ver la
expresión del rubio.
— John…
¿Qué ocurre?
Él no
respondió, simplemente le mostró su celular, con el mensaje que le había
llegado cuando estaba esperando para su falso encuentro con su hermana. Ella
abrió los ojos de par en par, verdaderamente sorprendida.
— ¿Quién
es Sigerson? ¿Por qué sabía que yo tenía tu celular? ¿Y cómo es que conoce a mi
hermana?
Ella
cambió su semblante completamente, haciendo que sus rasgos adquirieran una dureza
y frialdad extrañas, especialmente sus ojos verdes, los cuales se clavaron
fijamente en los pardos de John. Estiró el brazo, con la palma hacia arriba, y
dijo, en tono de orden:
— Dámelo.
Él alejó
el aparato del campo visual de ella, sonriendo de lado. Si algo había aprendido
en su tiempo viviendo con Sherlock, era que no podía ceder de forma fácil a los
mandatos de nadie, y especialmente de una mujer.
— No
hasta que me digas quién es Sigerson— ella estaba a punto de hablar, pero él
volvió a hablar, impidiéndole que lo hiciera—. Claramente me conoce, asique no
voy a permitir que me digas que es un secreto, porque no importa, ¿quién es
Sigerson?
Nathaly
volvió a suspirar, cerrando los ojos— John…— volvió a abrirlos y lo miró. Él
seguía en la misma posición, no iba a permitir que le ocultara eso—. Yo no soy
nadie para decírtelo, perdóname.
El
ex-militar arqueó las cejas— ¿Cómo que no eres nadie? ¡Por dios, Nathaly,
trabajas para Mycroft Holmes! Ese hombre es prácticamente el mismísimo
gobierno, y trabajas directamente para él, ¿esperas que crea que no eres nadie?
— No,
pero es cierto. Yo solo cumplo órdenes, y no puedo decirte nada hasta que me
den dicha orden.
John
apretó los labios, sin dejar de mirarla. Luego resopló y se puso de pie,
comenzando a dar vueltas por la habitación. Se llevó una de sus manos a su
cabello, alborotándolo un poco y giró sobre sus talones para volver a mirarla.
Se pasó la lengua por los labios un par de veces, mientras meditaba bien lo que
iba a decir. No quería enojarse, no quería que su apenas iniciada relación –si
es que se podía llamar así– se derrumbara antes de que terminara de
construirse. En verdad le gustaba esa mujer que tenía delante, le caía bien, y
quería conocerla más y mejor. Quería poder tener una oportunidad, por más
pequeña que fuese, para comenzar de nuevo, otra vez.
— De
acuerdo… Llamaré a Mycroft, entonces, y que él me explique todo esto, porque en
verdad no entiendo absolutamente nada, pero sé que está relacionado de alguna u
otra forma con…
Pero no
pudo terminar de hablar, porque alguien abrió la puerta sin siquiera golpear.
John miró por sobre su hombro y dibujó una mueca en sus labios.
— No creo
que necesites llamarme, John— dijo con su molesta media sonrisa el mayor de los
Holmes. El hombre iba escoltado por el inspector Lestrade.
— ¿Qué
hacen aquí?— preguntó el rubio, sin quitar aquella mueca de irritación de su
rostro.
— No lo
sé, él me arrastró— respondió el peliblanco policía, sonriendo de forma extraña
y señalando con la cabeza al hombre que estaba a su lado.
Los ojos
de Watson se dirigieron a los del político, en busca de una respuesta, la cual
exigía ser satisfactoria.
— Tenemos
los resultados de la pericia de tu auto, Nathaly— respondió entonces Holmes—, y
fueron muy contundentes. Pero, además, vinimos a decirte que cierto hombre
acaba de ser asesinado hoy, en un bar del centro, por un rifle de alta potencia
y disparado por una mano de alta precisión.
John
elevó una ceja, extrañado, y luego volteó a ver la expresión en la cara de la
mujer. Ella tenía los ojos entreabiertos, clara señal de que estaba pensando.
Volvió a mirar a los dos hombres y preguntó:
— ¿El
hombre que murió es el mismo que causó el accidente de Nathaly?
— Con
total seguridad, después de todo, es quién le ha estado causando contratiempos
y persiguiéndola estas últimas semanas.
El
antiguo blogger entreabrió la boca, pero no dijo nada. Los nombres en su cabeza
giraban cada vez más rápido, debía aclarar su mente, encontrar esa maldita
relación de una vez por todas y, entonces, estaba seguro, todo le quedaría
claro. Debía preguntarle, era ahora o nunca:
— ¿Quién
es Sigerson, Mycroft?— dijo, ya con voz más calmada, ya que había estado casi
gritando anteriormente.
El
aludido ladeó la cabeza, arqueando una ceja y mirando de reojo a su supuesta
subordinada— ¿Por qué quieres saberlo?
— Porque,
sea quien sea, está involucrado en todo esto y como evidentemente yo y Nathaly
también, quiero saberlo— hizo una pausa—. Además, no sé porqué, pero me suena a
que Sherlock, sea en la forma en que sea, esta… estaba involucrado.
Mycroft
Holmes no dijo absolutamente nada, simplemente se quedó observando a John por
unos cuantos minutos, con expresión seria y algo desafiante, hasta que dibujó
una mínima sonrisa y, tomando su ya típico paraguas, giró sobre sus talones y
comenzó a caminar.
— En
verdad acabas de sorprenderme, John. Tienes una forma muy particular de pensar,
pero es muy eficiente en verdad— los demás presentes lo miraron mientras salía.
John de forma muy seria y bastante enojado, Nathaly sin ninguna expresión
particular y Lestrade, muy extrañado—. Estoy seguro de que llegarás a la verdad
que tanto quieres descubrir por ti solo— agregó cuando ya se encontraba en el
pasillo. Luego volvió a girar y miró al detective de Scotland Yard—. Vamos,
Gregory.
Éste
asintió, se despidió de John y Nathaly y ambos hombres se fueron. El rubio
suspiró de forma profunda, tratando de no soltar una maldición contra el mayor
de los Holmes y luego le devolvió el celular a la castaña, diciendo:
— Bien,
creo que ya no será de mucha ayuda que siga teniendo esto, ¿verdad? Así como
tampoco será de ayuda seguir preguntándote.
Ella tomó
el aparato y lo colocó a su lado, sobre el colchón— No, lo siento, de
verdad, John.
—
Descuida.
La
abogada bajó la mirada, mientras el hombre volvía a tomar asiento. Un pequeño
sonido anunció la llegada de un mensaje al móvil de ella, el cual leyó
automáticamente y no respondió.
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.
El menor
de los hermanos Holmes acababa de regresar a la casa de su hermano mayor.
Estaba algo alterado a decir verdad, lo cual era demasiado inusual en él, y eso
lo alteraba aún más. Había ido al hospital, le había enviado un mensaje a
John y como un idiota se había quedado
en aquel lugar hasta asegurarse de que el rubio llegara bien. En verdad lo
había afectado, no entendía la razón exacta, sólo sabía que los niveles de
adrenalina y endorfina en su cuerpo habían aumentado increíblemente al ver al
doctor pasar apresuradamente por delante suyo, sin siquiera verlo por el rabillo
del ojo y, por supuesto, sin identificarlo. Había tenido el irracional impulso
de tomarlo del brazo, mirarlo a los ojos, decirle que era él, decirle que todo
aquello era una farsa para atrapar a Moriarty, que estaba vivo, que no había
muerto aquel día en el hospital, que todo había sido montado como una obra de
teatro…
Pero él
era un hombre racional, de ciencia, calculador y práctico. Tenía un plan e iba
a cumplirlo al pie de la letra y no se permitiría dominar por sentimientos.
Hizo una leve mueca de desagrado al pensar en los sentimientos, pero debía
admitirlo, conocía la química del cuerpo, sabía porque había reaccionado así… Y
sólo se podía explicar por aquellas cosas que la gente llamaba “amor”. El
ciertamente no concebía esa palabra, no porque nunca hubiera dado o recibido
cariño, amor; después de todo, las personas, incluso él, sentía esa cosa
extraña por sus padres y hermanos, aunque no lo admitieran.
Suspiró
profundamente y tomó su violín, comenzando a improvisar, para aclarar sus
pensamientos. Justo en ese momento, un mensaje de su hermano llegó a su
teléfono y, al leerlo, su semblante se tornó más serio de lo que ya estaba. La
arañita de pared de Moriarty había muerto, lo había asesinado Moran,
obviamente; eso no le sorprendía, al contrario, se lo esperaba, no por nada le
había dado aquellas instrucciones a Nathaly. Pero la segunda parte de aquel
mensaje fue la causa de que su seriedad aumentara: John estaba sospechando de
ella. Sabía que en algún momento ocurría, él no era ningún estúpido, por más
que siempre se lo dijera. Su antiguo compañero de Baker Street era inteligente
y había aprendido de él… y ahora se estaba dando cuenta poco a poco de que
Nathaly Harver estaba involucrada con él.
Quizás
fuera el momento para comenzar la última escena del último acto de aquella obra
que había comenzado hacía casi dos años.
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